¡Capitán, vienen 20 camionetas entrando por la brecha 109!-informó el Teniente.
Hice mis cálculos.
-80 pelaos-pensé.
Nosotros éramos 45. La mayoría jóvenes. No más de una docena, con experiencia en combate. La culencia de los burócratas de gobierno, nos mandaba al encuentro de los delincuentes sólo con dos cargadores por cabeza. Entre todos, apenas juntábamos una docena de granadas.
Poca munición, para un enfrentamiento que podría alargarse hasta dos horas.
De los 20 vehículos, se esperaba que al menos vinieran tres blindados.
Reuní a mis oficiales.
Dije:
“Vamos a sorprenderlos. En lugar de atrincherarnos, saldremos a su paso”.
A las dos de la mañana, empezó la balacera. Noche oscura, sin luna, sin estrellas. Nuestro equipo, traía sólo dos hombres con lentes de vista nocturna. Los que llegaban, traían equipo de ejército primermundista: uniformes de campaña, chalecos blindados, armas cortas y largas de última generación y al menos diez efectivos con gafas para traspasar la mirada sobre la oscuridad.
Por la forma de correr y de moverse, por la técnica de disparar y el ruido que salía de las pisadas de su calzado sobre el caliche de la brecha, percibimos que la mayoría eran desertores de las Fuerzas Armadas.
En los 45 minutos que duró la refriega, les hicimos 13 bajas. De los nuestros, contamos 10 muertos y 6 heridos. Cuatro de nuestros vehículos resultaron inhabilitados; ellos, perdieron media docena de camionetas.
Se regresaron por donde vinieron.
Esta vez, no alcanzaron a llevarse a sus muertos.
La oscuridad de la noche, hacía riesgosa esa tarea.
Levantamos cinco heridos de ellos. Dos moribundos, dos con impactos en las piernas y el restante con heridas superficiales.
Llevamos a los atacantes lastimados al campamento que teníamos instalado a unos 50 metros del río Bravo. Ordené que los desnudaran, los ataran y sentaran en unas rústicas sillas.
Le hablé al Teniente García. Era un hombre chaparro, macizo, con un torso de cargador. Antes de sumarse al Ejército, había trabajado de carnicero en su natal Ciudad del Maíz, San Luis Potosí. Silencioso. Discreto. Obediente.
De lo oscuro de la noche, salió la voz:
-¿Me hablaba, Capitán?..
Traía en su mano izquierda una pequeña hacha y en la derecha un chuchillo –comprados en Torrey- que delataban sus filos con los golpes de luz que regresaban a las fogatas del improvisado cuartel. Llevaba, una blanca y sudada playera y pantalón de campaña.
Sabía lo que tenía que hacer García.
Se acercó al detenido con heridas menos graves.
Le dijo:
-Camarada, contesta lo que te pregunte el Capitán. Quiero dormir temprano.
El maniatado, no se inmutó.
-Cuéntame, ¿quién te mandó?..
Silencio.
El Teniente, tomó el pulgar derecho del detenido y lo desprendió con un limpio tajo de su hacha. Un apagado grito, salió por la nariz del interrogado y un chorro de sangre golpeó el pecho de García que se esparció en su camiseta como si hubiera recibido un balazo en el esternón.
El Capitán:
-Cuéntame, ¿quién te mandó?..
Silencio.
Otra vez el oficial potosino:
-Me quiero ir a dormir temprano, compita…
Bufidos del interrogado.
García entendió que la respuesta era una negación. Sacó el cuchillo que había puesto en su cintura y con un maestro corte se quedó con la mano derecha del torturado en su mano izquierda. Se escuchó una sinfonía de sordos gritos, sobre el plástico canela de los detenidos.
Fue entonces cuando el inquirido, sollozando, asintió con la cabeza.
El pitar de los grillos, se detuvo.
Un tirón a la mordaza y un chasquido. García se quedó en su mano derecha con la cinta canela y en la izquierda con la inerte mano del malandro.
Sonó mi celular en medio del paraje.
Sentí el alma acomodarse en mi cuerpo.
-¿Cómo está mi Tesoro?-contesté.
Con el rostro iluminado, suavizado por la llamada dije:
-En treinta minutos termino de trabajar Tesoro.
-…
-¿No puedes dormir?..
-…
-Paso por ti y vamos al Café Rey, a tomar chocolate.
-…
-Ok Tesoro. Menudo…