CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- Fundada el 6 de octubre de 1750 por el Conde de Sierra Gorda, José de Escandón y Helguera, bajo el nombre de villa de Santa María de Aguayo, la que hoy es capital de Tamaulipas, fue dentro de sus primeros años de vida una comunidad más de la colonia, pues la capital del Nuevo Santander la ostentaron otras villas.
En el plano eclesiástico, se sabe que en el año de 1794, fray Francisco Villuendas era el cura en encomienda de la villa de Aguayo.
Aguayo al inicio de la lucha independentista.
El 7 de abril de 1811, el coronel Joaquín de Arredondo, comandante militar de la colonia del Nuevo Santander, envió un oficio al gobernador de Veracruz, para que este a su vez le hiciera saber al virrey de Nueva España, que al campo de El Pretil, donde él y sus tropas acampaban, acaba de llegar don Rafael de la Garza, cura de la villa de Aguayo, trayéndole noticias sobre el cuerpo de desertores de las tropas de esta provincia, compuesto de ochocientos hombres bien armados, que seguían el partido del cura Hidalgo y estaban al mando de los capitanes Guerra y Benavides.
Mientras eso ocurría en El Pretil, jurisdicción de Altamira, los insurgentes Herrera y Blancas habían entrado a Rioverde y se habían retirado a Valle del Maíz, donde estuvieron el 20 y 21 de marzo siendo atacados la madrugada del 22 por las fuerzas de García Conde, huyendo los insurgentes con rumbo a Nuevo Santander con la intención de refugiarse en la villa de Aguayo que estaba a la sazón en manos de fuerzas sublevadas, tal como lo informaba Arredondo.
Movidos del indulto y proclama que Arredondo hizo publicar a su entrada a esta provincia, mucha de esa soldadesca sublevada de Aguayo se volvió a pasar al partido realista, atacando a otro cuerpo insurgente que llegó a la población mandados por el cabecilla Luis de Herrera, que según palabras del propio comandante español, “se intitulaba mariscal de campo”.
Los realistas de Aguayo, entre los que destacaba el cura De la Garza, lograron capturar a Herrera y a otros cuatrocientos insurgentes, entre oficialidad y tropa, igualmente diez cañones de varios calibres con algunas municiones, así como un considerable número de armas de fuego. Se supo que entre los prisioneros estaba 1 mariscal, 1 brigadier, 7 coroneles, 3 tenientes coroneles, 1 sargento mayor, 17 capitanes, 10 tenientes y 10 alféreces.
En el mismo oficio, Arredondo informaba que al presente, solo quedaba en la villa de Hoyos (Hidalgo, Tamaulipas) otro sacerdote con unos dos mil insurgentes, pero esperaba que no se escapara, pues era increíble el terror que les había causado a los rebeldes la llegada de la división a su mando, la cual estaba muy entusiasmada por reestablecer el orden en Nuevo Santander.
Tras los sucesos de Aguayo, Arredondo recomendó ampliamente ante las autoridades del virreinato, al cura Rafael de la Garza, por su “constante patriotismo y lo mucho que influyó para esa acción”.
Días después, de Altamira salió el ejército de Arredondo hacia Aguayo, pernoctando en la hacienda “El Cojo”, propiedad entonces de Cayetano Quintero.
Aguayo leal a la
corona española
El 5 de diciembre de 1815, La Gaceta del Gobierno de México publicaba en sus páginas sobre el juico que se le seguía a José María Morelos, y en sus interiores incluía una larga misiva firmada por las autoridades y vecinos de Aguayo, provincia del Nuevo Santander.
Esta nota hacía mención que el 30 de septiembre de 1815, en la villa de Aguayo, residencia actual del gobierno de la provincia, juntos y congregados el teniente coronel don Juan José Echandia, gobernador interino, el cura párroco don Juan Rafael de la Garza, los alcaldes de primera elección, teniente coronel de milicias Lorenzo Sánchez Cortina y de segunda Juan del Castillo; el síndico procurador Antonio Avalos, los administradores de rentas unidas de la provincia Bernardo Portugal y de correos Juan Nepomuceno Carreño y demás vecinos principales de la expresada villa: después de haber leído en alta voz el bando del virrey del 24 de mayo último y publicado apenas el día 29 de septiembre, a nombre de los vecinos y de forma unánime, dijeron:
“Que si esta villa de Aguayo y toda la provincia del Nuevo Santander no tuviese la lisonjera satisfacción de haber contribuido con sus valientes soldados a la persecución y castigo de los traidores rebeldes, no sólo de esta provincia, sino saliendo a auxiliar a las circunvecinas de Huasteca, San Luis Potosí, Nuevo Reino de León y Texas. Si Aguayo no tuviese el mérito de que en su suelo se hubiese aprendido la única gavilla de rebeldes que tuvo el atrevimiento de internarse en la provincia, acaudillada por el lego juanino Herrera, que se decía mariscal, y sus cabecillas brigadier Blancas, conocido por el gafo, y coroneles Villaseñor y Marín, quienes pagaron con la vida su temeraria osadía en la plaza de esta villa y la numerosa chusma de su facción fue destinada a presidio.
