La derrota tiene su gloria. Quién pierde, bien puede salir en hombros de la plaza de toros. No cualquiera compite, no cualquiera se confronta y por ese simple hecho el que pierde lleva en la derrota su victoria.
Tampoco es fácil cargar con el peso de la derrota. Pero el que se ejercita no tiene ningún problema, digamos que se especializa en los temas y logra hacer que sus enemigos obtengan sendas victorias cuando menos las esperan.
El que pierde premeditadamente pierde, pierde desde un día antes, desde que se duerme, pierde desde que almuerza, desde que sale a la calle. Hay que saber perder y en eso consiste perder. Se pierde con tiempo, se prepara una derrota a conciencia. Un buen perdedor sabe que durante la derrota todo es tomado en cuenta, un simple exceso puede ocasionar una victoria.
No cualquiera pierde. Al último al perdedor le da vergüenza y gana. O arriba del cuadrilátero la gente lo impulsa, le grita, lo insulta y motivado le echa más ganas y pierde. Así es la vida, así es cómo más gusta.
Si no existiera un equilibrio emocional, aunque no siempre financiero, durante una pelea, no existieran las funciones de box ni siquiera las peleas callejeras. A veces se pierde y la gente no entiende porqué perdió si era el más fuerte y además el más evidente. Pero también es verdad que hay cierta gloria en no ser comprendido.
Poco a poco te acercas a la derrota y ves que ahí mismo está la victoria a un lado, muy cerca, abrazándola. Mucha gente prefiere la derrota. Añora con desesperación en sus días de gloria las tribunas gritando al más débil. O el momento cuando acaba el partido y todos van con el que perdió, porque nadie soporta el éxito.
Hay torneos de perdedores y todo el mundo se la cree que está viendo una competencia para obtener a los mejores. Pero basan su valoración en quién mete más goles, quién hace más canastas, quién levanta más peso, quién nada más rápido; como si los valores no pudiesen prevalecer en el sentido contrario, dónde están el más lento, el que tiene menos fuerza, el que no ve muy lejos, el que no va porque no camina o el que sólo se imagina este mundo.
El que pierde pierde desde que nace. Eso que hoy pierde, ya sea una carrera de 100 metros, como una apuesta, las pierde desde que nace. Desde ahí se construye el camino de esas derrotas.
El perdedor sabe que al perder una vez, al día siguiente ya no sería el mismo y que al perder varias veces se volvería “El perdedor”. No creo que adentro de su cuarto vacío tenga una pared donde anote con gis las veces que ha perdido, pero sí sé que las derrotas son más dolorosas que los triunfos, por eso se acuerda uno.
Hay derrotas que se acumulan ante la mirada incrédula de los espectadores. Espectadores que hacen malabares sobre un cable, que se suben a un poste, que espían por un agujero, que voltean de repente, que se asoman por las ventanas, que se juntan con las paredes que oyen.
Todo mundo sabe por qué se pierde, inclusive el que sufrió la derrota, todo mundo sabe que una derrota sólo se sufre cuando se ignora que va a perderse. Desde los vestidores el derrotado siente cierta admiración por el contrincante.
Tal vez la imagen más válida de la derrota sean las fotografías de quién pierde en una pelea de box o en una pelea callejera. Si usted va a ver al que está golpeado, éste le va a decir “yo soy el que ganó la pelea señora, vaya usted a ver el que perdió conmigo”. El que perdió a de estar hospitalizado, si es que sobrevivió.
Uno ve al ganador en el extremo de un hilo y se imagina cómo está el otro extremo donde está el perdedor. Y hay veces en que el vencedor nunca se da cuenta que ha perdido.
Tal vez por ello los competidores o los grandes campeones pocas veces se retiran en sus momentos de gloria. Un peleador se retira después de su última pelea perdida que es la que recuerda. Por eso muchos vuelven y tras la revancha, la pierdan o la ganen, nunca olvidarán la que habían perdido.
Y así como es la vida que da revanchas, muchos que han perdido vuelven para ganarla, pero la mayoría de los que han ganado vuelven para sentir la gloria, el sabor amargo, la parte de la derrota que los inmortaliza y los consagra como si fuese la más grande Victoria.
Hay derrotas muy grandes, inmensamente más grandes que muchas victorias, y todos los días consagran al derrotado que ha vendido cara su derrota en el mundo donde nadie la compra.
O mejor aún, el derrotado prefirió quedarse con su derrota, la enmarcó, la puso en la pared para estarla viendo y aprender de ella, la vistió de seda, le inventó una historia y la convirtió en la derrota del perdedor más grande del mundo.
HASTA PRONTO.