CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- La mañana se empezó a poner bochornosa, a pesar del leve viento que soplaba por las calles aledañas al mercado Argüelles. El bullicio de un sábado tempranero se sentía en cada banqueta, en cada pasillo, en cada rincón.
Señores de sombrero y botas, damas copetonas y cholos pelones van y vienen por las aceras. Otros cargando sendas bolsas de mandado, diablitos con mercancías, arpillas de cebolla, plásticos, elotes y demás verduras y legumbres.
Una dama de la tercera edad pero con el cabello impecablemente pintado lleva un par de bolsas, una en cada mano y resopla al caminar, sus ojos un tanto cansados y el rostro con arrugas y paño, entra al negocio y pide un cubito de alcanfor (el cual no debe confundirse con alcanforina pues son para usos distintos). Doña Margarita le entrega su pedido en una diminuta bolsa de papel. Diez segundos después entra otra señora en busca de algo más específico: éter preparado.
La fórmula solicitada la usan las mujeres que acaban de dar a luz para tonificar la ‘pancita’ después del parto. Contiene entre otras cosas alcohol, alcanfor, y romero. Se aplica ‘espreado’ mañana y noche y encima va la faja. La dama paga y se retira.
Inmediatamente llega un hombre con la postura un poco curva. “Quiero aceite de roble”, dice con marcada seguridad. “Es que se me acabó y ya me anda con el dolor de la rodilla”, comenta regalando una pequeña sonrisa al Caminante que observa a dos pasos de distancia.
Sólo han pasado cinco minutos y media docena de clientes han encontrado el ansiado remedio a sus quejas.
No buscan milagros, pero sin soluciones, y Doña Margarita sabe exactamente lo que cada uno requiere. Cincuenta años de experiencia son el mejor fundamento para confiar en su criterio.
Un caballero arriba a la droguería y sin más ni más pide algo para purgarse. Le es proporcionado una fórmula color rosa, en un frasco transparente. La dependienta le da instrucciones muy precisas: “Tómeselo de mañana, a la hora que despierte, a las 4 o 6 de la mañana, pero alístese, porque en dos horas le va a hacer efecto y…”
El caballero escucha con atención, mueve la cabeza en señal de comprensión. Paga su remedio y se va.
Doña Margarita se toma un muy breve respiro, mientras su fiel compañero, Sibur, un lanudo perro faldero observa a cada persona que ha acudido a la Droguería Popular, fundada hace 85 años y que actualmente es la única en operaciones en la capital del estado.
Entrar a esta botica es literalmente realizar un viaje al pasado, el Caminante es invitado a observar la bodega con los compuestos y sustancias necesarias para integrar cada fórmula que desde hace más de ocho décadas han remediado desde un dolor de panza, hasta el más severo catarro y el más horrible sisote en la piel.
El olor a sustancias químicas llena el espacio. Estantería de casi cien años, una báscula antiquísima pero en excelentes condiciones, sillas que serían verdaderas joyas para cualquier coleccionista , vasijas, y equipo para dosificar completan la estampa.
Otro señor llega muy preocupado pues ya no sabe qué hacer con su hijo que ha contraído una plaga de piojos y con nada se le quitan. “He pensado en ponerle ‘Oko’ en la cabeza porque nomás no sabemos qué darle… ¡ya usamos de todo!”, exclama.
Doña Margarita, muy ecuánime le muestra dos opciones, una en gel, otra como champú. El hombre se decide por el segundo y también se lleva un peine de esos con los ‘dientitos finitos’ para expulgar a su hijo. Suerte con eso.
El lugar vuelve a tener unos cuantos minutos de paz mientras Doña Margarita explica que la labor de la botica va más allá de vender remedios: es una tarea humanitaria.
“La mayoría de mis clientes vienen de la zona rural… de las orillas, a veces es necesario no sólo darles el remedio que buscan, sino escucharlos” comenta.
“Muy a menudo llega gente que no sabe exactamente qué necesita, pero al oirlos relatar los síntomas uno sabe cuál es el remedio idóneo para solucionarlo”.
Y es verdad, a esta botica, algunos llegan muy apesadumbrados, con caras largas y hasta con cierta ‘penita’ pero más vergonzoso es no preguntar y seguir con el problema encima, así que haciendo a un lado ‘el oso’ los clientes se desplayan para intentar explicar el problema que les aqueja.
Una nueva clienta llega dando de chanclazos al piso y pide ácido bórico, el cual desde que un periódico local publicó que es un remedio infalible para acabar con las cucarachas, se ha vuelto muy solicitado, y que además, sirve para aminorar el olor “a patas” que tan desagradable puede llegar a ser.
Más clientes, unos buscando amoniaco, otros alcohol, diferentes compuestos y brebajes, jabones Siete Machos, de avena y de azufre. Óxido de zinc, ácido acetil, bicarbonato de sodio, de magnesio y una lista interminable de productos los cuales Doña Margarita conoce no sólo por nombre, sino por uso, dosis y precio.
Si bien, en los últimos años la ciudad ha sido ‘tapizada’ de farmacias genéricas, hay una ventaja que la botica tiene y es que aparte de tener precios muy módicos, está la atención personalizada para cada padecimiento, además de proporcionar el remedio en su justa dosis, pues al comprar medicamentos por caja, generalmente se gasta más de lo que realmente se va a necesitar.
De la Droguería Popular ya se ha escrito mucho, de su fundador y de su admirable vigencia, sin embargo basta con pasar veinte minutos frente al mostrador para entender la gran necesidad que hay de sus productos al ver las expresiones de alivio de cada cliente que feliz de haber encontrado el remedio exacto a su padecimiento, puede volver a sonreír después de días o quizás semanas de dolor.
Otra cosa que llama poderosísimamente la atención son los nombres antiquísimos que aún conservan los productos: etiquetas como “Champú de sangre de dragon” “Pomada del Viejito” o “Jabón de víbora” son fieles testigos de que estos remedios no quedarán obsoletos por más que pasen los años, pues su comprobada eficacia los mantienen en el mercado.
Pero aquí se vende de todo (como en botica) hay también rastrillos, complementos alimenticios, artefactos para lavado intestinal, perlas de esto y aquello antiácidos y mucho más.
Cada persona que llega tiene una historia especial que contar y quizás hasta qué lamentar, pero casi el total de ellos encuentran lo que necesitan (y si no hay, en ese momento arranca la maquinaria para conseguirlo).
El Caminante queda fascinado con la calidez y certeza con la que Doña Margarita Luna corresponde a cada solicitud de tal o cual fórmula. De una lucidez impactante y un contagioso buen humor con leves chispazos de caló, suele ser muy directa y muy precisa, pues de cada producto que le solicitan responde con un “Si hay y cuesta tanto el litro, kilo, medio, o cuarto” para que no haya duda de que se está pagando por lo que realmente se va a usar o necesitar.
La señora se declara seguidora de las letras y entre cliente y cliente dedica su vista a devorar libros, pero eso sí, sin descuidar el changarro.
El Caminante se encuentra muy a gusto ‘echando la concha’ pero dicen que el onceavo mandamiento es no estorbar y hay que darle espacio a los transeúntes que van y vienen buscando solución a sus dolores. Suficiente pata de perro por este día, hay que seguir circulando, pero ya que anda por estos lares aprovecha para llevarse un poco de acido bórico que muy gentilmente le es regalado por la dama del mostrador (pero que quede claro que usará este remedio contra las cucarachas y no porque le huelan los pies.
¡Conste!).