El zumbido de los coches y camionetas que pasan por la vieja carretera a Ciudad Mante interrumpe momentáneamente el ruido de las cigarras, los grillos mañaneros y las urracas en esta curva frente a la Facultad de Veterinaria de la Universidad Autónoma de Tamaulipas.
Sobre esta cinta van y vienen un montón de vehículos de cuatro, dos y hasta 22 llantas, algunos arribando a la mancha urbana de Ciudad Victoria, la cual se empieza a descubrir con algunos ejidos y la mítica vía del ferrocarril. A otros en cambio se les puede mirar persignándose al salir de viaje en el afán de que su camino sea sin novedades, es decir seguro y tranquilo.
Muchos de estos paseantes, viajeros, agentes de ventas y choferes de algún autobús de pasajeros van viendo como esta interminable víbora gris de asfalto se extiende delante de ellos en un bochornoso calor de mediados de año en el caliente binomio de los meses de mayo y junio.
Tal vez lo que menos desean albergar en su mente es el pensamiento de que su unidad motriz que va devorando kilómetros termine precisamente en este lote que está del lado poniente de la carretera que es el depósito de vehículos de la policía federal preventiva de la unidad de caminos, concesionado a una empresa particular.
Uno y mil recuerdos convergen en una cordillera de montañas de acero, caucho plástico y vidrio. Un apilamiento de cientos de vehículos siniestrados, aplastados, devorados por el fuego y algunos levemente golpeados.
Patios como este hay varios en Victoria, sin embargo lo que le distingue de los demás es la antigüedad de los modelos que reposan en él.
El Caminante decidió darse una vuelta a este solitario pero interesante paraje y poder admirar de cuenta propia el encanto de la chatarra de varias generaciones.
De entrada predominan en el paisaje los colores opacos y amarillentos, de las carrocerías marchitadas ya por el astro rey, la mayoría carcomidos por el óxido. Tres hasta cuatro capas de autos, uno sobre el otro, camiones escolares, de volteo, pick ups, carrozas, vans, tráileres, autobuses de pasajeros, motocicletas, taxis y hasta ambulancias yacen aquí, después de que su último dia rodando fue literalmente accidentado. Algunos quizá con un fin trágico.
Solo un selecto grupo de alrededor de sesenta gallinas se regordean en esta mini ciudad en que las montañas de autos y carcachas oxidadas asemejan altos edificios… andan por aquí y por allá cazando insectos y lombrices muy quitadas de la pena.
Al pasar la vista desde el lado exterior de la cerca, lo primero que se puede leer son una docena de letreros que rezan “NO SE VENDEN PARTES NO MOLESTAR” ya que continuamente los despistados confunden el depósito con un yonque.
Pero para quienes conducen por este camino y observan con mas detenimiento al disminuir la velocidad por el próximo cruce del tren, se despliega ante ellos un festín de las formas y diseños aerodinámicos automovilísticos de las últimas cinco o seis décadas.
Las líneas de estos coches, algunas francamente antiguas pareciera que se burlan de los que pasan por la carretera, pues ellos ya se han jubilado, aunque el costo por ello pudo haber sido realmente trágico.
Otra de las cosas que llama la atención aparte de la hipnotizante quietud, es la diversidad de las formas y año de emisión de las matrículas: ahí pegadito a la acera se observa un colorida placa del estado de Califormia que identifica a un Ford Thunderbird modelo 1968, también se aprecian de otros estados de la Unión Americana como Texas, Connecticut, Arkansas, Florida, Maine, Arizona, etc.
También las hay de casi todas las entidades de la república: una de Puebla del año ’75 en una vagoneta Datsun, otras de Nuevo León, Oaxaca, San Luis Potosí y por supuesto muchas de Tamaulipas y de la zona fronteriza.
Llama la atención también que muchos de los autos siniestrados curiosamente son deportivos: Trans Am, Chevy SS, Camaro, Un Nissan 300ZX de los ochentas y un Maverick modelo 75 y lo que pareciera haber sido un Mustang de la década de los sesenta.
También hay, aunque cayéndose a pedazos autos que hoy son objeto de culto y altamente cotizados por los coleccionistas como un ‘musculoso’ Chevelle 72, un elegante Dodge Coronet de modelo aproximado al 68, un Nova del 78 y decenas de “Escarabajos” sedán Volkswagen de cualquier edad.
Como es una área bajo jurisdicción federal el acceso esta restringido y video vigilado remotamente por lo que el Caminante solo aspira a echarse la platicada con uno los encargados del lugar quien de manera muy educada y respetuosa le comunica al visitante que por disposiciones oficiales solo puede admirar y fotografiar los cerros de autos desde el exterior.
Según cuenta el vigilante cada unidad esta inventariada, así como los datos de su ingreso. Sin embargo la gran mayoría de los vehículos que reposan en este lugar no serán reclamados por sus dueños (si es que aun viven) e incluso hay unos que tienen mas de cuarenta años desintegrándose a la intemperie y difícilmente saldrán de ahí.
De hecho el flujo de entradas y salidas es mas bien regular pues en la actualidad esos papeleos se llevan acabo mediante empresas de aseguranza que pueden agilizar el trámite requerido, pero para aquellos que ingresaron hace mas de dos o tres décadas no hay ninguna esperanza.
Por lo pronto este cementerio de automóviles que a veces pareciera mas un museo al percance vial, seguirá saludando a los recién llegados a la capital, con sus tal ves miles de historias ocultas y olvidadas de como llegaron ahí y que fue de sus conductores.
El Caminante se despide no sin antes volver a recrearse la pupila con este cementerio de automóviles que con sus faros redondos e inertes parecieran despedirse manteniendo la mirada fija en esa carretera que quizás hace cinco o cuarenta años atrás recorrieron alegremente. Demasiada pata de perro por esta semana.