Aún en los estertores de una agonía que parece irreversible, el PRI sigue siendo un membrete codiciado y levanta pasiones. Entre las ruinas quedan aún residuos del viejo esplendor que es disputado por quienes creen que desde ahí todavía hay proyectos y negocios que se pueden llevar a cabo.
Por lo menos en Tamaulipas los priistas creen que estarán en condiciones de montarse en el escenario del 2019 para sacarle provecho a lo que queda del PRI, que podrían comercializar por su condición de partido-bisagra y de contrapeso entre el PAN y Morena. Los priistas tienen harta experiencia para negociar en lo oscurito.
Y es que aunque parece un proceso menor, la elección del 2019 es clave para el futuro de Tamaulipas por dos circunstancias que no hay que pasar por alto:
1.- El actual gobierno estatal tendrá que asegurar una mayoría legislativa contundente, para garantizar la gobernabilidad en la segunda mitad del sexenio, y eso obliga a operar con alianzas electorales que en este momento sólo serían viables con los priistas.
2.- Morena y el nuevo Gobierno Federal se han propuesto dominar las legislaturas locales para facilitar y asegurar las reformas constitucionales que pretenden llevar a cabo, y para eso contarán con un sector del priismo que prefiere negociar con los morenos, entre los cuales están muchos de sus ex compañeros.
3.- Por si fuera poco, los comicios del 2019 serán una plataforma de lanzamiento para la sucesión gubernamental en el 2022 y tanto el PAN como Morena necesitarán un aliado como el PRI para maniobrar en algunas regiones y con ciertos sectores del viejo régimen que todavía estarán dando lata.
Por todo esto y por el provecho que aún se le puede sacar a una elección donde ya no estará en la boleta Andrés Manuel López Obrador, sobran ahora quienes se apuntan para dirigir el PRI.
Inevitablemente quien llegue tendrá que pactar con el actual gobierno estatal o con el régimen de Andrés Manuel porque los mecenas se acabaron, ya no aportarán un solo cinco, y sus finanzas están vacías y con números rojos por la rapacidad de Rafa González y Checo Guajardo, y sus camarillas.
Pero supongamos que estas carencias se resuelvan, hay otra problemón en puerta: ¿quién va a invertir para sacar adelante a un insignificante diputado local? Peor todavía si juega bajo el vapuleado membrete del PRI.
Se estima que financiar la campaña de cada candidato a diputado, incluyendo gastos en sueldos y logística, propaganda, marketing y compra de votos y funcionarios electorales, cuesta 12 millones de pesos por distrito.
¿Quién le va a atorar? No hay candidatos y menos patrocinadores que se atrevan a gastar tanto dinero en una aventura que probablemente al final resulte fallida.
Queda únicamente pactar o venderse con el PAN o con Morena y lo más probable es que cualquiera de los dos grandes agrupamientos tengan interés en comprarlos porque ellos sí tienen presupuesto suficiente.
Los ganones, con pena y todo, serán finalmente quienes se encaramen en la cúpula tricolor y desde ahí obtengan beneficios personales transando la participación en las elecciones. Por eso hay aspirantes de sobra para el liderazgo que dejará vacante Checo Guajardo.