Más allá de los detalles que iremos descubriendo del acuerdo migratorio entre México y Estados Unidos, y de sus consecuencias, buenas o malas, vale la pena detenerse en un aspecto que quizás sea el meollo de la maldad que encierra este convenio. Lo formuló con precisión, claridad y valentía Porfirio Muñoz Ledo.
Existen países que, por ser exclusivamente receptores de migrantes, con papeles o sin ellos, pueden centrar toda su atención en las condiciones de esa recepción. Lo esencial para esos países suele ser el orden, la legalidad, la capacidad de asimilación e inserción que su sociedad tiene de diversos flujos migratorios; las peculiaridades étnicas, religiosas, lingüísticas de dichos flujos, y la permanencia, o no, de quienes llegan.
Por otro lado, existen países exclusivamente generadores de flujos migratorios, que se preocupan más del tipo de acogida que recibirán sus nacionales en otro país, y también –o sobre todo–, de las condiciones de su pertenencia en los países de destino. Algunos países, no muchos, reúnen ambas condiciones; son receptores y a la vez generadores de importantes flujos migratorios.
México pertenece a este último grupo. Turquía de alguna manera lo es: recibe refugiados de Siria, de Afganistán y en menor medida de Irán, pero también genera importantes corrientes migratorias hacia Europa del Norte, en particular Alemania. Otro ejemplo podría ser Marruecos, que es destino, por lo menos de tránsito, de limitados volúmenes de migración de la África subsahariana, y al mismo tiempo generador de corrientes migratorias hacia España principalmente. Habría algunos más, pero la situación de México es más bien excepcional. Por eso es que resulta especialmente aberrante que ahora todo el discurso gubernamental, y de los simpatizantes del gobierno y de su acuerdo con Trump, se centre exclusivamente en el fenómeno migratorio hacia México, de Centroamérica principalmente, pero también de Cuba, Haití, América del Sur y África. Se enfatiza en la necesidad de poner orden, regularizar, evitar las situaciones ilegales, impedir la entrada de personas sin papeles o que buscan desplazarse hacia Estados Unidos. Pero parece que, si alguna vez López Obrador y Ebrard conocieron el otro discurso, se les ha olvidado por completo.
En efecto, como dijo Muñoz Ledo, la clave para un país como México es que no podemos pedir, mucho menos exigir, un trato de determinado tipo para nuestros connacionales en Estados Unidos, sean ‘legales’ o ‘ilegales’ (no nos gusta este término, por eso usamos el de indocumentados); estacionales o permanentes; motivados por razones exclusivamente económicas o por huir de la violencia; con o sin la anuencia tácita o explícita del país de destino, es decir, Estados Unidos. Cada vez que un alto funcionario mexicano se refiere a los centroamericanos en términos de ‘legalidad’ o ‘ilegalidad’, de regularidad, orden, identificación, motivación, debería pensar si ese discurso resulta aceptable cuando es esgrimido por algún norteamericano en relación a los mexicanos. Es obvio que no. Pero de eso nos hemos olvidado. No parece estar en la agenda del gobierno de López Obrador.
Algunos, los más tontitos, alegarán que afortunadamente ya no hay migración mexicana a Estados Unidos. Por lo tanto, no debe preocuparnos lo que digan los norteamericanos a propósito de los mexicanos que se van, porque ya no se van. Aun suponiendo que esto fuera cierto, sería muy poco digno –para los que les gusta la dignidad– hablar en esos términos. No se sabría si algún día, a lo mejor, si la mafia en el poder impide el cambio de régimen y de sociedad que quiere López Obrador, se tendrán que ir algunos mexicanos a Estados Unidos.
Pero, sobre todo, es falso. Valdría la pena que el gobierno de López Obrador le preguntara a Estados Unidos: De los 144 mil detenidos al ingresar a Estados Unidos durante el mes de mayo, ¿cuántos fueron mexicanos? ¿Cuántos mexicanos fueron deportados por Estados Unidos en mayo, abril, marzo, febrero, enero? ¿Cuántos mexicanos sin papeles parten para Estados Unidos cada día, cada semana, cada mes?
Es cierto que ha habido una transferencia entre los flujos indocumentados de antes y flujos documentados ahora, es decir, con papeles, visas y permisos de trabajo. Se trata de visas H2A, H2B y muchas más, cuyo número ha aumentado enormemente a lo largo de los últimos diez años. Pero pensar que todo eso ya no le importa a México porque ya no se va a ir ningún mexicano a Estados Unidos, porque ya no habrá necesidad de hacerlo, es una reverenda estupidez. Si no lo cree el gobierno, entonces debe decirlo y recordar que cada vez que se refiere de manera peyorativa o con desprecio a los centroamericanos, africanos, cubanos, etcétera, está invitando a Estados Unidos a que haga lo mismo con los mexicanos. Y si cree que ya no se van los mexicanos, pues que nos dé los números para cerciorarnos de que así es.