Siempre que algo nuevo empieza, se reactiva la esperanza de que las cosas mejoren. Así sucede en casi todos los aspectos de la vida, hasta en la política mexicana, a pesar de ser la causante de tantas decepciones y tan encabronadores y reiterados desengaños…
Ayer en los 43 municipios rindieron protesta los nuevos alcaldes, 30 que son electos por primera vez y 13 que estrenan la experiencia de la reelección. Indistintamente las promesas de todos ellos fueron las mismas, dichas con diferentes palabras:
1.- Se acabará la corrupción, dijeron en un tono apasionado casi generalizado, con variados matices. Los que ya la hicieron, seguro que la van a pagar, y los que la hagan, que se atengan a las consecuencias, fue una advertencia que se repitió con estas o con otras palabras durante una jornada dominguera de relevos o reafirmaciones.
2.- Cada uno de los nuevos ediles se comprometieron a sacarle la vuelta a la soberbia y anticiparon que la sencillez y la humildad serán actitudes permanentes en ellos y en sus colaboradores. El ciudadano, dijeron, será el centro de todas sus acciones y programas.
3.- Y mientras a un lado de ellos sus antecesores enrojecían y uno que otro ponía cara de baqueta, en el discurso de arranque cuestionaron veladamente y algunos con cierta rudeza a los ayuntamientos salientes por corruptos e incapaces de invertir con eficiencia el dineral que fue puesto en sus manos.
Las tomas de posesión de ayer no difieren gran cosa de otras del pasado, tampoco ha mermado el renovado entusiasmo ciudadano a pesar que por esos cargos que hoy tienen nuevo titular, han transitado personajes siniestros de obscuro pasado cuyo trayecto por los ayuntamientos fue desastroso y dejaron a sus comunidades en ruinas.
Hay eso sí algo diferente en esta nueva hornada de alcaldes: vemos rostros nuevos sin pasados abominables y obscuros, que hasta ahora poco o nada hay que se les pueda reprochar y echar en cara. Otros más conocidos, ya cumplieron un periodo de dos años y ahora reciben una segunda oportunidad, lo que hace suponer que algo bueno hicieron para merecerla.
Hay una sola relación de cifras que define cuánto cambia el estado con la renovación de los ayuntamientos: 31 alcaldes son panistas, cinco proceden de Morena, uno es independiente y tan solo seis son del PRI, el mismísimo partido todopoderoso que durante los 84 años que tuvo en sus manos el destino de Tamaulipas escribió una historia
donde la rapacidad y otros excesos sepultaron cualquier logro.
Hay en esta nueva parafernalia figuras que por su estatura y desempeño seguramente afianzarán su paso sobre la pasarela política, entre ellos el tampiqueño Jesús Nader, el maderense Adrián Oseguera; Enrique Rivas, de Nuevo Laredo; Xico González Uresti aquí en Victoria, Maqui Ortiz, de Reynosa, y Mario López, de Matamoros.
De la manera en que respondan a sus comunidades depende que estos personajes se mantengan vigentes y crezcan hasta convertirse en las figuras estatales que hoy escasean. Habrá quienes logren dar el gran paso y también quienes sucumban de manera irremediable por su misma insensibilidad o el desenfreno de sus ambiciones.
Como conclusión final es preciso anotar que por encima de esta heterogénea fauna de nuevos políticos que se encumbran en los ayuntamientos, se advierte la consolidación política indiscutible del liderazgo panista que encabeza el gobernador Francisco García Cabeza de Vaca.
Una aritmética esencial así lo indica, como saldo importante del nuevo capítulo que hoy se ha empezado a escribir.