La línea oficial dice que estamos a unas horas, días a lo mucho, de culminar la renegociación del TLCAN. Este ha sido el mensaje de los negociadores desde hace un par de semanas. Un optimismo que se ve aderezado con una pisca de sal. Ya que Ildefonso Guajardo, el secretario de economía, señala que en toda negociación hay puntos de fricción.
¿Entonces, cuál es la situación? Dado que la negociación se hace a puertas cerradas no lo sabemos. Sin embargo, existen pasos del proceso que indican que a lo más que se puede llegar en los próximos días es a un “acuerdo en principio”, lo que en inglés llaman “handshake agreement”. Esto último, más que apretón de manos podría traducirse como un acuerdo de caballeros en lo general, pero sin solventar todos los detalles.
No obstante, ante la opinión pública este acuerdo se presenta como algo definitivo. Y no lo es por un par de factores. Uno es que la renegociación ha tomado un rumbo bilateral que ha hecho a un lado, de momento, a Canadá. Para México el acuerdo definitivo tiene que incluirlo, pero no hay garantía de que más adelante ese país se sume al acuerdo bilateral sin muchas dificultades.
Otro factor que es el verdaderamente fundamental, es que los nuevos acuerdos deberán ser ratificados por los congresos de los tres países. Y el senado mexicano cambiará de color partidista dentro de una semana. Algo similar puede ocurrir, con un avance de los demócratas, en las elecciones norteamericanas de noviembre próximo.
Dar la impresión de que todo marcha sobre ruedas responde a los intereses inmediatos de Trump y Peña Nieto. Para el Donaldo un acuerdo con México es una forma de presionar a Canadá que, si no lo acepta quedaría como tercero en discordia.
Antes de hablar del interés de Peña Nieto conviene recordar los principales puntos de fricción. Todos relevantes.
Leí hoy en la mañana que los agricultores norteamericanos están cautelosamente optimistas respecto a la renegociación. Su interés es asegurar que México siga siendo el gran importador de granos, carne de cerdo y otros productos agropecuarios.
Sin embargo, de este lado AMLO ha prometido que habrá precios de garantía para los granos básicos; fusionará Liconsa y Diconsa para crear Segalmex, seguridad alimentaria mexicana, como entidad con funciones de acopio y distribución en el medio rural, todo con el fin último de llegar a la autosuficiencia alimentaria.
El interés de los productores norteamericanos choca frontalmente con las promesas de AMLO.
Jesús Seade, representante del presidente electo en las negociaciones, ha expresado que la cláusula Sunset, que obligaría a renegociar cada cinco años, debe desaparecer y que hay un exceso de protección a la inversión externa en el sector energético. Esto obstaculizaría posibles futuras decisiones soberanas en la materia.
No son los únicos problemas. A los empresarios mexicanos les inquieta no saber cómo se negocia la exigencia norteamericana y canadiense de acabar con los sindicatos de protección y la instauración de la democracia sindical en México. Además de que no les gusta la exigencia de un incremento substancial de los salarios en los sectores de exportación de manufacturas, en particular automóviles.
Otra duda se refiere al cambio en las reglas de origen para que el ensamblado de autos de exportación en México contenga un mayor porcentaje de componentes norteamericanos y trilaterales. Es decir, menos importaciones asiáticas.
También hay desencuentro en cuanto a los mecanismos de arreglo de disputas; Estados Unidos quiere eliminar los paneles de decisión para darle mayor peso a su propio sistema legal.
Y no olvidemos la promesa de Trump de acabar con el déficit comercial que su país tiene con México. Ese fue el motivo principal para forzar esta renegociación, y centrarnos en los detalles más el secretismo de las pláticas, deja la duda de si ese propósito ha sido olvidado, o se encuentra disimulado en la maraña de acuerdos.
Si hacemos el recuento de divergencias, surge la duda de que realmente estemos a punto de un acuerdo “en principio” que permitiría tomar la ansiada foto histórica: Trump y Peña Nieto dándose la mano, felices porque fueron exitosos.
Para Peña Nieto esta sería una reivindicación importante en sus afanes de “pasar a la historia”. Sin embargo, existe un importante riesgo, que en aras de un interés inmediato se llegue a acuerdos incompatibles con las expectativas que ha creado el triunfo avasallador de AMLO.
Siendo mal pensados hasta podríamos suponer que las declaraciones optimistas pretenden posponer lo más posible la noticia de una renegociación fracasada para retrasar su impacto financiero.
Otra posible desembocadura es que se haga un acuerdo patito, celebrado con foto y apretón de manos entre Peña Nieto y Trump, para presionar la aceptación de la siguiente administración. O, en caso de que no fuera ratificado, su impacto sería cargado a la cuenta de la nueva administración.
Estamos ante una negociación complicada; también importa en la cuenta de qué país y de qué administración se cargaría el costo político de no llegar a un acuerdo aceptable para México y para Trump. Por lo pronto todo es duda.