* El columnista es autor de las novelas “Erase un periodista” y “Rinconada, la historia prohibida del maestro Ricardo”, y Premio Nacional de Periodismo 2016.
El gobierno mexicano tiene una deuda con las víctimas del movimiento estudiantil del 68.
Y aunque no se conocerá jamás el número de asesinados, valdría la pena que las autoridades localizaran a las familias de quienes han sido identificados.
La UNAM asegura que solo fueron setenta, lo cual además de increíble tiende a mini valorar el tamaño del crimen oficial. (Y es normal si consideramos que cuando menos los últimos dos rectores pertenecen al PRI).
De manera que hay un compromiso moral pero también material, que el supremo gobierno está obligado a saldar, y existe la esperanza de que suceda durante el próximo, por sobradas razones.
La deuda incluye a los presos políticos de entonces. Algunos de ellos fallecidos ya por diversos motivos, cuyo prestigio debe ser rescatado del estiércol donde pretendieron hundirla los regímenes “revolucionarios” y sus cómplices, entre estos, la mayoría de los medios de comunicación y “periodistas” encargados de satanizar un reclamo honesto y transparente.
Muchos de los cuales ahora pretenden aparecer como informadores “imparciales”, cuando fueron vergonzosamente serviles con el sistema.
Ha transcurrido medio siglo y la memoria del escribidor guarda escenas de su participación, desde la noche del 26 de julio en que como integrante del contingente de la UNAM, llegó a celebrar el aniversario del inicio de la Revolución Cubana, en el monumento a Juárez.
La coincidencia con los grupos del IPN que protestaban por la agresión policiaca a la vocación cinco. Y la comunión establecida en ese momento para caminar rumbo al Zócalo y el primer golpe represivo de los “granaderos” que en la obscuridad de las calles, “cazaban” estudiantes.
INOCENCIA VIOLENTADA
Después la huelga generalizada en los planteles educativos, las marchas y mítines de inolvidable impacto personal.
Como el 27 de agosto en que el ejército desalojó con violencia inesperada a los miles que permanecimos “de guardia”, esperando con la inocencia de la edad, que Díaz Ordaz dialogara públicamente con el CNH (Consejo Nacional de Huelga), el primero de septiembre.
O, “la marcha del silencio” encabezada por el Rector Javier Barros Sierra el 13 de septiembre que significó la sorda expresión del medio millón que exigía el retorno a la institucionalidad.
Algunas noches el columnista aun despierta por el taconear de aquellos miles, cuya indignación ya no tenía más voz que la impotencia ante el autoritarismo de un puñado de políticos que disfrutaban violentando la ley.
Con frecuencia también, el sueño es sacudido por el mortífero y ensordecedor repiqueteo de las armas utilizadas por el gobierno la tarde del dos de octubre, contra estudiantes y sus familias.
Una pesadilla que sigue martilleando cincuenta años después…y quizá para siempre. Quienes lo vivimos, no olvidaremos jamás.
No fue solo Díaz Ordaz, sino el sistema que se debatía en los albores de la sucesión sexenal disputada,-ahora sabemos que a sangre y fuego-, por el titular de Gobernación Luis Echeverría y el secretario de la presidencia, Emilio Martínez Manautou.
Del primero se asegura que ordenó el ataque del “Batallón Olimpia”, (entrenado por la CIA), contra el ejército desatando la masacre del 2 de octubre en Tlatelolco.
Se trataba de culpar a EMM de tal provocación, quien aparecía como favorito de Díaz Ordaz.
Cincuenta años después corren versiones de que las instrucciones al ejército, eran de cercar el mitin y atrapar a los integrantes del CNH.
En este sentido, Marcelino Perelló recién fallecido, al igual que Luis González de Alba y otros más, se atrevió a asegurar que esa trágica tarde los soldados traían
cargadas sus armas con “balas de salva”. ¡Haga usted el recabrón favor!.
Dicese que Perelló cambió su probable encarcelamiento por esas mentiras que le valieron el repudio general.
No es gratuito que dicho líder de origen español, permaneciera “becado” en diversos países europeos muchos años, esperando que su traición se diluyera al paso del tiempo.
La historia de Marcelino es “colateral”, como lo es la de Sócrates Amado Campos Lemus y de Ayax segura, que de alguna manera influyeron en el martirio de sus compañeros encarcelados injustamente.
¿ VALIÓ LA PENA EL SACRIFICIO?
El espacio es insuficiente para considerar los efectos democráticos del Movimiento del 68, sin embargo la realidad muestra que fueron posibles medio siglo después.
Aunque solo en el terreno político; queda pendiente el desarrollo social sobre el que ha sobrado demagogia y simulación, que hermanadas con la corrupción han producido hasta setenta millones de pobres y un número indeterminado de hambrientos.
Y ni modo que sea invento.
Otra realidad es que para nuestra generación, es decir la del 68, aquel movimiento ya significa poco o nada, no solo por razón biológica, sino porque grupos de interés se apropiaron de los sueños e ideales concebidos a la luz de la ingenuidad.
Aún así, existe la creencia de que el movimiento del 68 “fue un parte-aguas” en la historia de México.
¿Será por ello que la corrupción e inmoralidad política se dispararon hasta alcanzar categoría institucional?.
Es pregunta…
Y hasta la próxima.