Introduzca el dedo índice de su mano derecha en la asa de la taza y aproveche para cerciorarse si puede levantarla y llevarla a su boca, para ese entonces el aroma increíble del café ya invadió sus sentidos y es posible que las ansias descarnadas le ganen y se quemé los dedos y se queme la boca y se queme la lengua. No se apure, así nos pasa a los desesperados. Es un pecado que se paga mientras escucha la historia.
Si el café todavía está muy caliente no se detenga, especule allí y pulse. Hay veces que uno se encandila, y si resiste, es posible que pueda probar el café más rico que hay en la vida. Que es el café que está en su punto, el más caliente que alcance a soportar la lengua.
Antes. Este café debió haberlo pensado cuando venía caminando por la calle Hidalgo, le traía ganas desde hace rato. Cuando venía en la luna viendo las muchachas, venía viendo los mismos mocasines en el mismo aparador que ve desde hace un año. Debió imaginarlo mientras miró los pichones en la Plaza de Armas jugando, mientras vio el gigantesco Palacio de Gobierno, la ruta de los hombres y las mujeres que pasan todas las tardes. Todo eso mientras se cercioraba de dónde venía el viento para encender un cigarro.
Entonces vuelve al café sobre la mesa y sorbe el primer trago. Para blandir un poco lo caliente, sopla en la previa un hilillo de aire por los labios finos o gruesos para enfriarlo con un comentario leve. Finalmente se va por la izquierda, se manda un centro, levanta la taza y se anota un trago. Entonces usted -si puede, si está en condiciones de hacerlo- encienda un cigarro para complementar el homenaje al cielo. Felicidades señor, señora, están ustedes tomando café en un París como éste en tiempo y forma. Afuera pasó un perro callejero, todos lo vieron.
Con el café, con esa deliberada sustancia, es posible que usted comience a hablar como loco y que su interlocutor comience a entender lo que usted quiso decir hace rato y que usted entienda a la vez lo que su interlocutor estuvo diciendo desde que llegaron. El café tiene la magia que lo despierta a uno y a un grupo.
En torno al café se han reunido las esperas, las llegadas, los labios de dos bocas en una taza que se besaron. Y se asentó la existencia de quienes volvieron y quienes no volvieron. Hay aquí un vértigo del tiempo.
En ese espacio que hoy ocupa la taza de café sobre la mesa, antes hubo una taza que luego se rompió con otra historia. Pero el espacio es el mismo, las mismas charlas, los mismos libros, los mismos ojos que se miran y se miran. Las mismas ganas de escribir este momento.
Pero el borde de la taza también ha sido aterrizajes necesarios de moscas improvisadas, bardas atrevidas que desbordan el café, derraman el agua en un sitio elegante, la música siempre que huye. El tiempo pasa adentro y afuera del almanaque, adentro y afuera de la cafetería y la calle.
Alguien con dos dedos de frente tomó café ahí, otros 500 labios sin pensarlo mucho bebieron un café en esos bordes lisos. Lo acompañaron con un panecillo, una hojarasca, un par de ojos enfrente que no dejaran de mirarlo nunca.
Sobre la tasa se han dado soberbias discusiones que llegaron hasta las manos y los manotazos. Ha habido tazas sacrificadas que lo sabían todo y luego rodaron por el suelo y se quebraron. Después fueron recogidas en añicos como historias, con dolor y cierto arrepentimiento por el mesero del turno. Quien por cierto lo hizo con mucho esmero, como yo, que a eso me dedico.
HASTA PRONTO.