20 abril, 2025

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Salinas: el hombre que quiso ser Rey

El Kiosko

En su libro ‘La Presidencial Imperial’, el historiador Enrique Krauze titula el capítulo dedicado al sexenio de Carlos Salinas de Gortari, con la siguiente frase: ‘El hombre que sería rey’.

Protagonista central de la reforma neoliberal que tomó el poder político y económico de México a partir del primero de diciembre de 1982, con la llegada de Miguel de la Madrid a la presidencia de la república, Carlos Salinas se convirtió en un personaje clave en la historia reciente del país.

Pieza estratégica del neoliberalismo en el juego de ajedrez geopolítico, registrado en la década de los ochentas (las ofensivas militares específicas de Ronald Reagan en Centroamérica, la caída del Muro de Berlín, el fortalecimiento de Wall Street, la descomposición de las repúblicas soviéticas, el narcotráfico como punta de lanza de la ‘economía canalla’), el cerebro de la apertura comercial y del debilitamiento del Estado mexicano, no sólo alcanzó la presidencia, sino que intentó crear un Reinado, su propio Imperio.

Si Miguel Alemán no pudo sepultar el discurso ideológico de la revolución institucionalizada y, por ende, nacionalista -afianzado, para bien o para mal, en el sexenio de Lázaro Cárdenas-, Carlos Salinas asestó el golpe mortal durante su mandato, tal como lo refirió en esos años, a principios de la década de los noventas, el historiador Lorenzo Meyer con su libro ‘La Segunda Muerte de la Revolución Mexicana’. 

El problema de Carlos Salinas no era tanto su estrategia de apertura comercial, insertada en un proceso de grandes cambios que se observaron durante la década de los ochentas y que definieron lo que se calificó como ‘El Nuevo Orden Mundial’, sino que practicó una de las características esenciales del viejo régimen priista: el autoritarismo.

CSG es un producto -en el más estricto sentido de la palabra- de su época: fue el periodo en que el neoliberalismo derrotó al socialismo. Iniciaba la época de la globalización (impulsada poco después de manera acelerada por la aparición comercial de internet y de la comunicación digital). La Aldea Global profetizada por McLuhan, se convertía en realidad.

Pero… a la vez, el concepto de Estado-Nación comenzó a sufrir un proceso de ‘achicamiento’, de reducción de sus funciones (la seguridad pública, entre ellas) ante el poderío e influencia de los nuevos dueños del mercado global (y, prácticamente, se puede decir, del mundo): las empresas transnacionales… los corporativos legales e ilegales, impusieron condiciones.

No es casual, por ejemplo, que en el contexto de ‘la apertura de los mercados’ se haya expandido como nunca antes el tráfico de drogas.

Tampoco es una casualidad que, a partir de entonces, los cárteles mexicanos de la droga, vinculados estrechamente a los poderes políticos sexenales, hayan crecido a niveles sin precedente y alcanzaran la categoría de grupo fáctico (al margen del Estado).  

En ese contexto, nacional y mundial, Carlos Salinas no se conformó con ser un presidente reformador. No, eso no era suficiente. Carlos Salinas quiso ser rey, un rey absoluto.

En su intento por crear un Reinado o un Imperio con súbditos leales, no sólo lanzó una ofensiva contra los emisarios del echeverrismo y del lopezportillismo (‘La Quina’ como caso emblemático), también decidió la formación de una nueva clase empresarial… subordinada a sus intereses.

Aunque en la actualidad pocos son los que lo mencionan, Carlos Slim, el dueño de Teléfonos de México (empresa que adquirió a precio de ganga) y uno de los hombres más ricos del planeta, es portador del sello -¿o del virus?- salinista. No lo puede ocultar.

A pesar de su indudable inteligencia, el líder de la corriente tecnocrática mexicana no entendió algo elemental durante su mandato: la apertura comercial va de la mano con la apertura política. Es decir, con la democracia.

Envuelto por los elogios desmesurados hacia sus reformas económicas, creyó en verdad que podía ser Rey. Por supuesto, no lo logró.

El final del sexenio salinista se estrelló contra la realidad: asesinando su sucesor en Lomas Taurinas (las huellas dactilares de ‘la nomenklatura’ fueron evidentes), la economía se desplomó. Las reservas estaban hechas talco dos meses antes de que entregara la silla presidencial. ‘El error de diciembre’ fue su culpa, su responsabilidad.

Aunque Carlos Salinas recomienda hoy en día que ‘quien se prepara para gobernar, tiene que prepararse para el golpe inesperado’, la historia, los hechos del trágico 1994, indican que él nunca se preparó para los golpes inesperados.

Está más que claro que la reciente aparición de Carlos Salinas en un foro que tuvo por tema (pretexto) el ‘realismo e idealismo de Maquiavelo’, tiene que ver directamente con la cancelación del proyecto del aeropuerto de Texcoco, en cuya construcción se encontraban metidos de lleno los empresarios surgidos en el sexenio salinista.

Es una reacción. Ese es el motivo central del mensaje enviado por el hombre que quiso ser rey… y que no lo consiguió.

No hay duda: a Carlos Salinas le dolió mucho la cancelación del aeropuerto en Texcoco. Perdió una ‘millonada’.

Y PARA CERRAR…
El hombre que quiso ser rey, ya envió una carta aclaratoria al periódico El Financiero, para señalar algo así como que ‘no dijo lo que dijo’.

‘Charlie’, uno de los hombres más ricos de México, ya debería dedicarse a cuidar a su nieta y olvidarse de andar en ‘la grilla’ de ‘tenebroso’ y ‘maquiavélico’.

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