El día que mataron a Rodolfo Torre Cantú en la carretera a Soto la Marina, Tamaulipas se conmocionó, el crimen cimbró al Estado a unos pocos días de acudir a las urnas, la atmósfera social se enrareció con una mezcla de miedo y coraje… y entonces las cosas empezaron a cambiar, aunque este proceso empezó silenciosamente.
Apenas unos meses ante los tamaulipecos empezaron a recorrer la pesadilla de la violencia que ya había dejado una secuela de brutalidad, abusos y crímenes de todo tipo. Lo de Rodolfo fue un golpe demoledor al ánimo ciudadano.
A pesar de todo el efecto principal del atentado contra el candidato priista pasó inadvertido para la cúpula política de Tamaulipas: la explosión del hartazgo social largamente contenido, que se fermentó a lo largo de 83 años de control monopartidista, llegaba a su clímax.
Los gobiernos priistas pudieron sobrevivir otro largo rato porque el mal humor ciudadano fue relevado durante algún tiempo por el terror. El dolor por los miles de muertos y desaparecidos y el miedo por los secuestros, levantones, saqueos de ranchos, empresas y propiedades, cobros de derecho de piso y demás atropellos, pusieron a prueba la resistencia de los tamaulipecos y le dieron un respiro a quienes ostentaban el poder en ese momento.
Ocho años después dejaron sentir su estado de ánimo: en 2016 botaron del poder a los gobiernos priistas que nunca entendieron que el encabronamiento social iba aumentando hasta que se expresó en las urnas con un rechazo total contra los culpables del caos y el desorden.
Egidio Torre Cantú -sustituto de Rodolfo-, gobernó lejos de las viejas cúpulas tamaulipecas, enfrentó y relegó a la vieja burocracia partidista y no tardó en declararle la guerra a un soberbio Baltazar Hinojosa, el candidato priista que finalmente fue aplastado en las urnas por el panista Francisco García Cabeza de Vaca.
La descomposición del priismo se aceleró entonces y no ha sido tan difícil desmantelar los restos del cascarón tricolor. En menos de dos años sus estructuras fueron debilitadas, coptados sus operadores políticos y al llegar a la elección presidencial de 2018, es solamente una pálida sombra de la fuerza hegemónica e imbatible que fue.
Los factores reales de poder que crecieron y se fortalecieron a la sombra de los gobiernos priistas desde hace mucho que buscan una mejor sombrilla para sus intereses. En esta
misma elección le cerraron la puerta a la mediocre jerarquía que dirige Sergio Guajardo.
Ex alcaldes y ex diputados olvidaron su fervor priista. Unos emigraron a Morena como candidatos, otros esperan capear alguna chamba o simplemente se han acurrucado a la sombra de los candidatos panistas, pensando en escapar a la mirada de la Auditoría Superior del Estado o del Fiscal Anticorrupción.
Es un priismo que vive sus peores días y además del furor antipriista de los tamaulipecos, todavía tendrá que enfrentar –si pasa lo que se pronostica-, su expulsión de Palacio Nacional y quedar reducido a una minoría en el Congreso.
El rechazo acumulado durante 83 años de ejercicio del poder, con los errores que suele cometer todo régimen sin contrapesos, lo empezó a pagar el día que Tamaulipas cayó en la espiral de la violencia y subió de intensidad el día que mataron a Rodolfo.
Ocho años después, la élite política que impulsó a Rodolfo está diezmada y en desbandada o encarcelada, las estructuras del poder pasaron a manos totalmente diferentes y antípodas y lo que se ve a corto plazo perfila el puntillazo final contra el priismo.
El PAN es hoy la fuerza dominante que en poco tiempo se ha ido afianzando con la inocultable intención de permanecer un largo periodo en el poder. Detrás vienen Morena y sus aliados a colocarse como segunda fuerza política…`
Otros, muy diferentes, son los nuevos escenarios políticos de Tamaulipas y sí, la muerte de Rodolfo y todo lo que hemos vivido desde entonces sí ha marcado el ánimo de los tamaulipecos.