Mucho se ha escrito sobre la trascendencia que tiene Nuevo Laredo para los grupos criminales. Su Aduana y su situación geográfica le significan un jugoso botín a los carteles que desde hace décadas se han disputado su control.
Pero, ¿qué ha ocurrido en los últimos meses que se volvió a detonar la violencia hasta poner una vez más a esa ciudad en la agenda nacional? La sola explicación de su importancia para los criminales ya no alcanza.
En ese contexto, vale la pena poner atención a la forma en la que el gobernador utilizó las palabras ayer, al ser cuestionado una vez más sobre lo que ocurre en la frontera. No es común que una autoridad de este lado del Río Bravo utilice el término “narcoterrorismo”.
Cabeza de Vaca lo explicó: “Esa actitud que vimos hace algunos días de bloqueos que se dieron, donde utilizaron los vehículos y a los mismos ciudadanos como escudos, donde hubo violencia directa a los ciudadanos que terminaron en el hospital, no es otro síntoma más que de narcoterrorismo”.
Preocupa a la autoridad la operación en el escenario estatal de grupos hiperviolentos que a raíz de escisiones y pleitos internos se han ridiculizado hasta tal punto que parecen dispuestos a todo con tal de llamar la atención, y como dijo el gobernador, sembrar el terror entre la ciudadanía.
Resulta imposible desligar esta nueva crisis de violencia de la estrategia de seguridad adoptada por el gobierno federal que por momentos parece renunciar al uso legítimo de la fuerza para combatir a los criminales. A cambio ofrece una estrategia para atacar las raíces de la criminalidad, que no es despreciable, pero que no sirve para contener hechos como los vividos la semana pasada en territorio tamaulipeco.
A casi un año de iniciada la nueva administración federal, la seguridad sigue siendo la gran deuda de la Cuarta Transformación, y en lugares como Nuevo Laredo, son muchas vidas las que están en juego.