Ayer, por cuestiones de familia me encontraba en ciudad Victoria, Tamaulipas, razón por la cual, aproveché la ocasión para acompañar a mi hijo Jorge Othón, a la ceremonia que la masonería celebraba frente al monumento a don Benito Juárez García, instalado fuera del palacio de gobierno, mismo que por cierto, se encontraba cerrado al público.
De los gobiernos del estado y municipal, sólo mandaron un representante personal, que así como llegaron se retiraron sin decir adiós, en tanto los escasos veinte liberales que ahí se encontraron, se ausentaron al concluir el evento y, salvo seis, decidieron aprovechar la ocasión para saborear un café en uno de los restaurantes que se ubican hacia la parte norte de plaza.
Al concluir, cada quien agarró su rumbo y sabrá Dios hasta cuándo volveré a tener otra oportunidad de reunirme con los mencionados liberales, algunos de los cuales son de mi camada, cuando todavía vivía mis años de estudiante o laboraba en la Secretaría de Recursos Hidráulicos.
En fin, el caso es que ahí estuvimos, lo que me permitió comparar la celebración de la ciudad capital, con la de mi pueblo.
En mi tierra, asisten a la ceremonia el alcalde, su esposa, el cabildo, maestros, estudiantes, padres de familia, los cuerpos de seguridad pública y población civil.
Por la ciudad capital, sólo dos representantes de los gobiernos estatal y municipal.
En fin, creo hay más sentimiento patriótico en los pueblos chicos de Tamaulipas, que en la propia ciudad capital.
Mientras todo esto ocurría, el que esto escribe recordaba lo que hemos leído sobre el fallecimiento de don Benito Juárez y, que pocos saben, que el gran benemérito murió de una angina de pecho.
El diecisiete de julio de 1872, Juárez decide no dar su paseo de todas las tardes y prefiere irse desde muy temprano a su recámara que tenía dentro del palacio nacional. Esa noche, sólo tomó un atole, tuvo náuseas que no lo dejaron dormir.
Al día siguiente, dieciocho de julio a las nueve horas, mandó llamar a su médico, se sentía mal y sufría de fuertes calambres, tenía el pulso bajo y sus latidos muy débiles, razón por la cual, se le aplicaba agua caliente en el pecho, en tanto la familia se reunía en la sala, esperando el momento fatal. Fuera de la casa, el pueblo se juntaba.
El dieciocho de julio por la mañana, Juárez le pregunta a su médico Ignacio Alvarado, si lo suyo era delicado y, este le responde que lo siente mucho, pero así es. El tratamiento médico en ese entonces, era echarle agua caliente en el pecho.
El Benemérito siguió mal, por lo que decide irse a la cama, se acuesta del lado izquierdo, coloca una de sus manos bajo su cabeza y, con evidente fatiga, se queda dormido. Su muerte era evidente.
Eran las 23.35 horas del 18 de julio de 1872, cuando los médicos que lo atendían, lo declararon muerto.
La causa fue una angina pulmonar, había durado en el poder catorce años, razón por la cual, el pueblo de México de ese entonces, le dedicó un mes de solemnidades en todo el país.
Todo esto pasaba por mi cabeza, cuando asistía al homenaje de don Benito Juárez García y, dentro de las preguntas silenciosas que me formulaba, era entre otras ¿Dónde están las autoridades?.
HASTA MAÑANA Y ¡BUENA SUERTE!