Para fortuna de los nutriólogos, recientemente la frase «En Ciudad Victoria, las flautas son de harina», se convirtió en una de las expresiones gastronómicas predilectas entre los aficionados a este platillo de comida rápida. Se preparan de varios tamaños y es fácil encontrarlas en fondas, puestos y carretones en las calles de la capital tamaulipeca.
De acuerdo a la opinión de expertos, los establecimientos más célebres de esta comida típica son La Flauta Soñada, Las Flautas Arce, La Norteñita, Las Flautas de mi Suegra y Paco’s. Sin embargo, se sabe muy poco acerca del origen de uno de los elementos más emblemáticos de la localidad.
Me refiero a la señora Rosa Elena Charles Domínguez (1929), originaria de Galeana, Nuevo León, quien próximamente cumplirá noventa años de edad. Llegó muy joven a Ciudad Victoria después de vivir en Tampico con su hermana Olga.
En esa ciudad conoció a su marido el veracruzano Enrique Rodríguez Sánchez, jubilado de Petróleos Mexicanos quien tenía habilidades en preparación de enchiladas huastecas y otros platillos. Para apoyar la economía familiar, estableció en el mercado una vendimia de dulces de leche, camote, calabaza, caramelos y marquetas de nuez que ella misma elaboraba gracias a las enseñanzas de su padre Basilio Charles.
A principios de los años sesenta abrió la Cafetería El Nacional, inicialmente ubicada en la calle Ocho, a un costado del Hotel Bryston’s, donde ofrecía comidas, cenas, almuerzos, café, refrescos, gorditas de azúcar con mantequilla y antojitos mexicanos: -tacos, enchiladas, gorditas y tostadas-.
En esta actividad era auxiliada por su esposo y su hijo Ciro, quien después se hizo cargo del negocio. Vale decir que durante algunos meses, laboró con ella Carlota Murillo, la legendaria Doña Tota, recién llegada a esta ciudad.
Al poco tiempo cambió su domicilio en la acera oriente de la misma cuadra, en un local propiedad de Magid Assad. Desde entonces y hasta cerrar sus puertas en la década de los noventa se llamó Nuevo Nacional.
Doña Rosita recuerda que la mayoría de sus clientes eran choferes y pasajeros de los Transportes Flecha Roja que tenía su terminal en el Hotel Bryston’s del Ocho Bravo. Además acudían a su establecimiento comerciantes, maestros, burócratas, turistas, estudiantes universitarios, preparatorianos y normalistas.
Rosita, evoca el momento mágico de inspiración cuando descubrió la manera de convertir la masa de trigo en una flauta. «Cierto día al terminar de cocer una tortilla de harina de gran tamaño en lugar de hacer un taco doblado como era la costumbre, la enrollé y mostré a unos operadores de los Transportes Flecha Roja que estaban sentados en una de las mesas.
Les dije en tono de broma mientras movía las manos como si estuviera tocando un instrumento musical: «A ver miren no se les antoja una flauta…» Sí dijo uno de ellos…démela a mí. Entonces le agregué uno de los guisos que tenía preparado y la serví en un plato con cebolla, repollo, aguacate, tomate y salsa molcajeteada.
A partir de ese momento según yo les llamé flautas…»
Más todavía, con las debidas reservas asegura que fue la iniciadora en cocinar las gorditas en esta capital: «….Le voy a decir que aquí en todo Victoria, la primera que hizo gorditas fui yo.
La mayoría hacían tacos doblados y eran lo que vendía. Un día que también estaban los operadores de los autobuses se me ocurrió hacer una gordita y la rellené de guisos y se la ofrecí a un chofer…y me dijo páseme unas dos más, mire que ricas están. Y desde entonces hice gorditas…Doña Carlota -Tota- fue empleada mía, yo la enseñé a hacer gorditas.
Un familiar de ella conocía a mi hijo Ciro, le comentó que le diera trabajo. Después puso un carretón en el 8 Carrera y Aldama, donde ahora está la fábrica del hielo.
Ahí tenía mi hermano Basilio un taller eléctrico automotriz…luego les pidieron el terreno y de ahí se fue al 5 y 6 Berriozábal donde instaló nuevamente su negocio de gorditas…»
«Cuando vivimos en Linares, con la orientación de mi madre Manuela Domínguez, yo sola aprendí a cocinar las tortillas de harina.» Para la elaboración de las gorditas de azúcar y tortillas especiales para tacos y flautas, doña Rosita utilizaba harina Río Bravo de Monterrey que entonces competía en las marcas Fénix y Colmena.
En este contexto vale mencionar en la primera mitad del siglo pasado, el consumo de tortillas de harina en Victoria era muy limitado, si consideramos que el único molino de trigo en Tamaulipas operaba en Tampico en los inicios de la pasada centuria y era propiedad de Evaristo Madero Elizondo.
Lo cierto es que las novedosas flautas del Nuevo Nacional se empoderaron del gusto de los victorenses y generaron mucho ruido por su aportación a la comida rápida mexicana. «…las hacía con el relleno de los guisos que solicitaran de acuerdo a los gustos del cliente, pero también vendía comida corrida y por la noche tortas.
A las flautas primero les untaba frijoles y luego las rellenaba del guiso de salsa verde, picadillo, deshebrada, machacado, huevo con chorizo, chicharrón, barbacoa, cochinita pibil, mole, huevo con salsa. Años antes de cerrar el restaurante mi sobrino Carlos Sandoval Charles abrió La Flauta Soñada.»
Gracias al invento de las flautas de harina, pero sobre todo a la variedad de guisos y buen sazón de sus comidas, doña Rosita atrajo a su negocio numerosa clientela de todos los sectores sociales, quienes la visitaban para deleitar sus paladares. Ahí desfilaron comensales de apellidos famosos de la localidad, por ejemplo Hernández, Charur, Martínez, Ruiz, Balboa, Villarreal, López y otros.
Con información de Francisco Ramos Aguirre