La institución presidencial no tiene nombre ni apellido, aunque cada seis años recae en un mortal, que en un país en ‘guerra’ como México se vuelve potencialmente más mortal que cualquiera de los funcionarios de cualquiera de los tres niveles; por eso la seguridad de Andrés Manuel López Obrador no tendría que ser un tema que decida el nombre y apellido a su gusto personal, porque siendo ya lo que es, se convierte en un tema de seguridad nacional.
Así es mis queridos boes, la reflexión se desprende del anuncio del presiente electo Andrés Manuel López Obrador, quien ayer anunció que lo van a cuidar 20 profesionales, sin armas, al confirmar la disolución del Estado Mayor Presidencial, cuya razón de ser ha sido históricamente la seguridad del Presidente de la República y el electo.
Este cuerpo de élite ha cuidado a priistas y panistas, a populistas recalcitrantes, derechistas represores y a buenos hombres que han estado en el poder; los han protegido por igual, porque insisto, no cuidaban a López Mateos, a De la Madrid, a Fox, a López Portillo, Echeverría o Díaz Ordaz, no señores, cuidaban la institución que es el Presidente de la República.
Y es que la seguridad del presidente no es, por lo que veo, valorada lo suficiente hasta que se pierde.
Hay que decir que más allá de los discursos de amor, de los buenos deseos, de la fe de un México mejor y en paz, el Presidente de la República es el jefe supremo de las Fuerzas Armadas, el rostro de mando de la Policía Federal, el jefe de la cabeza de la PGR y esto lo convierte por añadidura en enemigo de los poderes fácticos, cárteles y demás.
Sin mayor explicación, una vez investido como presidente electo, como ocurrió el miércoles, AMLO tiene enemigos por todos los rincones del país.
Sí, somos más los buenos que los malos, claro que el que nada debe nada teme, desde luego que se escucha bonito eso de que ‘a mí me cuida el pueblo’, pero la cruda realidad del México que gobernará López Obrador obligaría a tener en la práctica una posición más pragmática que romántica sobre la seguridad del presidente.
Habría que recordarle a AMLO que en el corte de abril del sexenio de Enrique Peña Nieto iban 73 alcaldes ejecutados y que sólo en 10 meses que duró oficialmente el proceso electoral que lo eligió, hubo 133 políticos ejecutados en el país.
Habrá que apuntar que sin lugar a dudas los alcaldes traían al menos cuatro guardaespaldas para su custodia y aún así sucumbieron a las balas.
Y es que hay que insistir en la convulsión que ha causado a México la muerte de políticos importantes, que genera además de incertidumbre, a veces salida de capitales, mala imagen ante el mundo y demás.
Miren, en México ya han muerto personajes con nivel de presidentes, uno en funciones y otro electo.
En 1920 fue asesinado Venustiano Carranza cuando era presidente de la República, su comitiva fue emboscada en Tlaxcalantongo Puebla. El país se volvió loco por semanas y la conmoción retrasó y enredó más el ya convulso clima revolucionario.
Luego tocó el turno a un presidente electo, Álvaro Obregón, asesinado en un restaurante de la CDMX, en 1928. Su ejecución desató días de terror en el país y un nuevo freno a la construcción del México post revolucionario.
Más acá, en marzo de 1994, en Lomas Taurinas cayó víctima de las balas Luis Donaldo Colosio Murrieta, cuando sólo faltaba que en las urnas se ratificara el triunfo que nadie le iba a arrebatar, más que la conspiración que le quitó la presidencia y la vida.
Recordemos días aciagos en la política mexicana tras su muerte, misma que incluso se cree marcó la pérdida de la presidencia para el PRI por primera vez en el 2000.
Aún más acá, en tiempo y espacio, en junio del 2010 fue ejecutado Rodolfo Torre Cantú, cuando estaba también a días de ganar la elección para la gubernatura en Tamaulipas. El Estado se conmocionó y como una de las consecuencias padecimos a Egidio Torre seis años en un sexenio para olvidar, periodo en el que se generalizó la violencia que padecemos hasta hoy.
Vuelvo a insistir, la seguridad del presidente es cosa de seguridad nacional, porque como vimos la muerte de un personaje de ese tamaño no sólo afecta en lo emocional a una familia, afecta en general a todo el país.
AMLO dijo ayer que sólo los funcionarios de áreas de seguridad van a tener cuidado de escoltas, es un despropósito y lo explico así: el Secretario de Agricultura (nada que ver con seguridad) su trato es con ejidatarios y productores del país, un día sus decisiones afectan a los narcos de Culiacán, que manipulan precios de productos agrícolas y los malos de allá lo ponen en la mira; lo van a matar… para mí eso es negligencia.
Ya ni hablar de que le pase algo al propio AMLO, creo que este país no resistiría un magnicidio más, nuestras instituciones son por decir lo menos tan débiles que la crisis sería mayúscula, ojalá reconsidere, por su bien y el de todos nosotros.
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