Los “motivos personales” que aducen los 70 candidatos que han renunciado durante el actual proceso electoral local, no son otros más que la jodencia.
En otros tiempos, un candidato podía no tener posibilidad alguna de ganar la elección, pero sabía que las campañas podían ser un negocio bastante lucrativo.
Pero las cosas han cambiado. La fiscalización del gasto electoral que lleva a cabo el INE, ata de manos a quienes en otros tiempos eran expertos en quedarse con el cambio.
Si a eso se le suma que los partidos que antes fueron todopoderosos hoy padecen una obligada austeridad, el resultado es que muchos candidatos prefirieron tirar la toalla antes que caer en números rojos.
Ahí está el caso de Yahleel Abdala y Alejandro Guevara Cobos, que llevan a cabo una campaña de máximo ahorro. Su mayor gasto, dicen, es el de los cafés que invitan en sus reuniones, porque de desayunos mejor ni hablar.
Los candidatos de Morena, desde un principio advirtieron que aplicarían la austeridad rampante. Américo Villarreal Anaya asegura que no le ha llegado recurso alguno, lo mismo que Eduardo Gattás, que en Victoria hace campaña de fiado con la promesa de que llegará a la alcaldía y se va a poner a mano.
En general, salvo contadas excepciones, los candidatos a las alcaldías sostienen que están costeando de su bolsillo las campañas.
El problema es que entre los personajes que aparecerán en las boletas el 1 de julio, hay algunos cuyo pasado nos hace sospechar que más bien, los pocos recursos que les tocan por ley, los están derivando a sus alcancías personales.
Entre la chiquillada, se ve que hay quienes han invertido aunque sea un poco en la producción de audiovisuales, como el candidato del Verde a la alcaldía de Victoria, Fernando Arizpe, quien presentó un video que seguramente encargó a una casa productora.
Luego habrá que revisar si esa factura ya está en manos del órgano auditor del Instituto Nacional Electoral.
Porque ya hasta cansa la cantaleta de los partidos políticos quejándose del nivel de fiscalización de la autoridad.
El problema es que los operadores expertos en todo tipo de trapacerías (y mapacherías) pasaron de un sistema que les permitía maniobrar con singular alegría los pesos y centavos para favorecer sus carteras, a uno en el que por lo menos tienen que batallar más para concretar sus transas.
Por eso y no por otra cosa, las campañas electorales se han vuelto poco atractivas para los candidatos sin recursos.
Prueba de ello es que por primera vez en la historia de Tamaulipas, hay partidos como el PVEM y PANAL que de plano prefirieron dejar sin candidaturas propias a buena parte de los municipios del estado.
Lo dicho, para la chiquillada la campaña electoral dejó de ser negocio, y para los poderosos se convirtió en un volado en el que no hay lucro garantizado. Y así, lo estamos comprobando, muchos ya no están dispuestos a entrarle.