CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- – ¡Amaaa! Ahí viene el señor de las raspas… ¿Quieres chamoyada o platanada?
– lo que sea… ¡mientras esté bien frío!
Este es uno de los diálogos más recurrentes cuando se estaciona el calorón en ciudad Victoria: la canícula hace sus maldades y nos ahoga mientras buscamos desesperadamente algo para refrescarnos. Una bebida helada, una cheve bien ‘muerta’, una raspa (o alguna de sus variedades: chamorraspa/chamigoma/gomichela) una paleta o una rica nieve.
Todo es felicidad cuando se mitiga la sed o se recibe alivio a las altas temperaturas.
En todo esto hay un ingrediente que casi toda la vida damos por sentado. ¡Ah! Y nos enojamos cuando no lo hay o no se usa: el hielo.
Aunque parece que toda la vida ha estado ahí, el hielo en realidad es en su forma comercial un producto joven. Antes bien su origen es imperial. Así es, el hielo era uno de los privilegios que Moctezuma, el soberano Tlatoani de los Mexicas deleitaba en su complejo de cinco palacios y que sus sirvientes traían desde el Popocatépetl los mejores trozos de hielo y la nieve más limpia para servir en copas de oro cubiertas de miel de abeja, destinada sólo para el emperador y algunos nobles.
Hoy, este helado tesoro se ha vuelto común, y casi casi menospreciado… ¡Ah pero ay de aquel Oxxo o depósito que no regale hielo en la compra de un ‘Six’ porque la cosa se vuelve una afrenta irreconciliable! Y por supuesto que una Michelada nunca estará completa sin hielo, o qué tal si el lector se está comiendo un hot dog con el ‘Picas’ y los refrescos en la hielera están ‘al tiempo’… ahí sí que nos acordamos de este pequeño milagro.
Aunque es difícil de creer, la producción de hielo no se detiene ni aún en los tiempos del más frío invierno pues es imprescindible para la vida cotidiana.
Actualmente hacer hielo o fabricarlo de manera profesional no es cualquier cosa, se necesitan conocimientos especializados e infraestructura suficiente no sólo para producir, también hay que almacenarlo y distribuirlo.
La capital cueruda y el hielo han tenido un romance continuo desde los albores de la década de los años sesenta del siglo pasado.
Fue hasta 1963 que se estableció una de las primeras fábricas en el 8 Aldama y Mina por Don Silvano Martínez Hernández, quien se aventó el tiro de producir hielo, pues aunque se podía adquirir en la ciudad no había una factoría establecida para atender la enorme demanda que ya existía pues antes se traía desde la ex hacienda del Carmen en el Barretal.
El Caminante se fue a echar la visitada a esta hielera que actualmente ‘le da batería’ a súper tiendas, súper farmacias, y tiendas de conveniencia de la capital.
Pablo es orgullosamente la tercera generación de fabricantes de hielo y un experto en el tema y con un estusiasmo que contagia guía al Caminante paso a paso en el método de fabricación.
Entrar a las entrañas de una hielera es simplemente fascinante: observar con los propios ojos los mecanismos y las herramientas de un proceso que no ha cambiado mucho en décadas (a excepción del amoniaco que debido a su toxicidad fue reemplazado como gas refrigerante hace unos 10 o 12 años por el ‘Freón 22’).
Su fabricación aunque parece sencilla contiene un sinfín de detalles que deben ser cuidados a la perfección.
Al inicio del recorrido, lo primero que impresiona es una enorme alberca o cisterna a la que se le inyecta agua con sal y que tras ser refrigerada por tubería con gas muy frío, circula constantemente alrededor de los moldes rectangulares que le dan formas a las enormes barras que casi todo mundo conoce.
Se produce por tandas para que siempre haya hielo disponible. Ojo: el líquido salado nunca tiene contacto con el agua purificada dentro de los moldes por lo que el producto es insaboro e inodoro.
Una vez que el agua se ha congelado se saca el molde con una grúa que lo transporta hasta un pequeño estanque con agua salada a temperatura ambiental, ahí se sumerge el molde y se zarandea un poco para que la barra se despegue (así como hacemos con los cubitos del ‘refri’ en la llave del fregadero), y de esta forma se limpie y pueda llevarse a un depósito para estar disponible para su venta al público. Este producto es ampliamente requerido como insumo para enfriar por pescaderías, pollerías, además de rasperos, vendedores de fruta, de aguas y carretones de tacos y todo aquel changarro que quiera ofrecer bebidas bien ‘muertas’.
Un dato curioso es que los vendedores de raspados llegan y piden el hielo ¡ya molido! Dos enormes máquinas para triturarlo finamente se yerguen frente al área de venta. Es decir, eso de “El señor de las raspas” ya es sólo un título honorario porque muchos de ellos ¡no raspan nada! Sólo lo sirven. (Que alguien me explique).
Pero esto tiene un sinfín de nuevas aplicaciones. Por ejemplo si una madre de familia quiere hacerle una fiesta de cumpleaños a su hija con el tema de “Frozen” puede llevarse tres económicas barrotas de hielo molido (o cinco o diez ¡las que guste u ocupe! al cabo que la molida es totalmente GRATIS) y decorar el salón completo de hielo si así lo desea).
Sin embargo esto es sólo uno de los procesos que se realizan aquí. También se produce el codiciado hielo en bolsa de cinco y quince kilos, y que es ideal para preparar bebidas y cocteles. Su principal demanda es por parte de depósitos, bares, tiendas de conveniencia, supertiendas, minisúper’s y todo aquel victorense que organiza una carnita asada y quiere enfriar sus doce packs de chelas. Llama la atención que también hay bolsitas de agua purificada a la venta.
Las hieleras de hoy dejaron de ser un simple establecimiento al que el cliente se acerca: el objetivo ahora es acercar el producto al cliente y eso Pablo lo sabe muy bien.
Por eso, como se mencionó antes, otra de las tareas de esta industria es distribuir a cada cliente el producto que necesite e incluso proporcionarle conservadores (enfriadores) para bolsas de hielo en comodato a los puntos de venta para que cada colonia pueda adquirirlas de manera fácil y rápida.
Una de las obligaciones de este negocio es siempre tener producto en existencia pues una escasez de hielo prácticamente paralizaría una gran parte de las empresas dedicadas a los alimentos perecederos. Hace tiempo, para ser exactos en el año 2010 el huracán ‘Alex’ tocó tierra en Tamaulipas y además de causar daños e inundaciones considerables, también provocó cortes de energía eléctrica. La producción de hielo en Victoria se detuvo a causa de los apagones.
Afortunadamente esta hielera almacenaba una buena cantidad del helado tesoro y la capital no sufrió escasez en aquel entonces. Autos hacían filas para llevar hielo a casa pues el corte de luz amenazaba a la comida en los refrigeradores de los hogares victorenses.
Definitivamente, el hielo tiene una participación constante en nuestro diario vivir y gran importancia. Así que la próxima vez que le vendan su seis de cerveza ‘copeteado’ de hielo molido agradézcale a la familia Martínez que tuvo esa visión de dotar a la ciudad de este pequeño milagro congelado.
El Caminante debe seguir su andar pero esta vez contento de saber que la próxima vez que compré un chesco al echarse unos tacos, va a estar bien heladito. Demasiada pata de perro por este día.