Nuestros vecinos al norte del Río Bravo, celebraron esta semana elecciones para decidir quiénes serán sus nuevos representantes en el Congreso y en las gubernaturas de algunas entidades de los “Estados Desunidos”.
En Texas, la contienda por el Senado entre el demócrata Beto O. Rouke y el republicano Ted Cruz, llamó la atención en especial, ya que el primero quedó a escasos puntos porcentuales por debajo del ganador, cuando las apuestas indicaban que Cruz ganaría por mucho.
La ola triunfadora demócrata en la Cámara de Representantes, ha sido vista como una buena señal en Estados Unidos y también en México. En particular, porque durante dos años el presidente Donald Trump tuvo un Congreso de mayoría republicana, lo que significaba prácticamente un monopolio de poder.
El resultado de estas elecciones tienen una relevancia especial para ambas naciones, por tres motivos.
Primero que todo, la victoria demócrata “desinfla” al Sr. Trump de sus intenciones de gobernar con manga ancha, como lo hizo desde el 2017. La falta de contrapesos en el poder en estos dos años, fue muy evidente. De no ser por la crítica marcada por algunos medios, como el New York Times y CNN, el ahora presidente habría realizado locuras quizá más pronunciadas, en este periodo de tiempo.
Su berrinche en la conferencia de prensa del miércoles, en donde prácticamente corrió a un periodista de CNN, solo acentúa los conflictos cada vez más evidentes, que habrá entre la prensa y el Presidente.
En segundo lugar, se abre un camino para que el Partido Demócrata llegue fortalecido a las elecciones del 2020, con un mejor margen de acción, ahora con mayoría en la Cámara de Representantes. Una nueva “camada” de jóvenes demócratas ha surgido y seguramente veremos brillar a nuevos líderes políticos, que bien podrían aspirar a enfrentar al Sr. Trump, quien buscará la reelección por su partido.
Y en tercer término, el triunfo demócrata representa para México menor presión en la construcción del muro fronterizo, obra que aún sigue siendo prioridad para el equipo del mandatario norteamericano. Con la mayoría demócrata ya en el poder, significará un proceso más difícil de concretar.
Estados Unidos ejemplifica hoy el caso de un país polarizado en ideas, preferencias políticas y opiniones. Incluso, dentro del mismo Partido Republicano —el partido
de Trump—, existen grupos con pensamientos demasiado opuestos, lo que de alguna manera nos ayuda a entender la profundidad y complejidad del divisionismo existente en nuestro país vecino.
Lo que es un hecho es que las elecciones presidenciales dentro de dos años en “Estados Desunidos” serán muy diferentes a las del 2016, en donde fue muy evidente y descarado el intervencionismo ruso.
Ciudadanos decepcionados con Trump, un despertar demócrata que seguramente contagiará a muchos indecisos y una mayor supervisión al sistema electoral (para evitar “hackeos”) serán factores decisivos para definir esta vez un resultado, que podría traer de nuevo a un político demócrata o independiente a la oficina oval en la Casa Blanca.
Por lo que respecta a México, nuestro gobierno entrante debería aprovechar este “descuadre” electoral para perfilar una mejor política exterior, a partir de diciembre. Tendría que ser una política basada en una diplomacia más pragmática, con un cabildeo permanante en los pasillos de Washington y un enfoque más atrevido para trabajar con aliados clave como Canadá y así buscar ventajas significativas en diferentes campos, desde migración hasta economía.
Dos años se pasan rápido. Y a Trump se le irá acabando el tiempo.
Seguramente una de sus canciones favoritas en los próximos meses será una de nuestro célebre cantautor Armando Manzanero: “Reloj no marqueees las hoooras…”.