Hace casi 6 meses, el 11 de diciembre de 2018, con el título ‘PRI, ¿partido de un solo dígito?’, EL KIOSKO pronosticó: ‘Aun cuando algunos consideran que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) ya tocó fondo en Tamaulipas, todo indica que lo peor está por venir para el tricolor en la elección del próximo año’.
Añadió: ‘Después de la dolorosa e histórica derrota que sufrió en 2016 con la pérdida de la gubernatura y de la catástrofe que padeció en las urnas en la jornada del primero de julio de 2018, el priismo tamaulipeco parece enfilarse a la mayor de sus debacles electorales en 2019’.
El vaticinio se cumplió: el PRI se desplomó en las urnas de Tamaulipas… y de las cinco entidades donde se realizaron elecciones.
Si bien el arcaico tricolor por azares del IETAM, perdón, del comportamiento electoral, no se convirtió en un partido de un sólo dígito, estuvo a punto de serlo al registrar un 10.03 por ciento de la votación. Casualmente (esas casualidades tan peculiares de la democracia mexicana), se quedó en el límite.
Como quiera que sea, una décima más, unas centésimas menos, el Revolucionario Institucional vivió su peor desastre electoral en el proceso del 2 de junio en tierras tamaulipecas.
La estadística no miente, es brutal: De un año a otro, de 2018 a 2019, el PRI perdió ¡¡¡287 mil 282 votos!!!
Mientras que en la elección local del año pasado, cuando se disputaron las 43 presidencias municipales del estado, el priismo obtuvo 374 mil 414 sufragios, en el proceso por el Congreso del Estado del domingo anterior apenas sumó 87 mil 132 votos. El PRI se derrumbó.
Esa cantidad de sufragios, era una cifra que hasta hace poco tiempo alcanzaba el partido tricolor en una contienda por una sola presidencia municipal o por un solo distrito electoral federal.
Por ejemplo, en 2010, uno de los consentidos del ‘geñismo’, Miguel González Salum, entonces candidato priista a la alcaldía de Ciudad Victoria, ganó y arrolló con 87 mil 755 sufragios.
Tampoco se debe olvidar el récord impuesto por Edgar Melhem en la elección federal intermedia de 2015, cuando obtuvo la diputación federal por el Tercer Distrito, con cabecera en Río Bravo, al sumar 89 mil 159 votos.
Ese triunfo de Edgar Melhem, cuando el PRI se alzó victorioso en Tamaulipas con un sorprendente ‘carro completo’ y se llevó las 8 diputaciones federales, sucedió hace relativamente poco tiempo: 4 años. En menos de un lustro, el priismo padeció un apocalipsis.
¿Quién o quiénes son los culpables del desastre que vivió el PRI en las urnas el domingo pasado en Tamaulipas? Algunos apuntarán sus dardos en contra de la dirigencia estatal presidida por Yahleel Abdala como en su momento lo hicieron para masacrar a Sergio Guajardo.
Sin embargo, el desastre priista va más allá, tiene su origen, en buena medida, en los altos niveles de corrupción que se registraron en el sexenio de Enrique Peña Nieto, así como la terrible mancha que dejaron gobernadores como Javier Duarte en Veracruz y Roberto Borge en Quintana Roo.
Por supuesto, no se debe olvidar el pasado priista tamaulipeco: Tomás Yarrington Ruvalcaba y Eugenio Hernández Flores, ambos puestos tras las rejas, el matamorense detenido en Estados Unidos, y el victorense en el penal del Altiplano, en el Estado de México, con un proceso de extradición que lo atormenta y no lo deja dormir tranquilo.
Esos son los fantasmas que persiguen al Revolucionario Institucional en Tamaulipas, partido que se desfondó a partir de la pérdida de la gubernatura hace tres años. En 2016, mantuvo algunas presidencias municipales que le permitieron respirar durante dos años más, pero la derrota de 2018 lo llevó al precipicio.
Sin recursos provenientes del presupuesto estatal o municipal, el PRI quedó en la orfandad. Sus experimentados ‘operadores’, los especialistas en la movilización de las estructuras del partido, los que conocen a los liderazgos de las colonias y de los comités seccionales, abandonaron el barco ante el naufragio.
Esos ‘operadores’ políticos también dejaron el arcaico partido tricolor por una simple razón que no tiene que ver con la ideología, ni con los principios, sino con un impulso meramente bioquímico: el instinto de supervivencia.
Por ese motivo, muchos priistas dijeron adiós a la organización que los cobijó y les concedió poder, influencia y reconocimiento. Nada de eso importó. Algunos, los que querían recuperar tiempos de gloria, intentaron ingresar a Morena en busca de puestos y diputaciones locales. Otros, los operadores más territoriales, los de campo, fueron contratados de manera pragmática por Acción Nacional.
Ante la devastación electoral del domingo pasado, una pregunta se plantea: ¿Qué va a pasar con el PRI en Tamaulipas? ¿Qué va a suceder con el priismo a nivel nacional?
Lo que viene, en el corto plazo, es el cambio de las dirigencias, la nacional y la estatal. Aunque sólo hay escombros por doquier, existen varios aspirantes a las presidencias de los comités. Pese a que es un partido de casi un dígito, es un partido que todavía juega como bisagra en los Congresos y en los Cabildos. Ya no es el partido todopoderoso, pero es un micropoder.
Para el PRI de Tamaulipas, la prioridad es volver a ganar presidencias municipales en 2021. A partir de ahí, se pueden establecer otros objetivos, otras metas. Sin alcaldìas, pequeñas, medianas o grandes, ningún partido de oposición puede llegar lejos en un estado.
Antes, por supuesto, los pocos que quedan, deben privilegiar la unidad. De lo contrario, en la siguiente elección, el priismo correrá el riesgo de desaparecer en la entidad.