El tiempo corre. Las promesas de cambio y honestidad de Andrés Manuel López Obrador comienzan a topar con pared. Tanto año de hablar y hablar, de criticar, de asegurar que sería distinto y ahora ha llegado la hora de las pruebas. Y Manuel Bartlett será una de las grandes.
López Obrador llevaba muchos años hablando de cómo serían con él en el gobierno las declaraciones patrimoniales.
Por ejemplo, en marzo de 2012 dio a conocer su declaración patrimonial. Nada relevante –la finca de Palenque y una cuenta con 20 mil pesos, fue lo declarado–, pero la ocasión sirvió al tabasqueño para insistir que, con él, la honestidad se convertiría en maná: acabaría la corrupción y del cielo caerían los recursos.
“La meta es cero corrupción en el gobierno para moralizar el gobierno, que se tenga autoridad moral y que se liberen fondos para el desarrollo. Ese es el objetivo. Este tema no está en la agenda nacional, no se toca, pero es fundamental para nosotros, porque nada ha dañado más a México que la deshonestidad de los gobernantes”, dijo en esa ocasión.
No muchos meses después, Peña Nieto presentaba, ya como presidente y junto con su equipo, la declaración patrimonial. El equipo de AMLO dio a conocer un boletín sobre ese anuncio; el comunicado, fechado el 17 de enero de 2013, arrancaba así:
“Como un acto de simulación, de engaño y de pura mentira calificó Andrés Manuel López Obrador la presentación pública de la declaración patrimonial de los integrantes del gabinete peñista, porque ningún funcionario proporciona el valor monetario de sus respectivos bienes (…) ‘Todo es pura simulación, el dar a conocer los bienes sin informar cuánto cuestan, no se sabe nada. Lo cierto es que todo es puro engaño, es pura mentira’”.
Un par de años después, en mayo de 2015, López Obrador criticó duramente a Peña Nieto, a quien le acababan de encontrar una propiedad.
“Da hasta pena y es una vergüenza que al priista Enrique Peña Nieto otra vez lo hayan agarrado en una mentira debido a un terreno en Valle de Bravo, Estado de México, y eso lo dio a conocer la agencia informativa internacional Reuters”, decía el comunicado del líder de Morena fechado el 29 de aquel mes.
Andrés Manuel pavimentó su camino a la Presidencia de la República con la promesa de ser diferente a la clase política que le ganó dos veces ese puesto. Los mexicanos estaban hartos de simulaciones, de cinismo a la hora de no rendir cuentas, de inverosímiles evasivas por parte de sus enriquecidos gobernantes. Así que lo eligieron a él para encabezar un cambio, que López Obrador prometió como “verdadero”.
Al presentar en enero su declaración, ya como Presidente, AMLO dijo que en su gabinete “todos van a presentar su declaración de bienes y se va a hacer pública. Todos sin excepción. Y lo van a hacer por convicción, porque los que fueron convocados para trabajar en el gobierno son gentes honestas. Puede darse el caso, por qué no, de que tengan bienes, pero ese dinero, esos bienes materiales son fruto del trabajo honrado. Entonces, no hay por qué ocultar lo que se tiene”.
Cuánta razón tenía el candidato López Obrador cuando decía que las declaraciones patrimoniales tenían que ser transparentes, exhaustivas y fuente de legitimidad. Todo eso que no está siendo la de Manuel Bartlett, (todavía) director de la Comisión Federal de Electricidad, a quien la reportera Arelí Quintero ya le documentó millonarias propiedades no declaradas y un entorno sociedades mercantiles ocultas.
En el caso Bartlett se verá si López Obrador tiene palabra, o es exactamente tan poco creíble como Peña Nieto. No falta mucho.