Hay días en que el ejercicio del oficio se torna amargo y más áspero de lo común, aun cuando vivimos en una ciudad donde diariamente se pierden vidas como consecuencia de la violencia irracional.
Sucede que de repente la barbarie golpea muy cerca de nosotros y cimbra a un oficio que durante los últimos años ha vivido al filo de la navaja.
Ayer fue una de esas veces. Desde muy temprano empezó a circular una mala noticia: la desaparición del periodista Héctor González, corresponsal del periódico Excélsior, director del medio digital Todo Noticias y ex compañero y amigo de la comunidad periodística Expreso, donde durante ocho años cumplió puntualmente la tarea de informar.
Más tarde se confirmó lo que había sido un terrible presagio: Héctor fue encontrado muerto. Lo abandonaron sin vida en una brecha solitaria, en la periferia de Ciudad Victoria.
¿Por qué lo mataron? Seguramente que la autoridad ya trabaja para cumplir con su obligación de aclarar este crimen y castigar a los culpables con todo el peso de la ley.
Mientras tanto hay en el gremio un ambiente de indignación.
Ojalá que tras este nuevo golpe, el periodismo tenga la capacidad -ahora sí- de encontrar coincidencias que permitan abrir más canales de comunicación, más espacios comunes para defender este oficio, que al igual que muchos otros, se transformó en una actividad de alto riesgo.
Las cifras hablan por sí solas: en lo que va del 2018, suman seis periodistas muertos en el país, dos de ellos en Tamaulipas. En total, durante el sexenio de Peña Nieto han sido asesinados 43 comunicadores.
La situación no puede continuar así. Si una tragedia como ésta puede servir para algo, que sea para frenar esta ola de barbarie que hace tiempo puso contra las cuerdas a la
libertad de expresión.
Durante el tiempo que colaboró con esta casa editorial, el apego de Héctor a los lineamientos más estrictos de la ética profesional fue una constante. Siempre respetuoso, practicó la generosidad adentro y afuera de nuestras instalaciones.
Solía decir que su trabajo era el que hablaba por su persona y lo cumplía: su tenacidad y valentía lo distinguieron.
A final de cuentas, Héctor lo que hacía era cumplir cabalmente con su responsabilidad como periodista en un momento dramático para el estado y para el país.
Su asesinato cala e irrita a todos los periodistas, pero antes que nada, es un terrible agravio para la sociedad y para el Estado de Derecho.
El intolerable desafío que entraña, merece una respuesta rápida y contundente de quienes tienen el deber de hacer cumplir la ley.