Historias de Frontera: el tercer corazón… (Capítulo II)
La vida en una cárcel de Estados Unidos, es dolor y remembranza. La nostalgia, aquí es la felicidad enraizada en el pasado; y te aferras todos los días, en traerla al presente como mero instrumento de fe. Es la más socorrida forma de sobrevivir, en este submundo tejido con barrotes de acero y remaches de hormigón.
Aquí, la ensoñación y el delirio son los únicos artefactos para la fuga.
Y el dolor, es la sensación de vida.
Cinco años, en esta celda no han sido suficientes para disipar su recuerdo. No me acongojo. Al contrario: le agradezco a ella, ser el alimento diario de mi ilusión. Ya estaría loco, si antes, ella no me hubiera hecho perder la razón aquella memorable primavera cuando la conocí.
¿Cómo olvidar su paso y porte de yegua fina, cuando la vi por primera vez del brazo de su esposo ese 10 de mayo, en el Restaurant La Fogata de Reynosa?..
¡Cómo!..
Ni me miró. Pasó con tranco de princesa, enfundada en un sedoso vestido verde esmeralda que le resbalaba sobre sus muy carnosas nalgas y se pegaba a sus piernas largas, sorgonas, lechosas.
Chamorro hermoso; ni una imperfección. Pies de escultura griega. Zapatos turquesa, de tacón terminado en una punta como de daga.
Arribita de su tobillo derecho, como si fuera en ascenso, en espiral, una regordeta serpiente de oro cuyos refulgentes ojos eran esmeraldas.
Su cabello, era negrísimo. Como esas noches invernales sin estrellas y sin luna que esperábamos en el río, para pasar la costalera. Eso hacía que su tez blanca, inmaculada, lanzara magnéticos destellos sobre las dilatadas pupilas de sus admiradores.
Sus ojos caoba, liberaban una mirada que era un golpe al esternón: te sofocaba. Y después, lentamente te derretía convirtiéndote en un charco de feromonas hirvientes.
Su elegancia, la abrigaba con unos aretes, una pulsera y un reloj Cartier, de oro macizo.
Su marido…
…me valió madre!!!
No pude seguir cenando.
Se me hizo grosero, estar comiendo cabrito sin cubiertos delante de esa diosa.
Le dije a mis escoltas:
-Chequen ónde vive la Güerita…-
Al otro día, en la puerta de su casa puse tres mil rosas rojas.
No pasó nada.
Un día después, le mandé un collar de diamantes que ordené de New York.
Nada pasó.
Al tercer día, le dejé un Mercedes Benz deportivo, de agencia, con las llaves puestas y una tarjeta con mi teléfono, justo tapando la entrada de su cochera.
Eran las 10 de la mañana de un jueves cuando me habló.
Me dijo:
“¿Quién es usted, y qué pretende?..”
Le dije:
-No tiene caso que le de mi nombre señora, si no vamos a conocernos…-
Me dijo:
“Soy casada…”.
Nunca he andado con rodeos.
Ni con las mujeres, ni con el negocio.
En la vida se es, o no se es.
Le respondí:
-¿Y me lo dice, para que me retire o para que me acerque..?-
Dos días, más tarde estábamos brindando en La Hacienda del Patrón en Mission, Texas.
De regreso a Reynosa, mande traer su esposo. Era Capitán del ejército.
Muy valiente, según me informó mi gente de Nuevo Laredo. No quiso dejar su arma en manos de mis guardias.
“Mi pistola, como mi grado, ni muerto me los quitan”, expresó.
Nunca había visto llorar a un hombre con tanta gallardía.
Le dije:
-Capitán, se tiene que ir de Reynosa…-
Dijo:
“Señor, acabo de llegar. Apenas estoy instalándome con mi esposa…”
Le dije:
-Ya no es su esposa…-