La ruta de colisión por vencimientos de deuda de Pemex encontró un libramiento en el acercamiento del gobierno de López Obrador con el mundo financiero. En un momento en que se profundizan signos de desaceleración económica, el Presidente ofrece su lado inclinado al pragmatismo que no come fuego cuando se acumulan barruntos de crisis. O del político que no se arredra ante la dificultad e incluso puede conseguir triunfos en ella, como describió Financial Times, para acusar precipitación de los que anuncian una catástrofe.
El gobierno de la 4T ha ganado tiempo con el anuncio de la firma de una carta compromiso con tres instituciones financieras para refinanciar 2,500 millones de dólares de deuda y la renovación de dos líneas de crédito por 5,500 millones de dólares, ampliando el plazo de tres a cinco años.
La presencia de sus directivos en la conferencia mañanera fue elocuente del clima de mayor entendimiento con los mercados financieros tras la desconfianza que dejaron decisiones políticas como la cancelación del NAIM o su construcción en Santa Lucía sin estudios y la planificación adecuada, incluso la continuidad de la refinería de Dos Bocas.
El compromiso con un mundo del que AMLO muestra distancia es un indicador de sus preocupaciones por la economía y también de contención por las consecuencias prácticas de sus decisiones, que son vistas como factor de riesgo entre empresarios e inversionistas.
La determinación de seguir con Dos Bocas y encargarlo a Pemex no fue bien recibida por las cámaras empresariales y pidieron revisarla, pero su lectura en los mercados financieros, hasta ahora, fue irrelevante.
¿Es parte del diálogo de su gobierno con el mundo financiero? ¿Hasta dónde ha aprehendido a convivir con ellos e incorporarlos a sus decisiones políticas? Es temprano para una respuesta y el marcaje de las calificadoras a su gobierno continuará, particularmente la presión fiscal por el rescate a Pemex con millonarios recursos públicos.
Por lo pronto, las nubes negras en la economía mundial por la guerra comercial EU-China y el recorte de las expectativas de crecimiento de la mexicana son un poderoso disuasivo para evitar choques con los mercados o de caer en el error de meterlos en el terreno de la lucha política contra el “neoliberalismo” o las mafias del poder.
Las autoridades de Hacienda llevan meses aproximando posiciones con el mundo financiero que se concretaron en la refinanciación de la deuda de corto plazo de Pemex, a pesar de las descalificaciones del jefe del Ejecutivo. La resistencia de Carlos Urzúa ha permitido avanzar a la 4T y aplazar o reducir el riesgo en su calificación como uno de los mayores para la marcha de la economía.
La confianza de inversionistas extranjeros se aprecia en la estabilidad del peso, también en menor temor a las políticas del gobierno, aunque sus decisiones se mantienen a la cabeza de la lista de riesgos, como muestra la última encuesta de Bank of America Merrill Lynch entre 34 administradores de fondos o las opiniones favorables de Financial Times contra las críticas que agitan el fantasma de Venezuela para reforzar las advertencias de sus opositores desde la campaña.
La reunión de inversionistas organizada por el director de Black Rock, Larry Fink, y la disposición a asociarse en proyectos de infraestructura abonan en el acercamiento, aunque la partida apenas comienza y vienen pruebas duras para la relación con los mercados financieros, como la presentación del plan de negocios de Pemex a finales de este mes.
Y, aunque persiste un fuerte retraimiento de parte de los inversores nacionales, la mejora del diálogo con los mercados podría revelar que el Presidente comienza a entender que, en su confrontación contra el neoliberalismo y la afirmación de su gobierno respecto a los “poderes de facto”, no puede darse el lujo de que se dirima en un juego de vencidas con el mundo financiero.