Nosotros todos. Nosotros los imposibles, los grandes y los pequeños, los extraños y los extrañamente reconocidos y usted, si, usted que me mira, no se sorprenda señora, acepte que muchos de nosotros somos hijos de un refresco de cola, de un desliz del biberón a una botella negra.
He visto la cara de gusto de un niño cuando la mira por primera vez. Como si la hubiera conocido desde otra vida, ya casi nace uno con una de esas gaseosas como les llaman los que le echan estilo. O para no llamarles así como es muy conocido. Exageradamente conocido. Hay chamanes que sustituyeron el agua ensalivada por un refresco de cola para los escupitajos, pueblos completos beben refresco antes que agua. Hay más refresco de cola y de sabor, agua azucarada que agua natural. Así como también hay personas que toman más cerveza que agua, es en serio esto. Habrá quienes no recuerdan la última vez que bebieron agua.
Ni modo. Si no nos gusta llegamos tarde para impedirlo. Estamos más cerca de una botella de soda, de esas de plástico Pet, que de los dedos que se mueven desesperados en las manos buscándola.
No tarda mucho el día sin que usted vea una de ellas en su boca o en otra, en la de cualquier persona, es muy “campechana”, así debió de llamarse, pues no discrimina ricos ni a pobres. Le da lo mismo. Y al contrario busca afianzarse, es terca, se mete a las esquinas, está a media cuadra, en los pasillos, en aparatos expendedores, en tiendas pequeñísimas donde a lo mejor es lo único que venden y en los grandes centros comerciales, en todas partes está la plaga comercial de los refrescos de cola. Nuestra otra madre tierra, la sabia negra, el líquido vital contra la somnolencia envasada en una botella.
Es un vicio. Si el refresco de cola embriagara anduviera ebrio uno todo el día y aparte terco y bien despierto. Se vendería más que la cerveza, mejor no hay que meterles ideas. De cualquier modo es así que a aquel sin camisa a media calle o bajo un gran sauce en el rancho, o metido en un tubo de drenaje arreglando una fuga durante el almuerzo se le antoja un globalizado refresco de cola.
En las fiestas gigantescas, en pequeñísimas reuniones, en los grandes comelitonas o comiendo entre el monte, donde usted se encuentra parece que bebe un refresco y usted es el protagonista de todos los comerciales. Va y se mira al espejo para cerciorarse de que sigue siendo el mismo y sí. Desgraciadamente sigue siendo el mismo lampiño. No por un refresco de cola le va a crecer la barba a uno, por más que tome refresco o porque así lo vio en los comerciales. Porque hasta eso, a muchos actores son vegetarianos y no les gusta el refresco. Bueno. Quien sabe, a veces son pura pose y le entran bien duro a los tacos y a las fotos fotochopeadas.
Por mucho, los refrescos de cola son parte de nuestra cultura y de nuestra genética. Nuestra sangre ya viene dispuesta a la cafeína y al olor suave del cigarro una noche de luna como de una caguama bien helada sentado en la banqueta.
Eso trae uno. Lo presiente desde que anda en la panza. Y la vida sigue. No por esos detalles se retrasa. Las recomendaciones mundiales y las más domésticas en torno a que tal o cual producto hacen daño se combina con el hecho de que sin usted cumple cabalmente con todas esas recomendaciones, no come nada. Moriría usted de hambre. O siembre usted con sus manos una papa y espere a que crezca y cómasela.
O mejor: vuélvase gambusino en busca del tiempo perdido, y entre las verduras y el océano de productos dedíquese con esmero y sacrificio a encontrar los más o menos saludables o que se acerquen a lo que usted simplemente soñó. A la perfección utópica o al infierno tan temido de los cuerpos desahuciados por el enemigo.
Puede volverse vegetariano y llegar a los extremos de los cuidados y a la limpieza facial y espiritual de todas las almas y no por ello impedir que la vida sea la misma, y es que muchos preferirían que uno fuese primero buena persona, aunque una cosa no quite a la otra con beber agua carbonatada.
Los refrescos de cola estimulan a las personas y les arrancan la melancólica tristeza. Vibran en nuestra memoria y en el tiempo que nos falta, en los deseos más próximos y más sensuales. Le dan un trago y comienza otra fiesta. La vida es como es. En parte una verdad muy oculta que nadie confiesa y otra que exponemos para que todos nos vean.
Tome usted un refresco de cola y disfrútela. Sonría, la vida es muy bonita. El mismo discurso cambia. La opinión puede ser más emotiva, la persona es más participativa y se le ha quitado el sueño que tenía. La cafeína es un factor decisivo casi complementario en nuestra cultura, y acuérdese que el litúrgico café contiene más cafeína y es el único producto que sostiene su nivel de competencia en las desveladas con los refrescos de cola.
HASTA LA PRÓXIMA.