La carrera política de la presidenta del Comité Ejecutivo Nacional del Partido Revolucionario Institucional, Claudia Ruiz Massieu, está ligada a la influencia de la poderosa familia Salinas de Gortari.
Como todos sabemos, doña Claudia es sobrina directa del ex presidente de la república, Carlos Salinas de Gortari, quien como buen “animal político”, (desde el punto de vista aristotélico) ha seguido y sigue vigente, tanto en el ámbito institucional, como partidista.
Durante su infancia y adolescencia creció en un ambiente rodeada de poder. Al ser hija de Margarita, hermana del ex presidente Salinas y de José Francisco Ruiz Massieu, quien fuera gobernador del estado de Guerrero, diputado federal y muy cercano al Dr. Ernesto Zedillo, vivió de cerca los prolegómenos de la política nacional.
Ver deambular por la casa de gobierno a personajes que también veía en los medios de comunicación y el respeto que le profesaban a su señor padre, le atrajeron hacia la actividad política.
Ahora bien, nadie en su sano juicio pondría en tela de duda que la carrera política de doña Claudia, ha sido impulsada por su influyente pariente. Esa coyuntura le ha permitido alcanzar cargos en el PRI, en el poder legislativo y en el gobierno federal.
Pero también nadie duda que su falta de cercanía con la gente y el bajo costo personal en el ascenso de su carrera política, le ha inhibido conectar con las bases del partido.
La realidad es que al día de hoy, ni se ha ganado el afecto de la militancia y mucho menos, ha podido lograr su reconocimiento.
Hoy en día, la queja de los priistas de cepa, es que doña Claudia no le entiende, ni a la operación política, ni tiene el don de gentes para reunificar a la militancia que, mientras espera que la señora tome decisiones inteligentes para sacar a su partido del hoyo en que se encuentra, también se desespera al observar y sentir que esta dirigencia, guarda una gran similitud con la de Enrique Ochoa Reza.
Lo que equivale a que sea una dirigencia alejada de las bases, silenciosa y ajena a lo que la militancia espera.
Las voces de los pocos que se quedaron en el PRI, se alzan entre el ignominioso silencio en las mesas de café, cuando se trata de criticar o en algunos círculos de priista que se unen para discutir el futuro del PRI, pero al final, aún en la pesadez del sigilo, juzgan y empiezan a cuestionar la inoperancia de doña Claudia, cuando se trata de asumir la posición de ser una “oposición responsable”, como se comprometió a convertir al PRI, una vez asumiera el cargo de presidenta.
Ahora, el círculo de privilegiados que la rodean, le hacen creer que en el PRI las cosas fluyen hacia la refundación de sí mismo para la reconquista de su futuro, sólo que la pasividad del Comité Ejecutivo Nacional, refleja y sostiene la inoperancia de ellos mismos.
Ahora bien, los fieles y leales priistas que analizan lo que sucede al interior de su instituto, se resisten a pensar que pueda existir un acuerdo tácito entre el aún residente de Los Pinos, con quien pretende la cuarta transformación del país. La idea es preservar la transición de terciopelo y evitar la crítica insana hacia las decisiones erráticas del nuevo gobierno.
El costo ha sido y seguirá siendo muy alto, tanto para doña Claudia como para su partido.
Pero en descargo a doña Claudia, si el acuerdo llegara a existir, sólo así se justificaría su inoperancia toda vez que en el ADN del PRI prevalece la obediencia ciega, que raya en la sumisión, al primer priista, que no es otro que el presidente de la República.
Entonces, mientras el PRI permanece en silencio, el PAN aprovecha las oportunidades de constituirse en la oposición crítica que tanto requiere este país.
Vaya, que en cualquier parte del mundo, los contrapesos al Poder Ejecutivo son urgentes, necesarios y bien valorados. Fluir en el silencio es cómodo, pero el juicio de la historia, es rapaz.
¿Lo entenderá doña Claudia?