A tirones y jalones, con más pena que gloria porque la gran derrota del PRI se carga a su cuenta, Checo Guajardo Maldonado se prepara para cumplir un año al frente del PRI tamaulipeco a finales de agosto y es muy probable que en septiembre ya esté limpiando su escritorio para entregarlo a quien lo releve.
Checo sin embargo, tendrá suficientes historias para contar a sus nietos. Por ejemplo, el día que tuvo la ocurrencia de buscar el liderazgo del PRI a principios del 2017, sabía que por su gris trayectoria y cortos alcances difícilmente cumpliría su sueño, más aún si enfrentaba a un político curtido, rudo y adinerado como Óscar Luebbert.
Nunca se imaginó siquiera que todo conspiraría a su favor. Por alguna poderosa razón, por ejemplo, dos exgobernadores -Eugenio Hernández y Egidio Torre-, le otorgaron su apoyo incondicional y operaron políticamente con un fervor casi religioso para hacerlo líder, sobre todo para arruinarle los planes al ambicioso Luebbert que finalmente tuvo que regresar derrotado a su búnker en Mission, Texas.
Se supo después que inclusive desde la misma Secretaría de Gobernación surgió la consigna de encumbrar al incrédulo Checo. De hecho los operadores de Miguel Osorio en Tamaulipas se atrincheraron en Victoria con harto dinero para repartirlo y comprar apoyos para Guajardo.
Impresionante el empeño de los priistas todopoderosos que eufóricos urdieron, tejieron, maquinaron y encumbraron a Checo en un extraño ritual de celebración por su hazaña, y de burla y pitorreo por la pequeñez del nuevo líder.
Finalmente, con el desenlace del primero de julio, para los autores del ascenso de Sergio al PRI todo acabó en una especie de suicidio colectivo. Perdieron alcaldías, senadurías y diputaciones, siguen siendo unos apestados en Tamaulipas y sus servicios si acaso fueron vistos como una manera de expiar parcialmente sus excesos.
La frialdad de las cifras del pasado proceso electoral hablan de un priismo en quiebra y agonizante y su incierto futuro sin liderazgos ni recursos para mantener la colosal estructura que durante años fue subsidiada por el erario público, permite afirmar que lo peor apenas les va a llegar.
De Guajardo solo quedan historias sórdidas que contar. Se habla de millones y millones que recibió a cambio de candidaturas, de los subsidios y apoyos que se embolsó, que negoció y transó presuntos triunfos priistas y que siempre estuvo a la venta, al mejor postor.
Ayer se supo que ya fue emplazado para dejar el cargo y que desde México, por designación directa llegará el relevo en una señal clara de desconfianza para los más influyentes priistas locales que enseñaron feamente el cobre.
Los primeros en celebrar la inminente caída de Guajardo han sido sus propios compañeros del comité estatal, hasta el mismo Lucino Cervantes, uno de los genios que lo hicieron líder. No faltarán los que exclamen que ya para qué…