Este fin de Semana Santa, coincide con el arranque de las campañas político electorales en México.
Miles de ciudadanos mexicanos se enfrentarán a un electorado cansado de promesas, compromisos y un gran cúmulo de palabras y discursos que se vierten al calor de la búsqueda del voto.
Las encuestas que se publican a diario, ponen nerviosos a los candidatos, sobre todo aquellas que nos les favorecen, pero luego piensan que alguien las pagó, las justifican y nos les hacen caso.
La experiencia de la elección de Jaime Rodríguez, “El Bronco”, les demuestra que los estudios demoscópicos, en la mayoría de los casos, se equivocan.
Luego, no olvidan que les han repetido que las encuestas son solo fotografías del momento. Eso los tranquiliza.
El joven Ricardo Anaya arrancó su campaña, llevando a cuestas una lápida pesada. Tan pesada como la del Pípila. Carga en su espalda la acusación de lavado de dinero, de haber sostenido una vida de lujo en Atlanta, Georgia en los Estados Unidos y de haber traicionado a Gustavo Madero, Margarita Zavala, Felipe Calderón, Senadores, Diputados Federales y cuanto panista se le puso enfrente, a pesar que sólo le pedían piso parejo en el proceso de selección interna para postular candidato a la presidencia de la república.
Aunque bien parece que el joven Anaya leyó “El Príncipe” de Maquiavelo y se le quedó esculpida en su cerebro la frase fatalista: “el fin justifica los medios”.
Allá él.
Andrés Manuel, arranca su campaña motivado por estar en los primeros lugares en las encuestas. Deja a un lado, un dato catastrofista: así ha comenzó en contiendas anteriores, pero algo pasó y no ha ganado.
El argumento es simple: fraude si pierdo, democracia si gano.
Le señalan además, haber incorporado a sus listas para candidatos por la vía plurinominal, tanto al Senado de la República como a la Cámara de Diputados, a gente con pasado dudoso. Napoleón Gómez Urrutia le pesa, pero él hace como que no le pesa. Hace a un lado la carga, como desde hace mucho hace a un lado la ley que le prohíbe gastos anticipados de campaña.
Bueno, su frase: “Al diablo con las instituciones”, justifica su acción y su punto de vista.
La suma a su proyecto de la familia de la maestra Elba Esther, también le hace daño, pero le importa más la suma de votos, que “el qué dirán”.
José Antonio Meade, sale al encuentro más importante de su vida sin haber cambiado el equipo original que no pudo llevarlo ni al segundo lugar en las preferencias. Sus aliados de partido, por fin “lo hicieron suyo”, pero esperaban un sacudimiento en la cúpula del PRI para dar la señal clara que las cosas, ahora sí, serían diferentes.
Pero algo pasó y nada pasó.
Pero como bien se dice que “no hay plazo que no se cumpla”, dentro de 3 meses se sabrá quién de los 2 tuvo la razón: o el candidato o las bases del partido.
Cosa de esperar.
En la selección de candidatos por la vía plurinominal no le fue tan bien. Muchos parientes de la cúpula del PRI y del gobierno se colaron en lo oscurito.
Ojalá no le pese, pero sin duda, como a los otros 2, le pesará.
Ahora, los candidatos, los partidos y sus bases arrancan campañas sumidos en la esperanza del triunfo, en tanto el país sigue su marcha en medio de acusaciones, denostaciones, spots de radio, uso de “memes” en las redes sociales y vastos anuncios por la televisión.
Pero mientras, yo le pido a Dios que bien bendiga a quien tuvo la brillante y útil idea de inventar el control remoto.
Claro, la bendición en el marco de la Semana Santa.