Para cambiar bastaría con, entre otras cosas, dar certidumbre y respetar las instituciones
“Vamos a pacificar al país”. AMLO prometió lograrlo en 3 años: “…estimamos que a mediados del sexenio (…) estaremos en posibilidades de regresar la paz y la tranquilidad a los hogares”.
La inseguridad es un problema muy complejo. Horrible herencia. La violencia sigue subiendo. Ya casi no habla de ello en sus mañaneras. No queda claro de qué tratan las reuniones diarias del gabinete de seguridad.
Ya tiene la Guardia Nacional. Si su estrategia es la correcta, deberíamos ver mejoras para finales de este año. En ese caso, en 3 años estaremos viviendo en paz. Veremos.
También prometió gobernar para todos los mexicanos: “Tenemos que unirnos todos los mexicanos. ¿Cuál es nuestro partido ahora, en estos momentos de transformación? Se llama México”.
Lograr esto depende únicamente de AMLO. Con más del 70 por ciento de aprobación de la población y con tanta fidelidad en su base electoral, no requiere polarizar a la sociedad para legitimarse.
AMLO es leal con sus aliados, aunque hayan tenido carreras opuestas a la de él. Recuerda a quienes en el camino le han hecho favores y no los ataca. Sin embargo, a sus críticos o adversarios los denigra con los calificativos de siempre: fifís, mafia del poder, conservadores o neoliberales.
Curioso poner juntos a conservadores y liberales, porque son lo opuesto. El “neo” es un epíteto de gran éxito propagandístico. La ideología de los liberales del siglo XIX y la de los del XX es similar. Benito Juárez desamortizó los bienes de la Iglesia y prohibió la propiedad comunal de los pueblos indígenas. Ambas medidas llevaron a la privatización de una amplia superficie del país.
Con enorme frecuencia, AMLO polariza o incluso amenaza. No le es fácil enfrentar al opositor de otra manera. Son los reflejos del luchador que llegó al poder negándose a todo diálogo, criticando cuanta medida hacía el gobierno. No encuentro una vez que AMLO haya avalado algo de lo hecho por algún gobierno, salvo tras ganar la elección, cuando le reconoció a Peña Nieto haber respetado el proceso.
Su ánimo peleonero sólo cambia ante un adversario poderoso. Contra lo esperado, con Trump ni respinga. Se abstiene de contestar (con el visto bueno del sabio pueblo) y se acomoda a sus demandas. Si hay que cenar con su yerno, para tratar temas delicados, incluso si es en casa de un empresario, AMLO se sale de la cama y atiende la invitación.
Entre los dos extremos de polarizar o no confrontar hay un espacio intermedio amplio: escuchar, dialogar y negociar. Tiene toda la legitimidad para construir su agenda de gobierno. No requiere insultar a sus adversarios. Sólo necesita a la oposición para hacer reformas constitucionales y ya vio cómo puede negociar con ellos aquéllas que no amenazan el régimen político.
Un país polarizado asusta a los más adinerados. Más cuando se ve un uso discrecional de la procuración de justicia. Los precios de las propiedades inmobiliarias en el segmento de mayor valor han caído porque muchos han optado por poner su inmueble en venta. La inversión privada está poco entusiasta.
Un crecimiento económico débil lleva a una menor recaudación tributaria. Significa menos recursos disponibles para sus programas consentidos y la necesidad de nuevos recortes de gasto dado su compromiso con finanzas públicas balanceadas. Un menor crecimiento económico y una menor recaudación es el escenario planteado por Hacienda para el 2020. En la medida en que la economía genere menos empleos y el consumidor vea sus expectativas frustrarse bajará, seguramente, la credibilidad del Presidente.
Para cambiar esta tendencia bastaría con no polarizar, no denostar a sus enemigos y entender que con tanto poder debe hacer un esfuerzo inusual de dar certidumbre, de respetar las instituciones, aunque no le gusten sus decisiones, de mostrar que es el Presidente de todos los mexicanos.
Me canso ganso que, si quiere tener un país unido, lo logra.