No fumo.
No bebo licor.
Los vicios, no son para mí. No los necesito. Vivo por el amor, para el amor y en el amor. Desde el primer día de mi primer matrimonio, de mi primer encuentro sensual, he amado y he sido amada. Algo me dio Diosito, que todos los hombres se han enamorado de mí; de la única forma, como debe expresarse el buen amor: desquiciada y estúpidamente.
Igual yo: he correspondido apropiadamente.
Nadie se ha ido insatisfecho.
Se han marchado, enfadados algunos, pero nunca insatisfechos. Acaso se hayan alejado, con la sensación de que actué con cierta mezquindad. No es así. No ha sido así.
Los años que pasaron a mi lado, casi puedo asegurarlo, fueron los días más felices y placenteros que hayan pasado por sus vidas.
Decía mi madrastra, que García Márquez contó en sus libros:
“También el amor se aprende…”
Creo, estaba en lo cierto.
Varias veces me casé sin amor.
Y otras, con el corazón rebosante de pasión.
En ambos casos, terminé amando a mi pareja.
Mi madrastra, subrayaba que el amor no construye la felicidad por sí mismo. “El amor si no se conjuga con la libertad, degenera en deseo estúpido, irracional; se convierte en sexo placentero, que en algún momento hace aflorar la desconfianza. Y cuando entra la desconfianza en la conciencia, sale el adiós del corazón…”.
Lo entendí algunos años después.
“¿A dónde va la Reina?”
“Güerita, la van a acompañar a Mc Allen, mis guardaespaldas…”
“Tesoro, no puedes ir sola a casa de tu padre”.
Todos me dieron todo.
Su amor, su dinero, viajes, atenciones.
Ni puedo, ni debo quejarme.
Los problemas, aparecieron cuando empalmaron su libertad con la mía. Todavía no me explico, por qué me buscan hombres autoritarios, de reciedumbre evidente. E igual: sigo sin entender, porqué disfruto adaptarme a esos caracteres huracanados. Nunca me ha dado miedo, relacionarme con hombres que para cualquier mujer resultarían tóxicos. Me da flojera pelear. Me da tristeza, que una relación pueda llegar a los insultos, a las humillaciones.
Me gusta acabar de un tajo las divergencias en casa:
-¿Peleamos o cogemos?..
No es petulancia: no hay diferendo, que resista el embate de los besos y los mimos.
Siempre he sostenido: no hay más y mejor libertad para la mujer, que en ese espacio íntimo, relajante y amable, que es la cama. Nunca he coincidido, con mis amigas que les repugna ser tratadas como objetos sexuales. En el tálamo, no hay objetos; hay sujetos –bestialmente humanizados-, que dejan escurrir sus instintos de fiera tanto como sus caricias -y palabras- más emotivas y sublimes.
¿No es acaso una deliciosa regresión, la práctica del sexo en posiciones traídas de los siglos y por los siglos del mundo animal?..
A muchas de mis amigas, que sólo han conocido la libertad en su lecho, les aconsejo que la paladeen. Es una de las emancipaciones, más a la mano que tenemos. El orgasmo, no es sólo una luminosa sensación corporal; es una explosión celestial, que nos descose del mundo terrenal y nos instala en el más puro aposento de soberanía física y de señorío espiritual.
Con la libertad individual, no se negocia.
Con el enamoramiento, siempre hay franjas para el acuerdo.
Muchas veces hay que condescender. Por una razón muy simple: lo que hace una pareja bien avenida, son sus diferencias bien procesadas. No porque algo te guste, tiene que gustarle a tu pareja. Y lo mismo: si algo le gusta a tu pareja, no tiene porqué gustarte a ti.
Son las 3 de la mañana.
Armenta, se está poniendo el uniforme de beisbolista. Como fanático de los Sultanes de Monterrey, su atuendo lleva esos colores. Es un niño en esos momentos. Me dice desde la sala con voz obsequiosa:
-Tengo juego Güerita. ¿Quieres acompañarme?..
Me comenta que ya fueron los trabajadores de la Presidencia municipal a regar el pasto y a prender las luces del Parque Adolfo López Mateos. Me informa, que su personal ya llevó el menudo al estadio para almorzar finalizando el juego.
Le digo, porque sé que lo hace feliz:
“Sí mi vida.
“Ya dormí lo suficiente.
“Me pongo los tenis y los pants.
“!Vamos a ganar!”.