Eres una mujer bonita y no tienes la culpa, tampoco es algo que se opere o que alguien se deseé quitar nada más por gusto, aunque haya de gustos a gustos, pero como eso de ser linda trae algunas ventajas, es como puedes soportar algo que no se evita.
Por bonita te han comparado con la flor, con la abeja, con el aire que la lleva, con el néctar, con el sol, con la miel. Con una razón para vivir. Y te han vuelto canción, hechizo, naufragio, suicidio, eternidad de océanos escritos, vapor de nostalgia y melancolía.
Eres súper bonita y te buscan los ojos, te persiguen los pasos y coinciden contigo las voces que quieren hablarte, quieren cerciorarse de que hablas, de que no eres un maniquí entre los escaparates de la fantasía.
Eres bonita y aún así tienes el suficiente valor civil para salir a la calle y caminar libre y ser de a gratis a quienes te miran. Y tu casa, que ahora es referencia obligada, se ha vuelto la casa donde vive una morra que está bien buena. Si alguien pregunta en el barrio por tu padre, primero quieren saber si es el señor que tiene una hija muy bonita, entonces sí es y todos saben dónde vive. Y lo llevan.
Te acostumbraste a ser la fotografía escogida del grupo, la flor más bella del ejido, la que le gustó el señor hacendado, la edecán mas disputada, la reina de belleza de la feria y hasta eres por ser bonita un orgullo del pueblo. Sabes que todos te miran y dicen lo mismo. Y es que sin belleza interior no hay belleza y la que es bonita por dentro, también es bonita por fuera.
De niña fuiste la foto de la portada en un escritorio, la estrella de un almanaque de los que ya no se usan en las cocinas modernas. Y han pasado los años. Tú sigues siendo bonita y no has revelado el secreto de tus oídos, ni el misterio de tus ojos que lo han visto todo, porque todos te vieron cuando llegaste y te dibujaron una sonrisa. Te vieron por primera vez los poetas, mucho antes que todas las serenatas que te hayan llevado.
Eres bonita y no buscaste al pintor para que te hiciera un cuadro, él te anduvo buscando toda la vida para cubrirse de gloria, para consagrarse con tu figura, para perfilar tu rostro a cada instante, para presumir a sus amigos artistas su valor de pintor incipiente ante una belleza de veras. El pintor sobrevive pero nunca ha terminado de pintarte, sólo te observa como si estuviera viendo el lienzo concluido. Tal vez quiera decir algo, ir a cenar contigo, dar la última o la primera pincelada a la manta, antes de morir sin ti o de vivir contigo entre el óleo y el matiz del recuerdo.
El que te escribe es bajo su riesgo. Se abre un portal del cielo y adentro están todos los piropos que te han dicho, los gnomos, los cupidos desahuciados, los osos de peluche, los regalos de cumpleaños que te han dado. Están los ángeles caídos y los que están por caerse.
Para ese entonces el que te escribe sabe que tus cabellos son un intento de viento en los dedos nerviosos que se mueven entre las teclas. Buscan la palabra perfecta que vaya con tus labios, con tu nariz y con tus pestañas.
Al borde de tus palabras, el que te escribe hace un viaje. Está en la gloria y el infierno, en la noche y en el día, en el ferrocarril sin vías, viendo tu silueta de lejos mientras caminas sin darte cuenta. Y entonces por menos que eso, el que te escribe escribe que existes, escribe que te vio más allá de un escaparate, lejos de las vidrierías de las boutiques de la calle Hidalgo.
HASTA PRONTO.