La prima de una amiga, me confía que está cansada de ser mujer, les da la razón a varios hombres del tuit que han escrito que en este país ser mujer es una profesión de alto riesgo, una tiene que convertirse en todo terreno para sortear obstáculos y micro machismos todos los días en todas partes. Está harta.
Lo que ahora mismo está En Boca de Todas es el intercambio de las malas experiencias que se viven en el día a día, muchas han hecho público su diario íntimo en medios y en redes, mientras otras más se desahogan en cafés, chats y oficinas, empiezan a visibilizar el tema. Aunque la mayoría sigue en silencio.
Las recientes protestas callejeras y gritos desesperados de las feministas han comenzado a despertar la conciencia de la sociedad y es un primer paso y muy importante para el reconocimiento del problema, porque todas vivimos siempre con miedo, todas en algún momento de la vida sufrimos acoso, abuso y violencia de género. Dijimos todas.
Hacer catarsis, de la mano o la voz de muchas, podrá empezar a cambiar las cosas. Porque ya no es necesario callar ante los comentarios machistas de los compañeros de trabajo o reprimir el coraje por tocamientos en el transporte público, en la banqueta o la calle; no es normal el rose de un jefe; ni la opinión cotidiana sobre falda corta o larga que se viste; dejemos de normalizar el piropo y justificar las conductas sociales que entorpecen el desarrollo pleno de las mujeres en el ámbito público.
México es un país de machistas por excelencia, los varones, casi siempre mal educados por las propias mujeres, sus madres, aprenden desde la infancia valores mal entendidos para estereotipos de género, son ellos los fuertes, los poderosos, los proveedores, estudiados y trabajadores y por eso se sienten con el derecho de denigrar constantemente a la mujer, la perciben débil, sumisa, inútil y vulnerable, de eso se aprovechan.
La violación a una mujer es el acto más ruin que un hombre puede ejercer y la mayoría de las veces este queda impune; en secrecía familiar o social, no sé cómo ni me lo imagino, pero la mujer se levanta, se baña y busca dar continuidad a su vida, pero marcada de por vida, con esa huella dolorosa e indeleble que le acompañará el resto de su existencia. Son millones de mujeres en este país que ultrajadas, hacen votos de silencio.
El acoso y el abuso sexual también se sufren en silencio, los ejecutan los hombres ante la mirada permisiva de todos y todas, nadie va a defender a una porque “así se lleva” “anda de noche” “es provocadora” “esta sola” “es madre soltera” “divorciada” “joven” “flaca” o nada más porque esta “buenota” o es “chica buena onda”, para cada agresión está por delante el “ella se lo busco”. Por eso para insistir en el “Ni una menos” hay que frenar el acoso.
Sí, hay que hablar en primera persona para visibilizar nuestros problemas e inspirar sororidad, debo escribir en mi diario que he sido nalgueada por un desconocido en la calle, buleada por mis senos en la escuela, obligada sexual y violentamente en mi adolescencia, sufrí violencia en un noviazgo, he sido abusada por mis superiores en el trabajo, insistentemente; acosada en el transporte, en el ejercicio de mi profesión, en espacios públicos y laborales, violentada desde que tengo conciencia y nadie ha pagado por ello.
No me bastarían el monumento del Ángel, muros públicos o del Facebook para apuntar con nombre y apellido a mis agresores.
En Boca Cerrada
Sigo leyendo y escuchando historias de mujeres que todos los días enfrentan el miedo y salen a las calles en este país misógino, la mayoría andamos enojadas, tristes y ahogando gritos, no sé de dónde saca el presidente su optimismo al decir que aquí irradiamos “felicidad”.