Si Aguayo y las demás villas de la provincia no tuviesen la satisfacción de decir que su tropa de caballería así veterana como de milicias, se le debe una parte principal en la gloriosa acción de Medina conseguida contra el rebelde Toledo, acción que le hace tanto más recomendable, cuanto que con ella se aseguró todo el reino de esta Nueva España de una nueva revolución, de un asombroso desastre, y de una resolución escandalosa que le amenazaba la tiranía de unos hombres desnaturalizados que cometieron la enorme catástrofe que quizás en esta desgraciada época no se ha visto en el reino, cual fue la degollación de los jefes y oficiales en San Antonio Bexar.
Si Aguayo no tuviese tan acreditada su fidelidad y amor al soberano con las públicas demostraciones de júbilo a cualquiera favorable noticia, durante la ausencia y cautividad de su amado rey, y con la dulce y vehemente sensación de sus corazones cuando la restauración de sus majestad al trono de España. Si Aguayo no tuviese tan digno testigo de sus méritos y de su lealtad como lo es el mismo virrey Félix María Calleja del Rey, que cuando fue comandante de la décima brigada y sub inspector de estas tropas, tuvo el honor de conocer estas tierras, sabiendo lo leales y nobles sentimientos que poseen los habitantes.
Y por último, no tuviese Aguayo otro testigo relevante como lo es don Joaquín de Arredondo, quien ha morado algún tiempo en esta villa y que conoce individualmente a los
vecinos y sabe muy bien su entusiasmo y honor; se verá hoy esta villa en el vergonzoso caso de acreditar de otro modo su acendrada lealtad, desvaneciendo las imposturas de los traidores más obstinados, que calumniosamente han supuesto tener poderes de las provincias de esta Nueva España para formar el monstruoso, perverso e inicuo congreso mexicano, que debe llamarse por nombre propio congreso de traidores rebeldes.. bajo estos nombres y leales principios, la villa de Aguayo y los que representan por sí y a nombre de todos sus habitantes, afirman con la mayor pureza a vista del superior bando que se les acaba de leer, que miran con horror el crimen y falsedad de los malvados; y aunque tienen la satisfacción de que ninguno de los traidores que se mencionan se ha atrevido a decirse facultado por esta provincia del Nuevo Santander, por la dependencia que esta tiene con la del Nuevo Reino de León, por la comandancia general y con la de San Luis Potosí por la intendencia, dicen con impecable odio: que muy distantes de autorizar sus crímenes, detestan y desmienten solemnemente a la faz del mundo a cualquiera capaz de tener conexiones con los habitantes de la villa de Aguayo, y protestas que estos nobles sentimientos los conservan a costa de sus vidas como buenos católicos, como buenos ciudadanos colonenses y como buenos vasallos de su muy amado soberano don Fernando 7º.”
La anterior acta es firmada por: Juan Echeandia, José Rafael de la Garza, Lorenzo Sánchez Cortina, Juan del Castillo, Antonio Avalos, Juan Nepomuceno de Ayala, Bernardo de Portugal, Juan Nepomuceno Carreño, Antonio Rodríguez Gómez, Manuel Morales de Balbuena, Francisco Martínez, Ramón Chaverri, Matías Guillen, José Honorato de la Garza, Jesús de Córdova, Anastasio Avalos, Blas María Gómez, Mariano Zara, Julián Guerrero, Manuel Calderón, Joaquín de Sierra Alta y Ramón de Neyra.
Antonio López de Santa Anna en Aguayo
La personalidad de Arredondo y su influencia sobre Antonio López de Santa Anna probablemente moldearon el carácter de éste durante el tiempo que permaneció el joven militar realista en las zonas de combate de Tamaulipas, San Luis Potosí y Texas.
El sacerdote e historiador potosino Montejano y Aguiñaga escribiría que Santa Anna dio “guerra a los insurgentes de Nuevo Santander, en donde permaneció hasta la total pacificación”. Agrega que el “engreído y fatal” oficial estuvo “en la entrada de la Villa de Aguayo, toma de Jaumave, ataque de Las Norias, Asalto de Tula, de donde salió con una división a las órdenes del capitán Francisco Cao con destino a Santa María de las Mecos, bajo el mando del capitán Cayetano Quintero, tomó parte en las acciones de Amoladeras, Romedal, Santa Teresa y otras
La huella de la historia
Los acontecimientos más importantes en el tiempo de la lucha por la independencia en la colonia de Nuevo Santander fueron la insurrección en Aguayo y Padilla, la revolución de Tula y el desembarco de la expedición de Mina en la desembocadura del río Soto La Marina, correspondiendo los dos primeros hechos a la etapa inicial de la cruenta guerra y teniendo el aludido desembarco que se llevó a cabo en 1817 de relieve histórico nacional.
El levantamiento de Hidalgo llegó hasta Villa de Aguayo
Ejército realista combatió a los sublevados
Santa Anna estuvo bajo el mando de Arredondo
Villa de Aguayo fue escenario de luchas independentistas
Plano de la fundación de Villa de Aguayo
Escudo de Valle de Aguayo