A mi padrino le dicen El Negro. Desde niño, lo vi como un gigantesco mezquite: imponente, prieto, con una grande capacidad para dar sombra. Me bautizó, porque era amigo de papá. Él y mi padre, hicieron carrera en la milicia juntos desde hace casi 40 años. Más que amigos, decían ser hermanos.
Casi siempre, andaban en pareja.
Los dos, participaron en un evento donde salvaron la integridad física del Presidente de la República. Una docena de guerrilleros del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), intentó secuestrar al Jefe Máximo de las Fuerzas Armadas, cuando hacía sus rutinas en bicicleta.
Fue en el mero centro del bosque de Chapultepec.
Los guardias del Presidente, eran casi una veintena.
Doce, los que iban por el Presidente Zedillo.
Todos los atacantes quedaron muertos.
Siete al primer contacto.
Los restantes, murieron en el Campo Militar número 1.
Hermosa batalla. Todos con escuadras 45. Los disidentes, ofendían muy bien. Para fortuna del Ejecutivo Federal, no tanto como para desafiar la destreza que habían sacado de los nuestros los instructores israelíes. Güevos, de aquí para allá; güevos, de allá para acá.
Nadie corrió.
Ni uno pidió paz.
Ni ellos ni nosotros.
El jefe de la escolta presidencial, de los más diestros tiradores del Ejército, abatió a tres. Ni cómo pedirle mayor precisión: ultimó a cada uno, con un balazo en la frente. Salió con una falange menos, pero con la admiración de todos, incluyendo el Presidente.
De los insurgentes, se vio grande un muchachito gordito, güero, como de unos 19 años. Pelo castaño, ensortijado. Ágil como la chingada. Le voló el dedo a nuestro
comandante, y le destrozó su pistola; y si no ha sido por el chaleco de acero, le atraviesa el corazón.
Al otro día: silencio.
Nadie supo de la acción; excepto, los jefes militares de mayor graduación.
Mi padrino y mi padre, ahí se ganaron el aprecio Presidencial. Se les iluminó, el presente y el futuro.
Algunos años después, ambos, llegarían a Generales. El Negro, como le decía mi papá de cariño con todo y su tez, labios y pelo africanos, llegaría a ser Secretario de la Defensa Nacional, con el Presidente panista.
Esas circunstancias, me hicieron la vida sencilla en el Colegio Militar (CM).
La tradicional novatada, con la cual los veteranos del CM reciben a los nuevos estudiantes, es una salvajada. “La vida en los cuarteles, no es fácil”, me había dicho mi padrino cuando le dije en dónde me iba a escribir.
Jamás recibí un mal trato en el Colegio.
-Es el ahijado de El Negro-se susurraba en la escuela.
Todo era concordia y amistad.
Con las sombras de mi padre y de mi padrino, transité con fortuna en el Ejército mexicano. Egresé como sub Teniente del CM a los 21 años y 19 años más tarde, me dieron el grado de Capitán.
No fue sencillo.
Recorrí el país, desde los desiertos del Norte, hasta las selvas del Sur. Cinco años en la frontera con Estados Unidos, hicieron crecer mi colmillo más que toda mi carrera militar previa. Conocí los códigos de negociación de contrabandistas, pateros, sicarios y narcotraficantes. Vi, a la vez, la forma tan brutal en que se pelean territorios y prebendas grupos de jóvenes, casi niños, que operan gigantescas redes de compra y venta de droga.
Recuerdo con orgullo, cómo mi padre me despidió cuando me nombraron jefe militar en Tamaulipas. Como nunca, me abrazó y me besó. Me deseó suerte. Me dio varios consejos que hoy le agradezco.
Mi padrino fue más emotivo en su adiós.
Vio a mi esposa, que me acompañaba –le decía hija, y de esa forma la trataba desde que nos casamos diez años atrás- y le dijo:
-Mucha suerte hija. Cuídense.
Luego, volteó a verme a mí y comentó:
-Pórtate bien Capitán. En las Fuerzas Armadas, también existe el karma.
-No le entiendo padrino.
Desde su monumental figura, engrandecida por un abdomen voluminoso, poderoso, sentenció casi en mi oído:
-El dinero, es como el amor clandestino: si no te corrompe, ¡agárralo!.
-¿Y cómo sabré, si me corrompe o no padrino?..
Pontificó:
“La conciencia te lo dictará…
…y el remordimiento, te lo cantará.”