Antes de que la nueva Legislatura tomara posesión en el Congreso, se anticipaba que por ahí pasaría buena parte de la agenda política del estado para la segunda mitad del sexenio.
El perfil de algunos de sus integrantes, y sobre todo la irrupción de Morena con una renovada presencia legislativa, presagiaban lo que ya estamos viendo: más discusiones y debate en un mes, que lo que vimos en prácticamente toda la legislatura anterior.
Cuando no es el presupuesto, es la inseguridad, pero en cada sesión hay un tema que divide las aguas y que confronta a las dos bancadas mayoritarias, hasta el punto que hace una semana, los de Morena de plano abandonaron el salón, ofendidos por las críticas de los panistas a la cuarta transformación.
Dicho lo anterior, y habiendo visto las características de los bateadores que cada partido manda a la Tribuna, parece pertinente apuntar que pese a la animosidad de sus peroratas y la temperatura que buscan imprimir a sus discursos, a pocos se les ve pinta de peloteros caros.
Salvo contadas excepciones, a morenistas y panistas se les dificulta leer correctamente los discursos que les preparan sus asesores; con problemas sostienen el hilo conductor del debate, y a la menor provocación recurren a descalificaciones que ni a simpáticas llegan.
Es verdad que muchos de ellos llegaron hasta ahí sin habérselo imaginado nunca, o peor aún, sin tener la menor idea de lo que significa ser un diputado local, pero si esta Legislatura de verdad aspira a incidir en el futuro político de Tamaulipas, le urge subir el nivel.
En otro tema, ya se sabía, la dirigencia nacional del PRI tenía toda la intención de lograr un candidato único para la renovación del Comité Directivo Estatal. Ayer finalmente lo consiguió con la declinación de Tomás Gloria, en favor de Edgar Melhem.
Lo podrán contar de mil maneras y celebrarlo de mil más, pero el CEN recurrió a la vieja usanza priísta, que juraban haber superado.