Los estados de ánimo del país no han tenido momentos de estabilidad y reposo desde que empezó el año y se abrió la lucha por la sucesión presidencial. Cuando se declaró ganador de la jornada electoral a Andrés Manuel López Obrador y sus contrincantes aceptaron sin pestañear el mandato de las urnas, hubo momentos de sosiego, como si la tormenta hubiera pasado.
Pero apenas unas horas después de la votación, tras la entrevista entre López Obrador y Enrique Peña Nieto en Palacio Nacional dio comienzo la sucesión de facto. Peña y su equipo hicieron mutis hasta pasar desapercibidos y el Presidente Electo se plantó en medio del escenario y a cinco meses de su toma de posesión asumió el mandato y empezó a gobernar como si ya fuera diciembre.
AMLO emite nombramientos todos los días, por lo menos casi integró la totalidad de su gabinete y sus cuadros intermedios, ya pactó quien será el líder del senado, ha anunciado un paquete de doce reformas legislativas que seguramente generarán encendidas polémicas en la Cámara durante los próximos meses.
Ahora confirmamos que la reforma educativa va para atrás, que se cancelan las pensiones de los expresidentes y que Andrés Manuel ha rentado una casa porque no quiere vivir en Los Pinos, también está en marcha la incorporación del Estado Mayor Presidencial al Ejército y la corrupción, el robo de combustibles y el fraude electoral serán declarados graves.
Bajo el vértigo del nuevo gobierno que se ha montado sobre el ya viejo régimen de Peña Nieto el país boquiabierto apenas se entera y no acaba de entender las acciones anunciadas que vienen una tras otra, no alcanza a aplaudir ni tampoco a condenar porque no hay tiempo ni respiro.
Acá en provincia o en el interior del país, como suelen decirnos en la Ciudad de México a los que vivimos más allá de Cuautitlán, apenas se diluyen los alegatos de los protagonistas de la elección, pero lo que no deseábamos empieza a ocurrir: los ganadores hacen sentir el peso abrumador del poder recién adquirido y los perdedores son arrinconados en las cuerdas. Nada de abrazos ni de amor y paz.
Por lo pronto el anuncio de la desaparición de las delegaciones ha hecho cundir el pánico entre los miles de burócratas que ahora viven en la incertidumbre aunque los voceros del régimen han dicho que no se va a correr a nadie.
Y se desata el debate por la designación de los coordinadores generales del gobierno federal en los estados. La reacción que ha generado este anuncio se sintetiza en un juego de palabras: en las 32 entidades federativas habrá 64 gobernadores, los que eligieron los ciudadanos y los que son enviados desde el centro con poderes plenipotenciarios.
En estas circunstancias llega el país al asueto veraniego. Ya Peña Nieto dijo que se va a descansar y no se siente en su gabinete el deseo de hacer guardia pero el nuevo gobierno, ya en la dinámica de ejercer el poder seguirá generando noticias espectaculares en jornadas que arrancan desde las seis de la mañana hasta después del oscurecer.
Y pensar que faltan cuatro meses y medio para que la sucesión llegue a su momento culminante. No es nada grato tener dos gobiernos federales a la vez. Ya con uno tenemos suficiente para vivir con el Jesús en la boca.