CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- El calorón está a 30 grados centígrados (Celsius, pa’ los ingenieros) y el bochorno es implacable. Automovilistas van y vienen por las siempre congestionadas calles de la zona centro de Ciudad Victoria.
La pelea por los cajones de estacionamiento se libra defensa a defensa, con el claxon sonando como en carnaval.
En la plaza del Ocho, frente a los hoteles viejos, entre los coches estacionados en batería y los puestos de baratijas hay un ejército de trabajadores que día a día se la rifan en el solazo, el tráfico y la gente fastidiosa que no comprende su jale.
No son “viene viene” como los de la Ciudad de México, que si no se les paga una módica extorsión ‘te cuidan’ el auto estacionado. Tampoco son “wachacarros” como son llaman en la frontera.
Son lavacoches, básicamente, pero haciendo honor a la verdad también hacen labores de vigías, agentes viales y hasta guardianes del orden.
Habrá quienes apenas noten su presencia, pero hay algunos que tienen hasta 18 años ininterrumpidos dándole el trapazo a los carros que lo solicitan.
Hay personas que los ven con recelo, y hasta miedo les tienen, pero es porque no han socializado con ellos. Tal vez por su manera modesta de vestir (su ropa de la chamba) o quizás porque algunos exhiben tatuajes. Pero no, no son malandros, son trabajadores.
Uno de ellos se presenta puntualmente y se pone a las órdenes del Caminante:
“Iván Ubaldo Zamarripa Catache pa’ servir a usted, ¿qué terapia trae?” dice el amigo aseador ejecutivo del ramo automotriz.
Él, es uno de los más ‘nuevos’ en la zona, pues apenas tiene diez años lavando carros. Anteriormente se dedicaba a la obra, pero en sus andanzas de albañil sufrió un fuerte accidente con fractura expuesta en una pierna, lo cual complicó su permanencia en el ramo de la construcción.
Ahora el Catache al igual que sus compañeros se ha vuelto un especialista en dejar los autos brillosos y rechinando de limpios.
Aunque le atoran a limpiar cualquier modelo de vehículos, hay unos un poco más laboriosos que otros, en especial aquellos de colores oscuros como negro, guindo, y azul marino sobre todo cuando es nueva la pintura. Esos hay que mojarlos y secarlos en corto porque si no se ponen “pañosos”. En cuestión de tamaño obviamente las camionetas enormes son más cansadas pero estos camaradas le atoran sin miedo, todo sea por llevar el pan a la casa (y para echarse unas ricas caguamitas, ¿por qué no decirlo?)
Aquí en la plaza del Ocho todo el día hay movimiento, automovilistas van y vienen con o sin prisa, y si se animan, el batallón de 12 y hasta 15 chalanes dedicados a esta
chamba están encantados de ponerse a sus órdenes.
Hay quienes ya se hicieron clientes y sin temor alguno les dan la confianza de asear sus unidades tanto por dentro como por fuera.
Pero también están los desconfiados que prefieren dejar sus autos cerrados y permitir que sólo los limpien de la carrocería.
Tanto Catache como los demás compas saben que tienen la obligación de corresponder a la atención que les brindan los clientes y por regla siempre respetan y cuidan cualquier pertenencia que esté a la vista y hasta oculta (a veces bajo montones de tierra o basura acumulada)
Ha habido ocasiones en que encuentran desde celulares y carteras hasta dinero en efectivo, más, están conscientes de que si cruzan esa línea no sólo se perjudica quien lo
hace, sino todo el gremio que pasa a tener mala reputación.
Un buen día, un lavacoches de la plaza del ocho puede llegar a aventarse hasta diez o doce coches. Pero también hay ocasiones en que la lluvia (o el final de quincena) limitan la clientela.
Otra de las razones por lo que la chamba escasea, es el hecho de que los automovilistas no saben a ciencia cierta cuánto tiempo se toman para dejar un auto bien lavadito.
“Máximo nos lleva unos veinte minutos” afirma el Catache “a menos que de verdad venga muy sucio por dentro y por fuera”. Sin embargo este es un tiempo muy aceptable si el cliente va a cortarse el cabello, hacer un pago en el banco o se destina a comer unas gorditas y flautas a la vuelta de la esquina, así que la próxima vez que acuda no le tenga miedo al reloj y anímese a dejar su mueble en manos de estos profesionales de la limpieza automotriz.
Claro está que nadie es monedita de oro y puede llegar a haber fricciones entre los compañeros, pero entre ellos esta la consigna de mantener la zona en paz y evitar lo
más que se pueda los desmadres y escándalos. Alguna vez un par de ellos se ha llegado a agarrar a moquetes y sopapos, pero son casos muy aislados, ya que si esto se vuelve frecuente, la autoridad municipal podría tomar cartas en el asunto y con la mano en la cintura los pasaría a desalojar. Afortunadamente las quejas son casi inexistentes. También el respeto a las damas es fundamental, la vista es algo muy natural (como dicen por ahí), pero de eso a pasarse de lanza con un mal piropo o un comentario grosero, ellos mismos le aplican su regañada a quien se ponga de fastidioso.
Pero como se describió hace algunas líneas, los lavacoches de la plaza del Ocho también prestan un servicio a la comunidad: se la rifan como verdaderos tránsitos agilizando el tráfico y de una manera u otra interactúan con los automovilistas que se hacen bolas al circular por esa avenida. Nunca faltan los choferes gandallas o desesperados que les avientan la lámina encima, y en más de una ocasión han llegado a ser agredidos, pero no ha habido casos graves que lamentar.
Para quienes los ven con desconfianza por su aspecto deberán saber que unos de los mejores cuates que tienen los lavacoches son precisamente los policías estatales que puntualmente acuden a lavar sus patrullas a cargo, pero de ninguna manera se las asean ‘de gorra’: los agentes corresponden a la atención llevándoles ‘la botana’ ya sea almuerzo, comida o cena, a cambio de sus servicios. Este es un claro ejemplo de que tanto ciudadanos como autoridades podemos convivir sanamente y sin broncas o prejuicios. El sol cae a plomo en esta pequeña porción del paisaje urbano. La temperatura empieza a subir, choferes y automovilistas pasan por la avenida cociéndose “a baño María” dentro del carro. Pero esto no detiene a Catache y sus compañeros que le siguen dando duro a la chamba sin quejarse. El Caminante sabe que mucho ayuda el que no estorba y se despide de los compas. Demasiada pata d perro por este día, pero usted ¿Ya llevó su coche a lavar?