CIUDAD VICTORIA, TAMAULIPAS.- Llegó noviembre, y con ello la celebración del día de los fieles difuntos. El mexicano y la calaca tienen una relación de odio y amor ancestral, porque aunque nos tomamos este desenlace de manera muy cómica, la verdad es que nadie quiere morir, descansar en paz, irse al otro mundo, colgar los tenis, caminar, sonar bofo, entregar el equipo, hacerse calavera, saludar a San Pedro o chupar faros.
A decir verdad, en México no festejamos a los que murieron, porque según la tradición celebramos a los que regresan, y les ofrecemos ricas y variadas viandas en los altares, o bien a los que retornan a nuestros pensamientos y a algunos que nunca se han ido porque viven en nuestros corazones en el colorido del día de los fieles difuntos.
Y en la capital tamaulipeca los victorenses se toman muy en serio la tradición de ir a visitar el 2 de noviembre a aquellos que se nos adelantaron en el camino, sobre todo en los camposantos municipales como el Panteón del Cero Morelos, el panteón de la Cruz y el de la Libertad, aunque éste, por cierto, ya no admite a ningún nuevo inquilino.
El Caminante se fue a dar una vuelta al cementerio para vivir más de cerca esta festividad.
En el panteón más viejo de la ciudad la actividad inicia desde muy temprano, pero muchos metros antes de llegar a su entrada principal. Aquí la vendimia empieza antes de los primeros rayos del sol.
Y es que en su atrio el visitante puede hallar de todo, y si decimos de todo es porque es ¡De todo! como en el puesto de golosinas cuyo letrero reza: “Puro mugrero pero bien sabroso”. El paisaje es dominado por la venta de flores como nardos, crisantemos y cempaxúchitl, así como arreglos y coronas fúnebres, pero realmente hay mercancía no sólo para los muertitos, también hay mucha para los vivos: desde nuez cáscara de papel traída de Chihuahua y las fritangas que nunca pueden faltar, como chicharrones y plátanos dorados, churros y pan recién horneado.
Una invitada que no podía faltar es la catrina (unas con más carnita que huesos) y su amado catrín, que posan juntos frente a un féretro promocionando los servicios funerales a futuro.
Al internarse en los pasillos del panteón es imposible no encontrarse al vecino o a la comadre que acudió a saludar al extinto compadre.
Niños, jóvenes y ancianos recorren el camino ofreciendo sus servicios para remozar las tumbas.
Como Paco, de la colonia Pepenadores, que brocha en mano encala las lápidas.
¿En cuánto sale la encalada? Se le pregunta “ahí con lo que desea cooperar, porque si les damos un precio nadie se anima porque todo se les hace caro”, responde.
Diez tumbas adelante un artista aventádose la repintada en dorado las letras que marcan quien descansa tres metros abajo.
A primer vistazo el cementerio asemeja a una ciudad en miniatura, pero no solo por la arquitectura de sus capillas que llegan a parecer rascacielos, también porque en muchas de ellas se observan rejas y protectores de metal (¿qué tan serio será eso de la inseguridad que hasta los muertitos prefieren vivir bajo llave?) además de que la sobrepoblación no sólo afecta a las colonias, pues aquí también se pueden apreciar letreros con lotes en venta para quienes estén pensando en mudarse próximamente a este sector.
Familias enteras le entran a la faena de chapolear, desyerbar, quitar mugre y basura de la última morada de sus difuntitos, pero eso sí, hay que hacer fila en las piletas para cargar el agua necesaria en las tareas de limpieza.
Y qué decir de aquellos que en vez de flores les llevan como ofrenda al sepulcro aquellos que tanto disfrutaron en vida… como por ejemplo una rica y nutritiva caguama.
También se pueden observar a personas rezándole a sus muertos o “tomándose la foto pa’l feis” y que decir de una señora que muy enojada reclamaba que le habían aventado un montón de tierra a la tumba de su abuelita Conchita que extrajeron de un nuevo sepulcro.
Pero no todo es algarabía y solemnidad.
Como cada año, están ahí los personajes solitarios, esos que no tienen mas que una fría y silenciosa lápida, donde descansa su compañero o compañera de vida, y que ya no les queda mucha familia. Esos que día a día la soledad se ha vuelto en su pan de cada día. A todos ellos les mandamos un fuerte abrazo.
En el Panteón de la Cruz, la cosa se pone más sabrosa. Especialmente desde el acceso principal, donde lo primero que saluda a los visitantes es el increíble y seductor aroma de las garnachas, como chicharrones, moronga, carnitas, brochetas, tortas de discada VIP, osea con aguacate, trolelotes, frituras y un gran etc.
Claro que nunca faltan los que se quieren pasar de vivos el día de muertos como el dueño de un Cavalier rojo que le valió una pura y dos con sal quedar mal estacionado… lástima porque la grúa de Tránsito municipal lo ganchó y en un dos por tres lo remolcaron y fue llevado al corralón (el Cavalier, no el dueño, claro) pero qué bueno, nuestros impuestos sí están trabajando.
En este cementerio el ambiente es mucho más festivo, y es muy común ver a decenas de familias prácticamente haciendo día de campo, y que cargaron hasta con todo y el tanque de gas para cocinar una rica discada acompañada de chescos y unas ricas cheves al compás de una bella melodía proporcionada por los fara fara que no pueden faltar en este festejo.
Las notas musicales de temas como Ángel mío, Amor eterno, El columpio y Gema, entre otras rompan el sonido del murmullo y la algarabía que llenan el ambiente.
También se pueden observar a muchos aficionados con la playera de campeonato del Cruz Azul.. antes de que pasen otros 5 o 20 años para volver a lucirla, claro.
La señora de los elotes voltea a ver al Caminante y muy amable posa para el lente ofreciendo su rico manjar.
No son pocos los victorenses a quienes se les observa pintando las crucecitas de sus familiares e incluso metiéndole a la construcción. Tal es el caso de Don José, el dueño del lote y Don José, el albañil que le esta haciendo la chamba en una capillita… o mejor dicho capillota de 3 metros de largo por 2.10 de ancho. Don José cuenta que ahí se encuentra descansando su hermano “Se no fue joven… antes de los cincuenta – cuenta – la maquinita un día se le detuvo” dice llevándose la mano al corazón. “Era trailero, le dieron tres infartos y al cuarto murió… estaba por salir a Monterrey acompañado de su hijo y en los brazos de su hijo murió”, añade, pero la obra se había detenido porque en días pasados no lo dejaban meter materiales de construcción, pero afortunadamente ya están por echar el “vaciado” bendito Dios.
La fiesta se torna a ratos nostálgica y después alegre, pues los matices del día de muertos son innumerables, pero indiscutiblemente el dos de noviembre es como la navidad para nuestros difuntos, un día para recordar que estamos en esta vida solo un ratito, y que hay que vivirla plenamente.
El Caminante aprovecha para saludar a un par de compas que se nos adelantaron, se levanta medio litro de nueces y emprende la ruta de regreso al reino de los vivos muy vivillos. Demasiada pata de perro por esta semana.