Con la muerte de Arturo Cortés Villada se va otro miembro de una generación de políticos que se forjaron en los tiempos del unipartidismo y del poder absoluto en México, y desde luego, aprendieron a disfrutarlo.
Llegó de Veracruz a Nuevo Laredo, patrocinado por su paisano Fernando Gutiérrez Barrios, aquel personaje todopoderoso que tuvo a su servicio un aparato de inteligencia que le hizo amasar inmenso poder, por conocer vida y milagros de la clase política mexicana y los empresarios más picudos de la época.
Una especie de Édgar J. Hoover tropical, cuyos tentáculos políticos se extendieron por todo el país.
Bajo ese cobijo, Cortés Villada fue nombrado jefe de la Aduanas en Nuevo Laredo, un cargo muy anhelado en la década de los ochenta porque significaba mucho poder y mucho dinero.
Construyó una carrera política que lo depositó en la alcaldía, en una época en la que los nulos controles fiscales permitían una opacidad absoluta para poder disponer a placer de los recursos públicos en uno de los municipios más ricos del país en términos presupuestales, pues ahí se encuentra el puerto terrestre más importante de Latinoamérica.
En ese contexto de bonanza política y económica, el alcalde acumuló una gran fortuna: se convirtió en empresario adquiriendo gasolineras, agencias aduanales y medios de comunicación.
Pero en su caso, se repitió la historia de otros destacados representantes de su generación.
La gran fortuna que concentró y que en su momento lo posicionó como uno de los hombres más ricos del norte del estado, se vino abajo, dilapidada en parte porque no tuvo habilidad para manejarla, pero sobre todo porque como suele suceder en historias como la suya, Cortés Villada se rodeó de una camarilla de aduladores que no hicieron sino exprimirlo hasta dejarlo casi en la miseria.
Así murió, endeudado y esperanzado en regresar a la actividad pública, sin que ninguno de aquella banda de abusivos le hubiera devuelto la mínima cortesía.
Cuando entraron a matarlo a su domicilio, estaba haciendo planes para volver a la política, aunque evidentemente la realidad del estado lo había rebasado hace tiempo.
Eso quedó claro en sus últimos intentos por contender otra vez por la alcaldía de Nuevo Laredo, más de 15 años después de que dejó el cargo.
Las causas de su asesinato se deberán esclarecer en los próximos días para evitar que se enrarezca todavía más el ambiente en aquella ciudad donde la violencia se ha disparado en los últimos meses.
Por lo pronto su trágica muerte tiene un significado político: empiezan a extinguirse una serie de personajes que protagonizaron una época que algunos todavía añoran, pero por las razones equivocadas porque de aquellos tiempos se recuerdan más que otra cosa el abuso del poder y el saqueo a manos llenas.