Antes de que el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición de las Redes Sociales me condene a la hoguera por el título del texto, los invito a leer hasta el final.
Recuerdo que en 2016, en pleno proceso electoral tamaulipeco y cuando estaban en juego una gobernatura, 43 alcaldías, 36 diputaciones locales y miles de puestos públicos a consecuencia de dicha sucesión, uno de mis amigos de Facebook subió un breve e ingenioso video, el cual describo a continuación.
Con una mano estirada grabando a modo de selfie y con un hueso de carnaza en la otra, un joven tampiqueño se presenta junto con su perro: “Qué tal, mi nombre es Adrián y soy empresario. Él es Cacao”. El pug, regordete y chusco como todos, está parado junto a su amo y voltea a ver al lente de la cámara como saludando. Acto seguido, Adrián lanza el hueso de carnaza y el pug, confundido, gira la cabeza buscando hacer contacto visual con su dueño, cómo preguntándole qué diablos fue eso. Transcurren un par de segundos y Cacao sigue sin mover una sola pata. Al final, el joven remata: “Este 5 de junio, así como mi perro, yo no voy por ningún hueso”.
El video es tan original, que si no se hizo viral fue simplemente porque no estaba en modo público. En otras palabras, solo lo podían ver los amigos de Adrián. A pesar de ello, acumuló cientos de likes y decenas de compartidos. Pero lo que más llamó mi atención, fueron los comentarios. Desde hashtags como #DiNoAlHueso hasta frases como “ojalá todos los jóvenes pensaran como tú”. Y es que aunque debí haberlo dicho hace 2 años, más vale tarde que nunca: no podría estar más en desacuerdo con el mensaje del video.
Si la popular expresión mexicana ir tras un hueso se refiere a buscar un puesto en el gobierno, no sé ustedes, pero a mi me encantaría ver a más jóvenes tamaulipecos yendo tras un hueso.
EXPOSICIÓN DE MOTIVOS
En un país en donde la política está devaluada a causa de una corrupción grotesca y voraz, participar en la cosa pública para dignificarla, pasa a ser, más que un derecho, casi una obligación ciudadana.
En ese sentido, profesionalizar el servicio público es una responsabilidad de todos los mexicanos, pero que pesa, principalmente, sobre los hombros de los más jóvenes. Y es que representan la esperanza de una nueva generación de políticos capaces y honestos. ¡Los necesitamos en esto!
LA PROPUESTA
De modo que, la próxima vez que identifiquen a un joven valioso considerando hacer carrera en la función pública, adherirse a un partido político, apoyar el proyecto de un candidato o contender por un cargo a elección popular, lejos de desanimarlo con frases como “la política es un cochinero” o “mejor ponte a chambear”, los invito a que lo motiven a entrarle de lleno al tema. Después de todo, alguien tiene que hacerlo. ¿Por qué no apoyar a los mejores?
Por supuesto que ser joven, por si mismo, no es una virtud. A los tramposos y holgazanes, tengan la edad que tengan, no los queremos en la administración pública. Absténganse de participar.
UN GRITO DESESPERADO
Es en este punto donde la presente se eleva de una llamado a las nuevas generaciones, a un grito desesperado a la ciudadanía en general.
Sugiero impulsemos la carrera de aquellos jóvenes funcionaros que estén haciendo bien su chamba. Los hay a lo largo y ancho del país. En los gobiernos municipales, estatales y federal. ¡Es más! Llevémoslos a la Cámara de Diputados, donde la edad media es de 48 años. O al Senado de la República, donde ni si quiera está representada la juventud.
Me dirán: “¡Oye! También hay jóvenes funcionarios abusivos e ineptos desde Tijuana hasta Cancún y en los tres órdenes de gobierno que no merecen ir a San Lázaro y mucho menos al Senado”. Pues sí, pululan.
A esos, además de denunciarlos ante las instancias correspondientes, habría que hacerles como al pug: celebrarles que no vayan tras un hueso.