No ha habido en Tamaulipas un gobernador tan refractario al conflicto y a la confrontación como lo fue Américo Villarreal Guerra, un tipo mesurado y discreto que ejerció su poder con un estilo terso y conciliador.
Tal para cual, su hijo Américo Villarreal Anaya es por su temperamento una copia fiel del exmandatario y toda su vida se mantuvo alejado de la política hasta que dejó estupefacto a medio mundo cuando apareció como candidato de Morena a una senaduría.
El mesurado y cauteloso cardiólogo acaba de sorprendernos ahora que se pinta el rostro de guerra y se planta ante los medios nacionales y locales para reclamar como suyo el triunfo que el cómputo de votos ha acreditado a Ismael García Cabeza de Vaca.
Para rematar, ayer Américo hizo declaraciones vía telefónica con el noticiero de Carmen Aristegui y su voz apagada y arrítmica nunca empató con el mensaje enjundioso que leyó de corridillo, como si quisiera acabar pronto.
Ni un discurso incendiario, ni un solo mensaje lapidario, poca propaganda, muy contados eventos y acercamientos esporádicos con los medios, contados boletines y unas cuantas entrevistas de prensa, resumen su activismo en busca del escaño senatorial.
Sospechamos por eso que la actitud rebelde y contestataria que ha asumido ahora, no es iniciativa propia y que tal vez contra su propia voluntad, se puso los guantes y se trepó al ring.
Hay una versión que trata de explicar la actitud de Américo: Morena lo encarriló en un conflicto postelectoral porque la cantidad de escaños que tiene asegurada hasta el momento no le dan la mayoría que necesitan para alcanzar el rango de aplanadora.
Se revisaron los resultados en los 32 estados de la República y se eligieron los casos donde la competencia fue más cerrada para judicializar la elección y tratar de ganar en los tribunales las posiciones que le faltan para no requerir apoyos de otros.
La diferencia entre la votación de Ismael y Américo no rebasa los cinco mil votos, más que suficientes para ganar cualquier elección pero el pataleo tiene una razón estratégica y los líderes de Morena han decidido aplicar la máxima aquella: lo que no se gana se arrebata.
¿Qué sigue? Pues que Morena demuestre que su impugnación tiene bases y sobre todo, que la autoridad se las valide. Obviamente que los adversarios no están mancos y defenderán contra viento y marea un triunfo que no resulta difícil de explicar por los triunfos indiscutibles que obtuvieron en la elección de alcaldes y diputados y que los reafirman como primera fuerza política en Tamaulipas.
La bronca es de Morena y de sus estrategas políticos que lo que no ganaron en las urnas han decidió pelearlo en los tribunales, y de Américo que ha quedado atrapado en esta lucha de intereses.
En realidad debe estar temeroso y apurado porque lo sacaron de su zona de confort y lo convirtieron en causa y motivo de una disputa legal que para él sale sobrando.
Al final de cuentas sabe que como primera minoría ya tiene amarrada la senaduría.
Y si suena descabellada la intentona de Américo y Morena por ganar la elección en la mesa, el pataleo del PRI invita a la carcajada. Refundidos en un lejano tercer lugar, muchos de sus candidatos alegan que sí perdieron, pero no tan feo.
Así de mal está el Revolucionario Institucional.