Acéptelo, una baica, así como algunos llaman a las bicicletas, es como una yegua o como un potro, hay que primero domarla, hablarle al oído para poder subirse. Habrá que checar los frenos aunque no cheques nada ni sepas nada, hay que demostrarle a la bici que ya te anda por montarla. Si no es así te tumba. Una bici sabe sus mañas.
Honestamente usted sube por primera vez y no la arma. No conoce el equilibrio. No es así como dar órdenes, llévame y que te lleve. Tampoco le importa si tienes o no el billete,es demócrata, tumba parejo y te pone muy rápido en el suelo.
Las piezas de fierro cómo que se juntan y se confabulan para tumbarlo a uno, que ya en el suelo, sangrando de alguna parte del orgullo, tiene que aceptarlas de nuevo. La primera pelea se pierde en el cuerpo a cuerpo con los fierros retorcidos en una caída que no se olvida.
En cambio puede verla de lejos y ella, la bici, a la vez lo mira como si no lo mirara, pues es cierto que las bicis no lo miran a uno. Si le dicen a usted “¡súbase!”, súbase, ella sabe que usted se va a subir. Ella sabrá quién es desde que usted ponga el pie en el pedal y le tiemble la pierna. Entonces no lo tumba hasta que usted se suba y sonría.
En ciudad Victoria deberíamos ser expertos no obstante fuimos el pueblo “bicicletero”. Los ciclistas de antes, viejos albañiles que parecían chavos, los abuelos y los más chiquillos se subían a la burra de a brinquito. Y en muy ralos casos, solo a veces, caían del otro lado del bache.
Uno cree que la raza que anda en ellas y que se sube en un tubo y resbalan por una montaña a doscientos kilómetros por hora así nacieron ya sabiendo, y no es cierto señora. Hay que entrenar mucho desde el principio.
Lo primero es decir a la bici que está con madre y que las horquillas son resistentes a las llantas todo terreno, aunque sea pensarlo, eso más que ayudarla a ella es darse confianza uno. Y entonces súbase. Si es la primera vez en su vida será un día difícil, voltee para todos lados para ver si no viene carro o gente que se ría.
Busque ayuda y haga el ridículo acostumbrado de que alguien lo vaya agarrando del asiento y usted, cómo ya ni le va dando ni nada cuando lo sueltan cae de nuevo. Así es esto.
En cambio si ya sabe andar, pero la bici no es suya, podrá andar pero tómelo con calma, no podrá hacer sus peripecias ni lucirse a manos libres ni subirse al cuadro. Hay que ganarse el respeto. Dígale que lo único que quiere es ser feliz. Y lo hace mientras no se pase y quiera hacer el paso de la muerte, el caballito, como si supiera.
Muchas baicas perdieron tristemente la batalla por la subsistencia. Se toparon con mortales que las abandonaron en el patio. Las fueron dejando por años. No saben si la regalaron o la vendieron con el fierro viejo y dos hoyas, una pala y un viejo camastro. Que también hacen falta.
Esos seres hoy buscan las baicas para completarse y mutar de nuevo. Y las baicas están arriba de los techos, en el fondo de la la nada, porque nadie se acuerda. Las traen otros que no las abandonan.
Familias completas- durante la decadencia de las bicis y el auge de la clase media- pasaron de la baica a los carros, de los abonos a los créditos bancarios, con sublime acto de violencia, pues abandonaron las bicicletas que ahora andan buscando. Y ahí están de vuelta, sacadas de la caja, todavía envueltas en celofán de una navidad o de un feliz cumpleaños.
Sin un peso en la bolsa, arriba de la bici un hombre hace dinero. Se hace eterno. Lo ve uno pasar desde niño y se hace uno viejo y ellos pasan de nuevo. Arriba de una baica se cumple un sueño y todas las derrotas juntas con sólo voltear sin fijarse, con pisar una piedra, caer a una zanja y respirar con tal de no morirse mucho.
Una vez que usted esté arriba, en el breve equilibrio aplane fuerte el pedal. Sentirá que la fuerza lo manda adelante y a un costado como si quisiera tumbarlo. Resista y vaya con su cuerpo al otro lado, búsquese encima de la bici y no en el suelo y despacio avance antes de tomar vuelo. Entonces dé otra pedaleada y deje que la vida siga.
HASTA PRONTO.