A menos de dos meses de que pierdan el poder de forma definitiva y entren de lleno a la peor crisis de su historia, los priistas empiezan a vivir su catarsis y, tal vez por primera vez en su larga historia de 84 años, practican una autocrítica descarnada en busca de algo que ya parece imposible: sobrevivir.
Circula desde la semana pasada, una especie de autorretrato, un documento elaborado por la Comisión de Diagnóstico que nombró el Comité Ejecutivo Nacional precisamente para dictaminar porqué les pasó lo que les pasó, más allá del evidente hartazgo ciudadano.
Es un informe que detalla con rigor, es la pura neta, un recuento de los errores puntuales que los condujeron a la debacle.
Reconocen los priistas, que su principal falla -una de muchas en realidad- fue atar su suerte a la del mandatario más impopular del México contemporáneo. No hubo en el partido quien levantara la voz, para desmarcarse de los traspiés presidenciales.
A eso se agrega la pésima elección de candidatos, la imparable corrupción de los funcionarios priistas y el maltrato a la militancia.
Se trata, claro, de un diagnóstico nacional, pero nos queda la impresión de que quienes escribieron esa autocrítica, habrían encontrado peores ejemplos de la miseria tricolor, de haber centrado su análisis en el caso tamaulipeco.
No es casualidad, por ejemplo, que el PAN y Morena hayan barrido en las elecciones municipales.
Ni las manos metieron los alcaldes priistas que soñaban con reelegirse; el electorado les dio un rotundo bofetón, porque hicieron pésimas administraciones, pero sobre todo porque igual que en el caso del presidente de la República, los ediles del tricolor apestaban a corrupción y, aquí peor aún, a omisiones y complicidades que hundieron a Tamaulipas, en la peor de sus crisis.
La sociedad, advierte el Comité de Diagnóstico, “nos considera el partido corrupto de México”.
No se puede decir con más claridad: casos como el de “Chuchín” de la Garza, Magdalena Peraza o Juan Diego Guajardo lo ejemplifican, ni el más aferrado de los militantes metería las manos al fuego por ellos.
Hay suficientes evidencias de que los priistas de a pie, se cansaron de defender lo indefendible, como las reformas que fueron vendidas como la solución a todos los males del país, y que hoy están lejos de arrojar resultados positivos.
“Las reformas estructurales…la sociedad las ve ejemplificadas en educación amañada, inseguridad, gasolina, canasta básica y servicios más caros”, señala otro punto del informe y que explicaría por qué el PRI fue expulsado casi totalmente del Congreso.
Súmese a eso la absoluta irrelevancia de legisladores como Esdras Romero, Pedro Luis Coronado, Montserrat Arcos, Paloma Guillén, Baltazar Hinojosa, Alejandro Guevara y un largo etcétera. Su imagen de onerosos “levantadedos” contribuyó en mucho a que su partido perdiera los nueve distritos electorales del estado.
Sobresale en esta maraña de graves gazapos políticos, la percepción de que el partido está bajo el control de una cúpula que lo ha llevado a esta crisis que parece fatal.
“El PRI está secuestrado o incluso es título de propiedad de muchos, que se puede donar o incluso heredar; el PRI está abierto para pocos y cerrado para muchos”, señala con frialdad el documento, que pareciera describir al Comité Directivo Estatal, que bajo la conducción de Sergio Guajardo le dieron el puntillazo en julio pasado.
Parece que ante el virtual desahucio que ahora viven, los priistas rascan sobre la llaga y descubren las razones de su desgracia. No así en Tamaulipas, donde los protagonistas, parecen aferrados a exprimirle hasta la última gota de vida a su partido.
Como quiera que sea, el documento parece mas bien una reflexión desde el féretro.