El arranque del gobierno del presidente López Obrador ha estado causando efectos negativos. Dos casos se tienen que difundir e internacionalizar: el periodista y analista Héctor de Mauleón ha sido amenazado de muerte en varias ocasiones por sus columnas en el periódico El Universal sobre los modos del crimen organizado. Y el escritor y ensayista Guillermo Sheridan recibió en su casa una carta de amenazas porque sus críticas con sentido del humor de la propuesta presidencial han causado enojos.
Tenemos, así, dos expresiones de los poderes ocultos en el poder institucional: el del crimen organizado contra De Mauleón y el de los fanáticos del neopopulismo que usan mecanismos amenazantes para inhibir la crítica. En medio, una sociedad desorientada entre un liderazgo social apabullante, pero seguidores fanáticos que revientan las redes contra sus críticos.
Las amenazas contra Sheridan representan un acoso contra el pensamiento libre. Sheridan es un historiador literario, un ensayista, un escritor consistente y ahora se echó a cuestas el rescate de la obra y pensamiento de Octavio Paz, de quien escribió tres libros biográficos –Poeta con paisaje, Habitación con retratos e Idilios salvajes–, además de una indagación indispensable: Octavio Paz en la guerra civil española. Tiene obras sobre poetas de la primera mitad del siglo XX mexicano y una docena de libros de sus crónicas y artículos. Ahora Sheridan está en el proyecto digital https://zonaoctaviopaz.com que recupera retazos perdidos de Octavio Paz y que se ha convertido en referente indispensable para mantener viva la figura del poeta mexicano. Además, Sheridan es columnista de la revista Letras Libres.
Sheridan tiene un estilo peculiar: su sentido del humor. Sus artículos en el periódico El Universal siempre sorprenden por la frescura, el lado humorístico voluntario o involuntario de la política del poder. En el periodismo literario sólo hubo un caso especial: Jorge Ibargüengoitia, muerto en un accidente de aviación en Madrid en 1983 y escribió en el Excélsior de Julio Scherer García durante el sexenio de Luis Echeverría (1970-1976). Pero Ibargüengoitia tenía un carácter ácido que mostraba al hablar sobre la realidad con humor igualmente agrio. Sheridan, en cambio, es de carácter suelto, sin problemas con la vida, con un ojo observador crítico y un dominio del lenguaje humorístico, se debe de carcajear al releer sus propias columnas.
Los artículos de Sheridan son como verbos expansivos al cerebro del lector: entran, ahí se quedan y estallan cuando menos se espera. Los tiempos políticos mexicanos son otros: con Echeverría era un sistema político priísta, autoritario, cerrado, absolutista y presidencialista. Hoy el sistema político es caótico, distópico, con fisuras por todos lados, pero con fuerzas oscuras también sueltas, con autonomía relativa, subordinadas a los dictados del populismo en boga. Con Echeverría las amenazas eran del Estado; hoy provienen de los fanáticos sin control.
La respuesta de Sheridan a la amenaza fue doble: por un lado, preocupante por el anonimato de fanáticos escondidos en los pliegues de los discursos populista; pero, como debía ser, con cierta dosis de humor. Sin embargo, los tiempos sociales mexicanos están descompuestos, enfermos de fanatismo, cerrados al debate y desde luego ajenos al sentido del humor. Todos los días aparecen periodistas con amenazas en su contra. Ante la incapacidad de esgrimir razones para enfrentar las críticas al proyecto populista en boga, las bases anónimas acuden a la amenaza cobarde.
De ahí la importancia de internacionalizar el caso Sheridan y de paso sentar avisos de advertencia por las amenazas contra el analista de seguridad Héctor de Mauleón. En México no se olvida que el 30 de mayo de 1984 fue asesinado en las calles de la entonces zona de clase media alta conocida como Zona Rosa el columnista Manuel Buendía, cuando se disponía a publicar nombres de funcionarios, políticos y empresarios vinculados a los primeros cárteles del crimen organizado. El dato mayor llevó mensaje: como responsable del asesinato fue arrestado y sentenciado José Antonio Zorrilla Pérez, entonces director de la Federal de Seguridad o policía política del Estado.
Sheridan y De Mauleón deben alertar de la violencia del fanatismo sin control en una etapa de transición de clase gobernante que ha dejado al Estado sin un aparato de seguridad interior y de seguridad nacional. En los ochenta el fanatismo populista del PRI llevó a Octavio Paz al linchamiento simbólico por sus críticas al autoritarismo dictatorial de las revoluciones cubana y nicaragüense. Pero ahora no se trata de linchamientos simbólicos, sino de amenazas de muerte contra intelectuales que no tienen más armas que su pluma y su enfoque crítico.
El absurdo de la violencia está llevando a México a un colapso de su estabilidad social y moral. Sin crítica o con critica amedrentada no habrá libertad de pensamiento o pensamiento libre (concepto de Paz). Y la crítica puede ser el antídoto a tiempo contra las amenazas de autoritarismos en ciernes o liderazgos populares dominantes que suelen llevar a dictaduras de masas anónimas enemigas de la cultura.
Los fanáticos culturales que están atacando a Sheridan son los mismos que en el 2006 agredieron a Carlos Monsiváis porque criticó el cierre de la importante avenida de Paseo de la Reforma con campamentos de radicales que querían obligar a las autoridades electorales a darle el triunfo a López Obrador, sin documentar con pruebas esos resultados. Y eso que Monsiváis, en la campaña de López Obrador, había apoyado su proyecto y dicho discursos en el zócalo de Ciudad de México.
Ahora el radicalismo fanático ha vuelto a soltar a los demonios.