MATAMOROS, TAMAULIPAS.- Hace casi tres meses habían dejado el residencial Altavista, una barriada en la periferia de San Salvador, donde abundan las pandillas y las iglesias evangélicas, las pollerías y los giros negros.
Óscar Alberto Martínez Ramírez, de 25 años, su esposa Tania Vanessa Ávalos de 21 años, y su bebé Angie Valeria de 21 meses, salieron de ahí como tantos miles, huyendo de la violencia y la miseria, en la búsqueda, ya no del sueño americano, sino de una nueva oportunidad de vida.
La tragedia de Oscar y su pequeña que fueron tragados por el Río Bravo en la ciudad de Matamoros, se convirtió en el símbolo de una crisis inédita y que puso los ojos del mundo sobre los 3,169 kilómetros de frontera que comparten México y Estados Unidos.
El lunes sus cuerpos flotaron en la rivera del río, en la colonia Moderna no muy lejos del puente Internacional, donde cientos de migrantes esperan una oportunidad para solicitar asilo político.
La imagen desgarradora, el cuerpo de la pequeña metido entre la camiseta y el pecho de su padre, que así buscaba protegerla, retrató un drama que en realidad comenzó el 3 de abril en aquel barrio salvadoreño disputado por dos bandas: la MS-13 y la Pandilla 18 Sureña.
Unos días antes, pese a los ruegos de sus familiares, Oscar dejó su trabajo en una pizzería para finalmente emprender el viaje.
La primer escala fue Tapachula, Chiapas, donde pasaron dos meses en un albergue del Instituto Nacional de Migración y recibieron una visa humanitaria que les permitió mantenerse de manera legal en México.
Pero desde hace algunas semanas, esa región del país es una olla de presión, donde migrantes de todas las nacionalidades sufren de manera recurrente el acoso de las autoridades, que acaso presionadas por el acuerdo con Donald Trump, han endurecido su trato para con cientos de personas que ven a México solo como un país de paso para llegar a Estados Unidos.
El maltrato y la impaciencia los hicieron reiniciar su travesía, esta vez con rumbo a la frontera tamaulipeca.
Llegaron hace poco a Matamoros y se instalaron en los alrededores del Puente Nuevo, que desemboca directamente en el centro de Brownsville, no muy lejos del sitio en el que apenas hace unos días un ciudadano texano murió por una bala disparada desde México, mientras hacía ejercicio a la orilla del río.
Del lado mexicano, los migrantes hacen vida -sobreviven en campamentos improvisados- entre las instalaciones del puente, el bordo y la residencial colonia Jardín, de donde hace algunos años huyeron empresarios y políticos tamaulipecos cuando estalló la violencia.
Hoy, en ese sector de la ciudad la calma ha vuelto poco a poco y los migrantes se han vuelto parte del paisaje.
Por eso, la presencia de una familia más en la orilla del Río Bravo no habría alertado a nadie, tampoco el hecho de que estuvieran a punto de cruzar el peligroso afluente para pisar suelo texano.
“Ellos decían que tenían miedo por cómo se estaba poniendo la situación con los migrantes con la presión de Trump; por eso decidieron cruzar el río. La idea de ellos era entregarse a la migración de Estados Unidos”, relató Wendy, hermana de Óscar Alberto y tía de Valeria, a el Diario de Hoy, de El Salvador.
Eran las 13:38 horas cuando su hermano se conectó a Facebook. Le dijo que el nuevo plan era cruzar el río para entregarse directamente a las autoridades estadounidenses. Desde allá, pensaba, podría hacer más para obtener asilo.
Pero tres horas después la familia recibió otra llamada. Tania, que pudo ser rescatada y devuelta a Matamoros, llamó a su suegra, Rosa: “Óscar se me murió; Óscar y la niña se me ahogaron”, le dijo.
Casi tres días después, Rosa apareció ayer ante los medios de comunicación de El Salvador y ofreció otra imagen desgarradora: desconsolada, narró lo sucedido mientras abrazaba los peluches preferidos de su nieta.
El mismo fin de semana que murieron Oscar y Angie, en el territorio de Mission -muy cerca de Reynosa- se encontraron los cadáveres de cuatro migrantes guatemaltecos, una mujer de 20 años, dos bebés y un niño pequeño, que habrían muerto de sed y calor en uno de los territorios más hostiles para los indocumentados.
Dos tragedias que sacuden el muy cuestionado método que se ha adoptado en esta parte del mundo para combatir la migración masiva.
Y al final de estas historias, las víctimas siempre son las mismas: Oscar y Angie regresarán a su país en ataúdes lo mismo que los cuatro guatemaltecos hallados en Texas, y Tania volverá al hiperviolento residencial Altavista a lidiar con la pobreza y las pandillas, pero con un agregado aún peor, la injusta ausencia de su pequeña familia.