Hoy quisimos traer al recuerdo parte de la historia de la mitad del siglo pasado cuando, era muy común morirse en un pleito de cantina, en un baile, una boda o en las calles del pueblo de mis mayores, al grado que la gente decía que el festejo “no había valido
madres, porque no hubo de perdido un muertito”, pero antes de entrar en detalles, permítanme hacer un paréntesis en esta tribuna, para dar a conocer la fatal noticia del fallecimiento del Señor César Werth, acaecido el día de ayer en Llera de Canales, Tamaulipas, en casa de su hija Liliana, a la edad de ochenta y un años. Fue un excelente mecánico-electricista. Su cuerpo se encuentra en el velatorio de esta ciudad, de donde partirá a su última morada, para ser entregado a la madre tierra, en el panteón municipal del pueblo de mis mayores. Descanse en paz don César y que El Señor lo tenga en su santo reino, en tanto que para toda la familia les deseamos un rápida reconciliación cristiana. Así sea.
Por otra parte, permítanme hacer atenta invitación al ayuntamiento del pueblo de mis mayores, sobre todo a la Dirección de Obras Publicas y Edificios Públicos, para que tenga a bien darle una manita de gato al techo del kiosco de dos plantas, que se ubica en la plaza “Miguel Hidalgo”. A propósito, el kiosco de referencia fue construido, si mal no recuerdo, durante el gobierno municipal de don Manuel Gutiérrez Palacios, al fallecer su titular, el coronel Eladio Castro, pero antes era una rotonda de doce metros de diámetro, donde se realizaban aquellos alegres y concurridos bailes con clarinete, violín, guitarra y tambora, a donde acudían las principales familias de la mitad del siglo pasado, a disfrutar de una raspa o sabrosa bebida de cola. Entonces y, si mal no recuerdo, existían en la plaza, alrededor de ocho puestos de madera, regenteados por sus propios dueños y donde los artículos que más se vendían al público, eran los refrescos de cola y los tradicionales El Bimbo y Las Chaparritas, enfriadas generalmente en agua, pues el hielo todavía no se conocía.
Las tiendas más populares donde incluso se vendía cerveza y no había ni música como tampoco pleitos, eran las de don Héctor García Herrera, don Guadalupe Villarreal Silguero, don Cayetano Salas, la de don Gregorio Ruiz, la de don Julián Gordón y la de doña Mariquita González, así como su hermano don Valentín, quien tenía pleito diario con la tienda de don Bonifacio Gutiérrez, que estaba frente de esta. El único molino de nixtamal que había, era el del popular Chavano, quien un día llegó a Llera procedente de Jalisco y uno de los típicos personajes más conocidos, por acostumbrar jugar carreras a caballo con él sólo, pues arrancaba desde la cafetería de Juan Banda hasta la presidencia municipal, se echaba un grito al aire y regresaba para repetir la operación tres o cuatro veces.
A propósito y si mal no recuerdo, aquel doce de marzo de 1947, me encontraba barriendo el frente de la casa, contra esquina del viejo palacio municipal, cuando Chavano, haciendo reparar su penco gritó a todo pulmón “ ahora si Guadalupe, este día va a correr la sangre en Llera”. Efectivamente, a los pocos minutos comenzó la balacera entre
los dos fuertes grupos políticos que había en aquellos días y que siempre se andaban peleando la presidencia, al grado que generalmente había uno o dos muertos en cada elección, razón por la cual se instaló un pelotón de soldados en una de las casas de doña Velia Muñiz de Morquecho, ubicada en la calle Obregón, esquina con Servando Canales y, desde entonces, “los agarrones y muertitos” se acabaron, bueno, los causados con puñal o pistolita.
¡HASTA MAÑANA Y BUENA SUERTE!