No sé si usted recuerde este barrio
del siglo pasado. Yo muy apenas.
Atrás del edificio de la Secretaría
de Salud, a dos cuadras, por el 19 Bravo,
estaba la plaza primero de mayo con su
mercado. Queda la nostalgia. Dicen que fue
una de las primeras plazas que hubo por
años en la Victoria de finales del siglo XIX.
Sin embargo desde 1936, durante la remodelación
a cargo del alcalde de Victoria
Don Melitón Rodríguez Zárate, se instalaron
ahí los primeros puestos comerciales
y la raza la bautizó como “La plaza del
mercadito”, aunque su nombre de pila fue
“Fermín Legorreta”; hasta los ochentas,
en el periodo administrativo municipal del
Lic. Jaime Rodríguez Unirrigarro, en que se
le devolvió su carácter de plaza. Ya como
Plaza primero de mayo.
Eso queda como una historia que se aleja
y se hace más chica hasta que no queda
nada, ni nadie, ninguno de nosotros. Ni
aquellas aves que viste volar tantas veces
existen, porque ya no hay donde estacionarse;
o porque tienes mucho, en serio, que
no ves al cielo. O porque los pájaros buscaron
otros árboles.
Era un mercado grande que abarcaba
toda la manzana, en su condición de estrella.
Con su camellón central y sus alas por
donde se podía comprar alfarería, aunque
su especialidad eran los insumos para uso
doméstico en comida, mercería, en fin, lo
más local. Había gente por la calle saludando
de mano, gente con sombrero hijos de
fulano. Todavía se conocían, todos de uno
por uno y todos juntos.
Una foto de aquel tiempo trae imágenes
sino en daguerrotipo si en blanco y negro,
con las mujeres a go-go y la minifalda o el
vestido corto de terlenga, el peinado con un
enorme copete encerado a la moda de los
años sesentas.
Era el barrio del cine avenida, de la papelería
Victoria, en el 17 Guerrero había
una gran tienda de abarrotes y en la de
Allende otra. La calle 17 siempre ha sido un
paseo matutino. Solía uno encontrar al locutor
Don Carlos Adríán Avilés por la calle
17, muy saludador. La ciudad tenía 4 0 5
doctores y era muy famoso el doctor Barroso.
Todos eramos de alguna manera vecinos
y la historia de la ciudad corta, se platicaba
en una sobremesa de cantina o en la noche
en algún mirador de la sierra.
Los árboles más tercos duran ahí, pero
ya sin pericos, sin las miles de urracas en
las ramas de aquellas noches huapangueras,
de canciones de cri-cri, de radionovelas,
de las revistas alquiladas del santo y
Blue Demon, del rayo de plata, del Llanero
Solitario, de la plaza de toros con su estrella
en el ocaso del viejo estilo de la lucha libre
de una ciudad en calma.
Antes de llegar al otro mercado, al poniente
de este, faltarían unas doce cuadras
que se podían caminar a pie por toda la calle
Hidalgo y hacías el circuito completo.
Hoy puedes ir al mercado “Argüelles”
y si intentas volver más tarde encuentras
una plaza en este lugar. Algunas parejas se
abrazan en una banca, bajo la sombra de los
árboles. Se fueron sesenta años. Y se llevaron
esta parte del todo. No dejaron un pedazo
de madera conque se cubría el techo
por si llueve, por aquí escurre mucha agua.
Ni las construcciones de adobe, las últimas
que quedaban.
Pasas y todos somos sospechosos de los
hechos. Nos vemos con disimulo, de reojo
como al viejo reloj. Uno puede saludar y el
otro también, o ignorarse de plano, caerse
gordo en medio de esta plaza, con una
fuente en el centro que prende y se apaga,
uno puede tomarse una foto, antes de otra
que se lleve también esta explanada enorme,
estos años que corren inalcanzables,
la pareja que se atreve a besarse cuando se
hace más tarde. Cuando oscurece.
Qué curioso, la gente es la misma, la señora
acalorada que se sienta a esperar, los
perros callejeros juntos que no se vayan a
extraviar, el sol, la banqueta caliente, el
mismo aire es el mismo, checas el calendario,
y sí, es el año 2019 ¿Qué sucede?
HASTA PRONTO