En las últimas semanas han sido denunciados por abusos sexuales contra menores y encubrimiento desde el influyente cardenal y arzobispo emérito de Washington, Theodore McCarrick, hasta prelados chilenos, australianos e irlandeses.
Son días de ceses fulminantes de jerarcas católicos, destacando el caso de McCarrick, quien, a sus 88 años, el 28 de julio fue apartado por el Papa Francisco de sus labores evangélicas y enviado a una casa aislada donde deberá permanecer en penitencia y oración hasta que se aclare su conducta en un proceso canónico.
McCarrick es considerado una de las autoridades eclesiásticas con más poder e influencia en la Iglesia estadounidense y las denuncias procedieron tanto del diario The New York Times como del cardenal de Newark, Joseph Tobin, quien recibió tres acusaciones en contra el prelado católico.
A finales de julio también cayó Philip Wilson, arzobispo de Adelaida, Australia, de 67 años, quien renunció a su cargo después de ser declarado culpable de encubrir abusos sexuales cometidos en los años 70 por un conocido cura pedófilo llamado Jim Fletcher.
Todo esto precedido de cuanto ha ocurrido en Chile, donde en junio pasado Francisco aceptó la renuncia de cinco obispos vinculados a casos de abusos sexuales.
Estos cinco obispos estaban en el ojo del escándalo de la Iglesia católica chilena debido a que encubrieron los abusos cometidos por Fernando Karadima, un sacerdote que protagonizó el mayor caso de pederastia en la historia de Chile y quien fue descrito por el escritor Ariel Dorfman como un personaje “despreciable” que amasó una fortuna estafando a sus seguidores. Por supuesto que el avance de estas denuncias, y las renuncias mismas, se dan luego del chasco que se llevó Francisco en Chile, cuando de visita en ese país, en enero, desoyó a las víctimas y por ello fue duramente criticado.
El Papa está contra la pared en el tema de los sacerdotes pederastas, y sobre todo en cómo manejar a los cómplices de éstos, a los encubridores de la alta jerarquía en los distintos países y a sus aliados en la Santa Sede. Pero ninguno de estos dolores de cabeza para Francisco proviene de México, país que, a pesar de múltiples denuncias por violaciones de sacerdotes, no figura en esta coyuntura.
“Tras de lo ocurrido en Chile el Papa cambia las reglas del juego y decide escuchar directamente a las víctimas incómodas, aquellas que no se ajustan al modelo de secrecía, y con las que, por cierto, no quiso reunirse en México”, me explica vía telefónica Alberto Athié, con largo tiempo denunciando estos abusos, y el inherente encubrimiento, en México.
“Ese es el cambio: el reunirse con víctimas incómodas, pues anteriormente el protocolo de acopio de información por parte de la Iglesia había sido sesgado, a favor de los abusadores y en contra de las víctimas”.
Le pregunto a Athié sobre si cree que esto, que las denuncias tomen fuerza y caigan altos jerarcas, ocurrirá en México, o si seguiremos siendo “singulares”.
“Es que en todo esto participa el cardenal Norberto Rivera, quien es el peor y principal encubridor de todos los casos de abuso. Encubrió y ayudó a encubrir a gente como el padre Eduardo Córdova, de San Luis Potosí. Obviamente lo que estamos esperando es que algún día aquí en México no sólo sepamos lo que ocurrió, sino que lleguemos a tribunales, porque la realidad es idéntica a la denunciada en Australia, Washington y Chile. Lo que pasa es que aquí el contubernio entre autoridades y Iglesia es mucho muy fuerte.
“En Chile y Australia han llevado a los tribunales a los obispos. En Chile además incautaron los expedientes de 158 sacerdotes con acusaciones de pederastia que nunca habían sido denunciados”.
Athie recuerda que Andrés Manuel López Obrador tejió amistad con Norberto Rivera y se pregunta: “¿se va a poder abrir un camino a la verdad y a la justicia? ¿O se va a mantener la cerrazón?”. Ahí una agenda de justicia para el gobierno que está por iniciar, y una oportunidad para dejar de ser un país “singular”, donde la justicia es a modo.