Hasta ayer, el presidente López
Obrador ha dedicado 15 mil 470
minutos, es decir 257 horas a sus
famosas conferencias mañaneras. Dicho
de otra forma: casi 11 días de lo que va de
este sexenio se han consumido en tan sui
géneris sesiones.
Esta numeralia fue recogida por SPIN
Taller de Comunicación Política, e hizo el
corte a petición de esta columna.
Semanas atrás aquí se planteó la
interrogante sobre qué tan conveniente
para el país resulta que secretarios de
Estado o funcionarios de importantes
dependencias, como Petróleos
Mexicanos, se tengan que quedar toda la
mañanera cuando les toca asistir para dar
un informe o para contestar preguntas
sobre algún tema en específico. Las
intervenciones de esos funcionarios en la
mañanera rara vez ocupa el mayor tiempo
de tales conferencias, y sin embargo ahí
se quedan.
Hoy propongo preguntarnos qué tan
conveniente es que el mandatario invierta
ese tiempo y energía en un ejercicio
que ha derivado en un formato de
cuestionables virtudes.
Hasta este jueves el presidente López
Obrador ha realizado 173 mañaneras. O
sea cuando aún no son ni las diez am de
que cada día entre semana, AMLO ya
ha dedicado 89 minutos en promedio
a hablar (no toooodo el tiempo que
dura la mañanera habla él, es cierto,
tiene invitados y algunos de los paleros
disfrazados de periodistas suelen tomarse
largos minutos para sus sonseras, pero
todo el tiempo de la mañanera él está al
habla en esos eventos).
Este conteo, por supuesto, no incluye días
como ayer, de actos públicos fuera de la
Ciudad de México donde el Presidente
suele hablar tanto o más que un candidato.
Construir una realidad de palabras
es algo que los políticos encuentran útil.
¿Pero no será que le estamos dedicando
demasiado tiempo a las puras palabras?
El plural de la anterior frase busca denotar
que, al imponer la mañanera a los
ámbitos mediáticos, AMLO ha logrado
que nos ocupemos de cosas a las que en
otro sexenio no invertiríamos tanto tiempo
ni tantos recursos.
Eventos presidenciales ha habido muchos,
o incluso demasiados, desde siempre.
Y los periodistas deben cubrirlos para
buscar la nota, como se dice en el argot
reporteril. Sin embargo, los reporteros
que cubrían esa fuente sabían que una
cosa era lo que la Presidencia quería hacer
público, y otra muy distinta lo que a
la prensa independiente le interesaba de
ese evento, y esto, casi siempre, era la
posibilidad del chacaleo, es decir, la verdadera
sustancia informativa ocurría fuera
del programa oficial del acto del Ejecutivo:
cuando se podía cuestionar a funcionarios
o al mismísimo presidente.
Paradójicamente, hoy los periodistas
profesionales siguen obligados a chacalear,
pues López Obrador da la palabra a
un puñado de patiños que le ayudan a posicionar
lo que a él le interesa, dinámica
que no sólo ha desvirtuado lo que se pretendía
sería una rueda de prensa sino que
provoca los largos soliloquios del mandatario.
Lo que nos regresa al tema de esta
entrega: qué ganamos cuando el Presidente
habla tanto y cada día.
Qué ganamos con que el Presidente
hable a solas en vez de estar con su equipo,
en vez de estar revisando/discutiendo
proyectos, en vez de estar hablando con
gente que le interpele, ilustre, debata o,
simplemente, le informe.
Si uno habla tanto, a qué horas piensa
y a qué hora procesa, a qué hora trabaja
en otras cosas, a qué hora corrige.
O para quién trabaja AMLO cuando
habla hora y media diariamente. Muchos
de esos minutos son repetitivos, predecibles,
prescindibles. Palabrería que nos
consume demasiado. A él y a nosotros.
No debería ser así.