Tengo frío. Hace rato que comenzaron a temblarme las manos. He tapado ya todos los huecos, los orificios por donde se salía el calor y entraba el aire frío por la casa. Y sin embargo el frío frívolo, luego de irrumpir hacia adentro de la casa, doblar dos barrotes de la ventana, despegar una lámina, elevar un cartón como si fuera un papalote, en lugar de salir por el sur de una ventana, se ha instalado en mis huesos. El frío que ha entrado por mis poros, recorre las llanuras de mi cuerpo con sus hojas secas.
Y es que este frío recuerda a otros fríos con el hielo en las manos, en los pies húmedos, con la escarcha en los ojos. Nos recuerda a los años, a los viejos, a otros inviernos, mientras ves a los niños en la calle y en los patios corriendo. Los niños no tienen frío, son los mismos niños de todos los tiempos, somos nosotros de nuevo.
Entonces cuando hace frío hay que correr más recio para que se nos quite el frío, hay que prender una lumbrita jugar a las escondidas, taparnos con una cobija.
Cuando hace frío hay que tapar todos los hoyos por donde el aire ha pasado a hilvanar los sonidos interiores de una casa, ha pasado para anunciar el invierno frío frío, el tibio olor de un panecillo. Ha pasado esquivo, frívolo, temeroso, ansioso y mudo. Ha pasado por debajo de la puerta del frío, la voz temblorosa del vecino meteorólogo.
Hace frío, la gente ha sacudido su ropa de invierno y sale con ella precipitadamente. Siendo el anuncio de que si no tiene nada a qué salir quédese adentro. Hay gente diciendo que hace frío por todas las calles, es necesario que alguien lo diga, que lo diga como si nadie supiera. Hace un chingos de frío afuera.
Somos victorenses de modo que sabemos lo que tenemos que hacer cuando no hace calor. Tenemos frío. Y aunque sea noviembre ya compramos la ropa. Ya vimos el árbol de lejos, ya hicimos un presupuesto sabiendo que no tenemos ni un cinco. Por tanto ya sacamos toda la ropa que venderemos en el tianguis, la que nunca nos pusimos y la que nunca nos quitamos.
El frío es parte de nuestra cultura decembrina y navideña. Pero el golpe avisa, suele llegar intempestivamente, suele llegar por la espalda arrojandonos hacia adelante con fuertes vientos, suele derribar espectaculares y tumbar carretones de tacos, suele impulsarnos, llevarnos a otros terrenos. Y nosotros nos abrigamos, nos escondemos, nos tapamos, nos aferramos a las ramas de los árboles.
Hay quienes salen al frío sin chamarra, en mangas de camisa, y todo lo enfrentan por gusto y hay otros a quienes no les queda de otra. Así como van se aguantan. Llevan las quijadas duras, hablan como el pavimento, su voz se escucha entre el cemento, en el renchido, al descargar un camión de grava, al hacer una zanja, al apagar un fuego terco en la madrugada sin ser bomberos.
El frío no hace mucho si nadie lo asedia como es debido. De modo que hay que buscar a como dé lugar la última chamarra, el primer suéter que se nos atraviese, la tímida bufanda, los guantes negros, los labios partidos, la garganta seca, el cigarro merecido, el humo confundido con la niebla, el tequila, la montaña blanquesina, la calle mojada, el tejado goteando cristales con la historia de la Revolución Mexicana, con la Navidad en la mirada.
Pero tengo frío. Debo ponerme los guantes por si unas cachetadas con el frío frívolo. Y debo aprender a alzar la cara y caminar como si el frío no estuviera pasando por mis manos.
HASTA PRONTO.